16 de agosto de 2017

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El poder y las verdades

Dos días, una noche (2014), la película más reciente de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, plantea una cuestión filosófica: ¿se oponen los intereses colectivos a los individuales? ¿En qué medida la afectación a una persona es la de un grupo? Hace una década la directora italiana Cristina Comencini preguntaba algo similar en Mi piace […]

Carlos Rodríguez | jueves, 19 de febrero de 2015

Dos días, una noche (2014), la película más reciente de los belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne, plantea una cuestión filosófica: ¿se oponen los intereses colectivos a los individuales? ¿En qué medida la afectación a una persona es la de un grupo? Hace una década la directora italiana Cristina Comencini preguntaba algo similar en Mi piace lavorare (Mobbing) (2004), en la que una mujer es forzada a renunciar a su trabajo por el desinterés de jefes y compañeros hacia sus labores. En el filme de los Dardenne, Sandra (Marion Cotillard), empleada de una empresa de paneles solares, debe convencer a sus compañeros de no aceptar un bono para conservar el empleo. El grupo, entonces, se ve amenazado: ellos podrían estar en la misma situación.

 

No hay punto medio, implica el final del filme: la decisión de los compañeros de Sandra se divide entre los que prefieren –porque necesitan– el dinero, para realizar reparaciones en sus casas o mandar a sus hijos a la escuela, y los que se identifican con su vulnerabilidad. A causa de su depresión, los jefes consideran ineficiente a la mujer: el trabajo puede realizarse sin su participación. El estilo documental de Dos días, una noche expresa una preocupación por la forma en que las empresas prescinden de sus trabajadores.

 

No hay medida común entre la figura de autoridad, con la que Sandra se enfrenta en el desenlace, y la empleada, cuyas aristas son reflejadas por los Dardenne en sus compañeros: los conflictos económico, familiar y personal que enfrentan los desempleados. El eco de la situación en la colectividad produce la radiografía de un sistema de explotación, donde la fuerza de trabajo es precarizada.

 

La filmografía de los Dardenne es una de las más consistentes sobre la explotación laboral, una inquietud cercana a películas como El ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica (1948), y La tierra tiembla (1948), de Luchino Visconti. A diferencia del neorrealismo italiano, que hace de la supervivencia la mayor preocupación en un contexto social precario, generado por la Segunda Guerra Mundial, los directores investigan la psique de sus personajes, siempre afectados por la necesidad de conservar un trabajo que, más que transformar su existencia, les permita continuar viviendo, como ocurre en Rosetta (1999), El hijo (2002) y El silencio de Lorna (2008).

 

Para Alain Badiou, una situación filosófica permite «iluminar la elección, la decisión; iluminar la distancia entre el poder y las verdades». Ante la división de opiniones, Sandra no encuentra el apoyo necesario para mantener su trabajo, y entiende cuál es su papel en esta situación: el movimiento, opuesto a la necesidad depresiva de permanecer bajo las sábanas.

 

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