Lee aquí la primera parte.
2022 no estuvo libre del catastrofismo que ha caracterizado a gran parte de la opinión popular sobre la música. No obstante, fue un año en el que aparecieron grandes álbumes: el mundo del jazz presenció la consolidación de Mary Halvorson como instrumentista y compositora; veteranos como Bill Frisell (Four), Jakob Bro y Joe Lovano (Once Around Thee Room: A Tribute to Paul Motian), Kali Malone y Caterina Barbieri también lanzaron discos importantes.
Decidimos partir de un número relativamente arbitrario para elaborar una lista de álbumes aparecidos el año pasado. No está jerarquizada, no hay un número uno. Tampoco consideramos que sean necesariamente los mejores del año o los únicos imprescindibles. Escogimos los que nos parecieron importantes y sobre los que queríamos decir algo, en algunos casos porque notamos su ausencia en otras listas anuales o la falta de cobertura por parte de los principales medios musicales. De igual manera decidimos publicar la selección a inicios de 2023 con el propósito de poder darnos el tiempo de escuchar álbumes lanzados en noviembre y diciembre, que con frecuencia son omitidos. Dividimos la lista en dos entregas. Debido a las diferencias estilísticas y de aproximación, las secciones de cada autor están separadas.
Atahualpa Espinosa
La reputación crítica del metal, como género, ha tenido más subidas y bajadas que la cotización de las criptodivisas. Hoy se encuentra en un punto ambivalente: de un lado, más apegado a las convenciones, están las bandas grandes y longevas que mantienen su negocio desde que el metal tuvo su apogeo comercial y los grupos recientes que abrevan directamente de las anteriores; del otro, o mejor dicho por debajo, hay un entorno de intensa polinización, que obliga a replantear constantemente la cartografía del género, sobre todo en los lindes donde parece perder su nombre. Este último plano es responsable, por sí solo, de que el metal aún funcione como comentario del presente, a través de las dos emociones que mejor representa: el miedo y la ira (no es coincidencia que sean también las dos respuestas que más inspiran el estado actual del capitalismo y el colapso climático).
En sus 30 años de existencia el proyecto francés Blut Aus Nord se ha dedicado, sobre todo, a cultivar la parte correspondiente al miedo. Su tendencia a desgarrar los límites del black metal por cualquier resquicio les ha llevado ocasionalmente a lugares en los que parecen más una parodia del miedo (el trabajo por el que más se les conoce es la trilogía 777, que caía frecuentemente en el kitsch), aunque en años recientes, y luego de ese largo camino, sus búsquedas han resultado ser, tal vez, las más afortunadas, especialmente a partir de Codex Obscura Nomina, el álbum que hicieron en partes iguales con Ævangelist. En Disharmonium – Undreamable Abysses revientan los pasajes disonantes hasta escalas de saturación. El sonido, que en el black metal parece erigirse siempre como mímesis de una catedral, es aquí descomunal; desde fuera parece impenetrable, pero en el interior la negrura da paso a visiones detalladas. Aunque pueda extrañarse el dinamismo y los contrastes de los álbumes que le precedieron (ahora hay mareas, en vez de oleadas), el atento trabajo textural, más cercano a la sicodelia de lo que aprobaría cualquier purista del black metal, logra darle a la densidad extrema la cualidad paradójica de lo etéreo.
Cloud Rat es una banda que canaliza a la perfección la parte de la ira. Aunque la prensa la sitúa plenamente en el grindcore, ha refinado (aunque “refinar” suene muy fuera de lugar cuando se habla del grindcore) sus composiciones más allá de lo que se asocia con ese subgénero, tan dado a las eyaculaciones precoces. También se distinguen en el sentido de que, al modular sus exabruptos, mostrando la arquitectura tras ellos, dan una forma vívida a su contenido y asumen una postura discursiva más clara, lejos del desapego sarcástico. Tiene mucho que ver en esto último el hecho de que las historias y los personajes retratados por Madison Marshall, la vocalista, son representativos de la opresión y la violencia que ejerce la economía de mercado sobre quienes viven en sus márgenes (aunque buena parte de las veces sea necesario leer las letras para entenderlas a través de sus alaridos carismáticos). Su trayectoria ha sido incremental en intensidad y precisión hasta llegar a Threshold. Pocos discos han sido tan estimulantes en meses recientes: los riffs son un bisturí y cada sonido se escucha tan cercano que se vuelve táctil.
