16 de agosto de 2017

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El desierto reinventado

  La “Conquista del desierto” fue una serie de campañas de las tropas argentinas sobre territorios ocupados por comunidades indígenas, a través de engañosos acuerdos o por el simple enfrentamiento armado. Este período del siglo XIX, como la historia fundacional de todos los actuales estados latinoamericanos, es una doble guerra en la cual, al mismo […]

Sofía Castaño | lunes, 18 de mayo de 2015

 

La “Conquista del desierto” fue una serie de campañas de las tropas argentinas sobre territorios ocupados por comunidades indígenas, a través de engañosos acuerdos o por el simple enfrentamiento armado. Este período del siglo XIX, como la historia fundacional de todos los actuales estados latinoamericanos, es una doble guerra en la cual, al mismo tiempo que los pueblos son masacrados, sus culturas son negadas o repudiadas. Llamar “desierto” al hogar de otros pueblos es negar su existencia y legitimar la conquista. La última película de Lisandro Alonso ubica a sus personajes justo antes del giro definitivo de la campaña hacia la aniquilación sistemática, pero no lo explicita. Jauja es simplemente la historia de un extranjero en el hostil territorio desconocido.

 

El capitán Dinesen (Viggo Mortenssen) es un ingeniero que, bajo el mando del gobierno argentino, organiza el avance de la “civilización”. Dado que el territorio austral se consideraba oficialmente un desierto, como tal ofrece en la pantalla largos horizontes, planos que son poco más que dos franjas de color (la tierra y el cielo) y un personaje que avanza entre ellos. Cuando la hija del capitán escapa con un soldado, el padre decide salir solo a buscarla y entonces el territorio “desértico” revela sus peligros. En la contradicción entre los espacios visualmente vacíos pero plagados de amenazas invisibles se sintetiza una nueva visión de la conquista: la coexistencia en el pensamiento colonizador de la negación de los habitantes originarios y el temor por su aparición repentina.

 

Cuando el capitán comienza a desesperar en su búsqueda, cuando ya ha perdido caballo, arma y sombrero, y el espectador ha ganado confianza al creer que comprende la estructura narrativa de la película, todo se altera. El espacio que recorren los personajes cambia dos veces de características, volviéndose quizá mágico, quizá interno, quizá simplemente literario, dependiendo de la interpretación del espectador.

 

Esta película ha sido alabada o criticada por idénticas razones: la constitución de tres universos totalmente distintos con los mismos personajes; su ambición cuasi metafísica; su desdén por transmitir un mensaje claro; su particular ritmo para una película que a fin de cuentas habla de una persecución, y en menor medida, sus desiguales actuaciones. Dependiendo de la inclinación del espectador a dejarse llevar por relatos que proponen más problemas que soluciones, estos aspectos del filme lo convierten en inmejorable o insoportable, pero en cualquier caso han sido analizados hasta el hartazgo por la prensa internacional. Como argentina, me parece más importante señalar la construcción de una nueva imagen cinematográfica del “desierto” austral, que se nutre de las anteriores (como área inexplorada del “western” nacional o como mítica fuente de bellezas y misterios): el territorio de una pérdida irremediable.

 

Sobre este mismo filme, lean también “En busca de lo nuevo” de Luciana Paris, en La Tempestad 102.

 

 

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