16 de agosto de 2017

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Obsesión en Hollywood

A continuación reproducimos el texto sobre Birdman (2014), de Alejandro G. Iñárritu, publicado en el Presente de las Artes en México, filme considerado como el más destacado del año realizado por un cineasta mexicano. Ayer Birdman, que retrata de manera cómica las obsesiones de Hollywood, ganó el premio Oscar a la mejor película.   Quizá […]

La Redacción | lunes, 23 de febrero de 2015

A continuación reproducimos el texto sobre Birdman (2014), de Alejandro G. Iñárritu, publicado en el Presente de las Artes en México, filme considerado como el más destacado del año realizado por un cineasta mexicano. Ayer Birdman, que retrata de manera cómica las obsesiones de Hollywood, ganó el premio Oscar a la mejor película.

 

Quizá nadie esperaba que una película de Alejandro G. Iñárritu pudiera ser considerada la más destacada entre las dirigidas por mexicanos en 2014. Lo cierto es que Birdman o (Las virtudes de la ignorancia) representa una especie de segunda ópera prima, y la conversión de apellido González en una escueta G. parece apuntar a un metafórico renacimiento. Luego de Biutiful, que llevó al paroxismo los malos hábitos del cine de su autor (la tendencia dual tremendismo-efectismo, la forzada causalidad en el entramado de sus historias, una sensibilidad que podríamos caracterizar como telenovelera), esta comedia negra representa una sorpresa mayúscula.

 

Para ser justos con el director de Amores Perros, 21 gramos y Babel, su trabajo siempre destacó en el aspecto visual, al amparo del fotógrafo Rodrigo Prieto, que supo darle a esos filmes una textura inconfundible. Birdman, sin embargo, no se conforma con ofrecer imágenes bellas: explora la forma cinematográfica en todos sus aspectos, y entre sus hallazgos no pueden dejar de mencionarse los de Emmanuel Lubezki, uno de los mayores prodigios del cine contemporáneo. Birdman es una producción estadounidense, pero, además de la dirección y la fotografía, dos de sus dimensiones más destacadas estuvieron a cargo de mexicanos: el diseño de sonido de Martín Hernández, que permite al espectador identificarse con el punto de vista de la cámara, y la banda sonora de Antonio Sánchez, un solo de batería que crea un ambiente singular.

 

Un falso plano secuencia, zurcido hábilmente en el montaje —el referente imperfecto es La soga, de Hitchcock—, articula el relato. La sensación de continuidad y cercanía que produce esta decisión formal se enrarece rápidamente: hay saltos temporales, y un componente fantástico atraviesa la historia. Las viejas glorias de Riggan Thompson (Michael Keaton) como intérprete de Birdman han pasado, y el actor quiere volver a los reflectores con un halo de respetabilidad. Para ello dirigirá su propia adaptación escénica de un cuento de Raymond Carver en un teatro de Broadway (con la crítica más leída de Nueva York lista para demolerlo). Los interiores de ese espacio son recorridos por la cámara de Lubezki; las situaciones aparecen ante ella como una naturalidad que es casi espontaneidad. G. Iñárritu no escapa de sus preocupaciones existenciales (Thompson se halla en crisis: con su hija, con su carrera, con su vida), pero el tono ligero le permite manifestarlas sin abusar del pathos.

 

Escrita por G. Iñárritu junto a Nicolás Giacobone, Alexander Dinelaris Jr. y Armando Bo, en Birdman la figura del superhéroe es en realidad el superyó del personaje principal, lo que ofrece algunos de los momentos más hilarantes de la cinta, pero los pasillos y recovecos del teatro podrían ser vistos como la materialización de su circunstancia psíquica. La Steadicam los recorre con maestría —con una fluidez digna de Tilman Büttner en El arca Rusa—, y Alejandro G. Iñárritu los convierte en las pautas rítmicas de su mejor trabajo. Ha logrado, dentro de Hollywood, una pieza verdaderamente personal.

 

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