16 de agosto de 2017

La Tempestad

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DURANGO 66

Christian Mendoza | viernes, 12 de junio de 2015

(Fotografías: Mario Hernández)

 

El pasado jueves se estrenó en el Teatro El Milagro Durango 66: objetos para actualizar un acontecimiento histórico. A través de distintos gestos escénicos, la obra narra una época muy peculiar en la historia del país. Manteniendo como base la toma del Cerro del Mercado, realizada por un grupo de estudiantes en 1966 –una acción de protesta previa a los movimientos estudiantiles de 1968–, se aborda la construcción de la memoria en torno a la historia reciente, la relación afectiva que se mantiene entre el presente y los movimientos sociales que surgieron durante la década en distintas partes del mundo, así como algunos hechos que construyeron las subjetividades de quienes vivieron en esos años. Pero, más que una recreación histórica o sentimental del contexto histórico, Durango 66 pretende volver actual –políticamente funcional– una acción de protesta, además de abordar el olvido en torno a un hecho social que no está grabado en el imaginario colectivo y en el discurso social.

 

Ayotzinapa, Tlatlaya, Tanhuato: ¿cuál es el peso histórico de la década de los sesenta para comprender sucesos recientes? El historiador Camilo Vicente, cuya línea de investigación es la violencia política y la represión del Estado durante la segunda mitad del siglo XX, mencionó para La Tempestad que los sesenta ayudan a comprender la construcción de movimientos sociales posteriores «La década de los sesenta es fundamental para entender lo que siguió en términos de movilización social y política en los años setenta y ochenta. Hay que decir que los sesenta son los años del autoritarismo clásico en México, cuando el sistema político que comenzó a forjarse en los años treinta alcanzó su clímax y consolidación. De manera paradójica, también fue la década en la que el discurso y los mitos en los que descansaba el sistema autoritario comenzaron a diluirse. Así, en esta década veremos movimiento sociales y políticos independientes del sistema, algunos de ellos verdaderamente desafiantes», dijo.

 

En entrevista para La Jornada, Jorge Arturo Vargas, director artístico de la compañía, declaró que la obra «intenta colocar en el mapa un acontecimiento que debería inscribirse en la historia de los movimientos sociales de los recientes cincuenta años». Entre la relación de lo que Vargas llama «una sublevación modesta» y los acontecimientos recientes –la recitación de una lista de sesenta y seis objetos que ayudaron a construir la obra se detiene en el número cuarenta y tres–, surge un problema político. La memoria colectiva es casi paralela a la memoria histórica construida por los aparatos de poder. Al respecto, Camilo Vicente opina que, en conjunto, la década de los sesenta ha sido anulada del discurso. «Sistemáticamente se ha construido un manto de impunidad y olvido sobre lo ocurrido. Un ejemplo basta. En la educación básica y media superior no se enseña nada al respecto, como si nunca hubiese existido. Y eso que los libros de texto ya incluyen el movimiento del sesenta y ocho, pero el análisis de las graves violaciones a los derechos humanos no forma parte de la enseñanza. El Estado mexicano nunca ha reconocido que tales violaciones hayan ocurrido. Por lo tanto, me parece que la sociedad actual no mira tales hechos. No tienen herramientas para mirar», reflexionó.

 

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