Si la contundencia del metal es una representación de nuestros miedos y deseos frustrados ante el presente, la mejor aproximación al futuro puede encontrarse en los sueños. La filósofa y psicoanalista francesa Anne Dufourmantelle llamaba a recuperar su capacidad de anunciación, no como un retrato directo de lo que viene sino como mapa de nuestras disposiciones, una forma de leer los rasgos propios y nuestro lugar en el mundo. En Inteligencia del sueño propone a éste como una voz que, por su oblicuidad, nos obliga a escuchar de cerca. A cambio, puede entregarnos una lucidez que necesitamos con urgencia, no sólo como sujetos individuales. La función oracular de los sueños puede compararse en varios sentidos a la de la música. Aunque Duformantelle la distingue por su forma de manifestarse (y, dice ella, de “insistir”), la describe también como “una versión de la trascendencia tan íntima como el lenguaje del sueño”.
Los siguientes son tres discos de 2022 que realizan de formas distintas ese traslado (además de ser ejemplares en su capacidad visionaria). Esta es la parte de la lista que más se beneficia del uso de audífonos.
El sello Municipal K7, de São Paulo, ha lanzado a un ritmo pausado (en sintonía con el tono contemplativo de sus proyectos) trabajos de sorprendente continuidad, si no estilística, al menos de tono, además de invariablemente bien logrados. Cerraron el año hace poco con una recopilación que ilustra plenamente los dos aspectos, aunque poco antes de ella apareció el que tal vez sea su disco más apto para la inmersión. Fordmastiff es el más reciente alias del carioca Lucas Stamford, que ha participado en varios proyectos en la órbita de este sello. Counterfeit es el primer álbum que ha lanzado con ese nombre, y en él apunta a recrear los túneles que, según él, se abren entre la ciudad visible y la ciudad oculta (o la serie de ciudades fantasmas que la habitan, con las que compartimos espacio), entre las 3 y las 6 de la madrugada. Para esto trató de recrear, en su habitación, una versión espectral del carnaval de Río, ese gigantesco festival que, en sus palabras, altera la realidad de forma que el reino de lo fantástico se apodera de la ciudad.
Más allá de lo intencional (que, por cierto, vale la pena conocer a través del bello texto de presentación que Stamford incluye en la entrada de su disco en Bandcamp), Counterfeit da cuenta de esas zonas limítrofes entre lo visible y lo oculto, el día y la noche, asentado plenamente en el plano de la duermevela. Hay un beat que, haciendo las veces del latido de un corazón, se asoma por momentos y luego desaparece en su forma física, pero que le da forma desde dentro, como reminiscencia, a la obra entera. Es el metrónomo del sueño. Hecho a la manera de una pieza continua de una hora, Counterfeit parece moverse como un episodio onírico sometido a centrifugación y enlentecimiento, de forma que cobran relieve cada una de sus partes y todos los momentos se extienden para su contemplación. Incluso funciona para escuchar durante el sueño (algo que despertó mi capacidad de evocación, en los intersticios de la vigilia, cuando lo intenté).
La artista sonora londinense Klein ha creado una obra amplia en pocos años, aunque su constancia no ha resultado en una disminución de su misterio. Todo lo contrario: el aura de impenetrabilidad en su música es cada vez más densa (y seductora). Aunque ya había explorado su lado más siniestro (el EP cc es el mejor ejemplo) y tuvo oportunidad de mostrar que el formato amplio mantenía la tensión y la complejidad de su sonido intactas (como en Lifetime), en Star in the Hood, su álbum más reciente y el segundo que lanzó en 2022, la búsqueda parece haber sido guiada para conseguir la mayor profundidad sonora posible. El material parte de la misma fuente (trozos de melodías de R&B y géneros adyacentes), aunque ahora resulta más abstracto, casi irreconocible. A pesar de eso, el resultado es tan denso y envolvente que evita cualquier riesgo de sonar cínico.
Las piezas de Star in the Hood funcionan como preguntas retóricas, con respuestas que se saben fuera de todo alcance. Más que reflejar una voz interna del escucha, lo interpelan. En ocasiones lo hacen con sorna (la repetición en “black star” desconcierta más de lo que exaspera) y en otras con brutalidad (como en “brand new day”). Quién o qué es lo que nos interpela a través de esos sonidos es algo que también queda fuera de nuestro alcance. De la misma forma, sabemos que los sueños nos dicen algo (nos anuncian, nos lanzan preguntas), aunque no quede claro quién es el sujeto de la enunciación. Si el disco de Fordmastiff es una representación de lo onírico, el de Klein suena (mejor dicho, se siente) como la voz directa del sueño más perentorio. Star in the Hood, como sus trabajos previos desde 2020, no ha tenido lanzamiento oficial, no ha habido prensa, sólo ha aparecido en formato digital y no hay prácticamente nada de información que lo acompañe. Si Klein lo ha hecho así por aumentar la sensación de misterio o si sólo ha querido simplificar el ciclo de sus obras es algo que (tal vez) está por verse, pero ese hermetismo tiene una consonancia perfecta con su estilo.
