16 de agosto de 2017

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Cine/TV

Panorama del cine argentino

Carlos Rodríguez | miércoles, 15 de julio de 2015

En semanas recientes se han proyectado en México filmes de producción argentina: Placer y martirio (2015), de José Celestino Campusano, quien imparte el taller de Cine bruto en el Cine Tonalá, en el marco de Distrital Formación; La princesa de Francia (2014), la más reciente película de Matías Piñeiro; y Dos disparos (2014), de Martin Rejtman, que ganó el premio FIPRESCI a la mejor película argentina. A través de estos tres realizadores, a quienes hemos entrevistado en La Tempestad, realizamos un esbozo del cine argentino del presente.

 

«El cine industrial y el de autor están tratando de sobrevivir a una crisis de representación, de contenido. Hay un cine impetuoso: en Perú, de forma oficial, se están produciendo doce películas; de forma comunitaria y cooperativa se hacen cincuenta. En Argentina, cuando empezamos a producir filmes, éramos un porcentaje mínimo. Hoy somos el 30% de la producción del país. Eso en algún punto afecta los códigos de representación. Hay un caudal de información valioso que está desaprovechado. Muchas veces se sustituye por plantillas narrativas. Eso es perverso. Hay un espacio mucho más fluctuante, más renovador, más rico y políticamente más incorrecto que busca poner en crisis quiénes somos, por qué elegimos ser así», considera Campusano, ganador del premio de dirección del BAFICI 2015.

 

José Celestino Campusano.

 

 

«Vivimos el mal de ir al cine con la expectativa de ver una película que ya hemos visto antes. Por eso cada vez que aparece un filme un poco diferente pareciera que es la primera vez que se hiciera, incluso en los festivales de cine. Mis filmes no son comedias, tampoco se les puede llamar cine de arte, porque tienen humor. Creo que causan desconcierto. Eso me parece halagador», apunta Rejtman, director de Los guantes blancos (2003) y autor del libro Tres cuentos (2012).

 

«No me siento parte del momento del cine argentino, sino que simplemente soy parte de una generación que existe más allá de lo que uno quiera. Existe una gran variedad de películas en Argentina y todas ellas conforman lo que se entiende como cine argentino actual. Creo que esa variedad y posibilidad de existir es la fuerza de nuestra cinematografía, que ha logrado ser múltiple y tener muchas aristas», considera Piñeiro, que trabaja en Hermia & Helena, su séptima película.

 

«El cine bruto consiste en integrar a la comunidad en materia de contenidos, representación, producción y difusión. Proponemos un cine no hipócrita. Queremos alcanzar un mayor grado de verosimilitud. En Fantasmas de la ruta (2013), filme sobre la trata de mujeres con fines de explotación sexual, filmamos en prostíbulos reales, con policías verdaderos. El riesgo y el azar producen películas interesantes», considera Campusano, quien se interna durante meses en los estratos que retrata; «no queremos intermediarios», asegura. «Tratamos de abordar sectores invisibles para los medios de comunicación, incluso para el registro académico. La mirada etnográfica me produce escozor: nuestra búsqueda no es rendirle cuentas al mercado ni a la política, es incluir al otro».

 

Para Rejtman, quien opina que no pretende innovar en el lenguaje, el proceso es distinto: «Me interesa más lo que pasa frente a la cámara que la forma en que pueda manipularla. Me gusta más la idea de registro que de intervención, no creo atmósferas con la música ni realizo movimientos específicos con la cámara». En Dos disparos zanja el enfoque psicológico para centrarse en una narrativa digresiva que no tiene un cierre, «no puedes cerrar un círculo que no es tal».

 

Martín Rejtman.

 

 

«Necesito, para que las películas existan y sean como son, mantener algo abierto en el guion. Las ideas que se encuentran son mejores cuando se las filma que cuando se las pone simplemente en un papel. Me interesa ver películas que exploran territorios más extraños, películas que están más en el detalle y que se corren de las experiencias más transitadas, que existen más allá de todos los contextos, laboratorios, presupuestos y coproducciones. Películas no especuladoras, inocentes y terribles, que permiten ver y escuchar desde un lugar nuevo», dice Piñeiro.

 

El director de Placer y martirio, retrato de la burguesía porteña, asegura que lo homogéneo es falso. «Nuestras creencias, lazos de afecto y sexualidad son diversas. ¿Por qué el cine industrial intenta homogenizar? Es una manera de crear una brecha donde lo verdadero es falso y donde lo falso es verdadero. Algunos festivales de cine (Cannes, Berlín, Toronto, Venecia y Locarno) tienden al neocolonialismo, incluso cobran por inscribir las películas que programan. Es una estructura perversa que no nos legitima pero sí necesita de nuestro dinero», dice Campusano, que hace hincapié en la necesidad de generar redes de colaboración continental.

 

Aquí una versión amplia de nuestra entrevista con Rejman. Acá la que concedió Piñeiro.

 

 

Matías Piñeiro.

 


 

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