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16 de agosto de 2017

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CANNES: PRIMER CORTE

Cannes no tiene aeropuerto porque, durante unos 340 días al año, ni siquiera amerita uno: quien llega allí, llega en tren o tiene un yate. Con poco más de 70 mil habitantes residentes, esta villa vacacional del occidente de la Costa Azul no existía como tal hace apenas doscientos años; su auge hacia la mitad […]

Sergio Huidobro | viernes, 15 de mayo de 2015

Cannes no tiene aeropuerto porque, durante unos 340 días al año, ni siquiera amerita uno: quien llega allí, llega en tren o tiene un yate. Con poco más de 70 mil habitantes residentes, esta villa vacacional del occidente de la Costa Azul no existía como tal hace apenas doscientos años; su auge hacia la mitad del XIX fue impulsado por paseantes nobles del norte que, en un alto en el camino hacia Niza, Mónaco o Montecarlo, dinamizaron los veranos de esta otrora villa de pescadores. Después vendría un hotel, después tres, después uno o diez restaurantes de alta cocina hasta que, después de la liberación en 1945, Cannes institucionalizó un festival de cine que reactivara la destrozada economía de la región y, de paso, despertara al desahuciado cine europeo.

 

Hasta el momento, el 68º Cannes ha desplegado el nivel habitual, pero pocas sorpresas. El año anterior fue el último bajo la batuta del legendario Gilles Jacob pero este año, Thierry Frémaux, el programador habitual de la selección oficial, se ha atrevido con pocos cambios de timón. Quizá el más notorio hasta el momento sea Son of Saul (Saul Fia, 2015), ópera prima de un húngaro de 38 años, Laszo Nemes, que debuta bajo el reflector mayor de Cannes con –aquí termina la novedad– un drama paterno filial en Auschwitz que, ironías aparte, tuvo entre la crítica una resonancia mayor a las películas presentadas por Woody Allen (Irrational Man), Emmanuelle Bercot (La tête haute) o Nanni Moretti (Mia madre), continuidades medianas en la filmografía de sus autores.

 

Es la japonesa la cinematografía que acumuló las notas más altas en la primera jornada, con cintas de dos autores habituales del certamen. Our Little Sister de Hirokazu Kore-eda (Selección Oficial) y An de Naomi Kawase (Una cierta mirada) desplegaron dos tonalidades distintas, pero hermanas, de esa suerte de “Escuela Ozu” abocada al intimismo y las dinámicas de familia en el Japón contemporáneo; en casos así, es difícil saber en donde termina la autenticidad y donde empiezan las estéticas fabricadas al gusto occidental.

 

Es pronto para delinear un mapa global de la competencia de este año pero, como es habitual, son las tres secciones paralelas (Una cierta mirada, Quincena de directores, Semana de la crítica, de menos a más, en ese orden) las que acogen propuestas con mayores riesgos formales, estéticos y narrativos. Sus programas, relativamente ajenos al discurso de curaduría de la sección oficial –comprometida con tradiciones fílmicas plenamente identificables–, funcionan más bien como laboratorios y espacios de diálogo entre cinematografías inesperadas como la islandesa, la paraguaya o la ucraniana.

 

Este año, el programa de la Quincena incluye a Miguel Gomes, Jaco Van Dormael, Takshii Mike o Fernando León de Aranoa; de Una cierta mirada destaca lo nuevo de Brillante Mendoza, Apichatpong Weerasethakul, Naomi Kawase y Corneliu Porumboiu. Está ahí también la segunda película del mexicano David Pablos.

 

La Semana de la Crítica, presentada por el Sindicato de Críticos de Cine en Francia –en efecto, hay uno– siempre es un caldo de sorpresas, varias de ellas estimulantes. Al tratarse de una selección ajustada de primeras o segundas películas, representa una serie de citas a ciegas con pocas decepciones y con un valor que quizá sea mayor en retrospectiva: Chris Marker, Victor Erice, Gaspar Noé, Ken Loach o Leos Carax presentaron sus óperas primeras en la Semaine bajo un virtual anonimato y ¿quién, años después, habría olvidado esas proyecciones?

 

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