16 de agosto de 2017

La Tempestad

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Cine/TV

Demasiado presente

El breve avance de la segunda temporada de True Detective, la serie desarrollada por Nic Pizzolatto, acumuló, de ayer a hoy, más de dos millones de reproducciones en YouTube. El interés de la audiencia es claro. Ya se sabe: la nueva época dorada de la televisión. En La Tempestad le hemos dedicado dos portadas al […]

Guillermo Núñez Jáuregui | viernes, 10 de abril de 2015

El breve avance de la segunda temporada de True Detective, la serie desarrollada por Nic Pizzolatto, acumuló, de ayer a hoy, más de dos millones de reproducciones en YouTube. El interés de la audiencia es claro. Ya se sabe: la nueva época dorada de la televisión. En La Tempestad le hemos dedicado dos portadas al tema, concretamente. «Mucho se ha escrito en fechas recientes sobre el auge creativo que ha experimentado la televisión estadounidense durante los últimos quince años», escribe César Albarrán Torres en su ensayo “Sobre el megafilme, su éxito cultural y audacia comercial” en el número 11 (y último) de Icónica, la publicación de análisis cinematográfico de la Cineteca Nacional. Albarrán enumera las características que se han señalado con anterioridad sobre el megafilme en esta “nueva época”: las propuestas «políticamente atrevidas» y «artísticamente innovadoras», la posibilidad de ofrecer «historias de largo aliento», etcétera. Aún así, reconoce que el megafilme «toma forma influenciado por factores externos como los ratings» o «la cultura de participación en medios digitales».

 

Tras revisar varios productos televisivos recientes que abrevan de distintos géneros y la forma en que los estudios de cable han reproducido estrategias de la industria cinematográfica, Albarrán concluye que «el megafilme se desmarca como el formato cinematográfico de mayor influencia cultural en los últimos años», y celebra su diversidad. Pero ¿es en realidad así? Hemos participado constantemente en conversaciones sobre hombres difíciles y la importancia cultural de las series televisivas. No hay sobremesa que no visite el tema. Es un sustituto ideal a la conversación que se tiene, por ejemplo, sobre el clima mientras se espera a que cambie el semáforo.

 

Creo que el entusiasmo con el que hoy se consume televisión, aunque sea de calidad, es similar al que experimentan quienes consumen novelas (y no otro tipo de libros que exigen mayor lentitud y atención) para relajarse o entretenerse. Por supuesto, nadie tiene ya el tiempo para leer novelas y el tiempo que se le dedica a las series de televisión parece demasiado. ¿Por qué? Porque la televisión ha dejado de ser el formato de mayor influencia cultural.

 

J.G. Ballard adelantaba esto en una entrevista de 1982 para Re/Search (compilada ahora en Para una autopsia de la vida cotidiana, publicado por Caja negra): «Con los recursos del video, te puedes construir una biblioteca de imágenes bastante amplia, grabándolas desde tu propio televisor: noticiarios, material documental de todo tipo, particularmente documentales de medicina con alta precisión en el trabajo de las cámaras, que te muestran cirugías a corazón abierto, cirugías del cerebro o lo que sea. Puedes archivar todas esas imágenes y luego utilizarlas con distintos efectos» (claro, hoy no necesitamos de una videoteca ni archivar nada; basta con estar conectados a Internet para encontrar imágenes de gatos, memes, artículos académicos en Jstor o compilaciones de accidentes automovilísticos). Sigue Ballard: «No obstante, me pregunto si –como ocurre con la pornografía– uno no termina por cansarse de toda esa sobrecarga de imágenes, y a la larga tiene que regresar a algo más sencillo como una serie televisiva».

 

En suma, estamos cansados y vemos televisión.

 

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