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SWANS

Christian Mendoza. | martes, 3 de marzo de 2015

Fotografías: Heber Canett.

Ciudad de México, 03 de marzo.- Durante su presentación en el marco del Festival NRML, Swans tocaron canciones de To be kind, su producción discográfica más reciente. Michael Gira se permitió hablar en español para agradecer al público y para decir, durante la presentación de los integrantes, que su nombre era Paco Sánchez. El concierto tuvo una duración de 2 horas, tal y como se había anunciado. Pero, ¿qué más podemos decir al respecto? ¿Es posible rebasar el formato, siempre limitante y cursi, de la reseña musical? Una banda como Swans en un festival con tantas peculiaridades como el NRML permite reflexionar de una manera más detenida el acto de escuchar y de hacer música.

Sin estar completamente desentendidos de la estructura mercantil de un festival –porque, ¿de qué otra manera se sostienen los festivales si no del consumo?-, NRML lograron equilibrar el propósito monetario con una curaduría comprometida con la música y no con el mero espectáculo. Sus adiciones de música actual latinoamericana y estadounidense nos hablan de que algo está sucediendo al margen de la industria discográfica. Sin espetar categorías tan vagas como la escena contemporánea, podemos decir que es posible escuchar música en este festival. ¿Por qué esto resulta extraño? Demandar atención a los asiduos a festivales hubiera parecido una empresa romántica, pero en el NRML se logró obtenerla en lo general, y en lo que respecta a lo particular, aquello se comprobó con el concierto de Swans.

Si resulta complicado escuchar alguno de sus discos más recientes –influyen factores como la duración y la densidad-, sostenerse durante un concierto suyo es casi igual de difícil. Pero en este caso, difícil es sinónimo de productivo. Durante 2 horas, el público mexicano fue ajeno a las costumbres del aplauso fácil y de la lista predecible de hits. A pesar de la falta de concesiones, la aprobación por parte de los asistentes fue unánime. Concesiones no dadas: la actitud en el escenario de la banda no es amable; la dirección de Michael Gira es ligeramente tiránica; las canciones se alargan con un trabajo primordial de cuerdas, y las percusiones, construidas con strinatos e improvisaciones, no se comportaron como simples bases rítmicas y mantuvieron un protagonismo sólido. Hubo poca oportunidad para el baile o el coreo de estribillos. Entre canción y canción, el público sólo pudo aplaudir.

 

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