El último caso es una colaboración entre dos nombres con un historial amplio, especialmente en varias vertientes del metal experimental. Runhild Gammelsætter es una vocalista siempre conspicua, por la capacidad de evocación que tienen sus rugidos tanto como sus murmullos. Lasse Marhaug, por su parte, ha sido colaborador o productor de una lista extensa de obras (su nombre está citado en no menos de mil álbumes). En Higgs Boson no quedan del metal más que unos significantes erosionados, sus fantasmas. El lugar desde el que Gammelsætter nos cuenta sus historias sobre la estructura del universo y las partículas subatómicas suena como un erial, el teatro de la memoria en ruinas. Hay una teoría, a medio camino entre la ciencia especulativa y la narrativa de ciencia ficción, según la cual el universo desapareció y lo que conocemos como tal es su reminiscencia. Higgs Boson tal vez sea el argumento más convincente a favor.
La producción de Marhaug tiene la cualidad alucinatoria que lo emparienta con los dos discos anteriores de esta lista, sólo que el territorio onírico que aquí se representa es el de la profundidad máxima, la fauna abisal del inconsciente. Se trata de ese punto en el que desaparecen los límites entre sucesos y entre las personas que conocemos. Hay contornos que asoman, pero tan pronto son reconocibles vuelven a fundirse en un magma que, a medida que avanzan las piezas, resulta la única constante familiar. Pocas veces un disco tan inhóspito ha sido tan adictivo.
Iván Ortega
Siavash Amini + Eugene Thacker
Songs for Sad Poets
Para este álbum el compositor iraní Siavash Amini colaboró con el filósofo estadounidense Eugene Thacker, autor de Infinite Resignation, compendio de aforismos y meditaciones sobre el pesimismo, aunque mejor conocido por su trilogía sobre “el horror de la filosofía”. Amini y Thacker crean una galería de retratos sonoros inspirados por la obra de poetas como Alejandra Pizarnik, Gérard de Nerval, Mário de Sá-Carneiro o Jean-Joseph Rabearivelo. El disco está concebido como una serie de piezas drone que deben intercalarse con la lectura de los poemas escritos por Thacker. Su lírica arisca y oscura está presente también en los títulos de las piezas: “Obsidian Sorrows”, “Demented Skies”, “Opulent Night”… Los textos que acompañan a Songs for Sad Poets se caracterizan por su economía, su simetría helada y la oscuridad propia de la obra de Thacker (en español el mejor ejemplo de esto puede encontrarse en Pesimismo cósmico). Las piezas sonoras evocan devastación, soledad, tristeza y silencio, haciendo eco de las vidas trágicas que las inspiran: con las excepciones de Giacomo Leopardi y Chūya Nakahara, todos los poetas que conforman esta galería son suicidas.
Jeff Parker ETA IVtet
Mondays at the Enfield Tennis Academy
Para su primer disco en vivo, que también es su primer álbum doble, el ex Tortoise utilizó grabaciones de las sesiones que su cuarteto interpretó en una especie de residencia en ETA entre 2019 y 2021. ETA es un bar de Los Ángeles cuyas iniciales, aquí, se interpretaron como “Enfield Tennis Academy”, en referencia a David Foster Wallace. Fuera de esta alusión literaria encontramos pura música en abstracto. Incluso, a manera de título, cada pieza lleva únicamente la fecha en la que fue interpretada. Krautrock, post-rock, highlife casi ambiental, hard bop: Mondays at the Enfield Tennis Academy consiste en improvisaciones basadas en patrones rítmicos sobre los que el cuarteto elabora pasajes que por momentos recrean los amplios espacios vacíos de los últimos álbumes de Talk Talk, donde parecen encontrarse músicos en apariencia tan disímiles como Victor Uwaifo y Grant Green.
Broadcast
Maida Vale Sessions
2022 vio la primera edición antológica de los Microtronics (una serie de piezas cortas experimentales que Broadcast elaboró a lo largo de su carrera y que originalmente sólo se conseguían en discos que la banda vendía en sus presentaciones en vivo), así como el relanzamiento de Mother Is the Milky Way, el último EP de la banda. En éste último, probablemente su trabajo más experimental, exploran abiertamente los “campos espectrales” sobre los que el hauntólogo Stephen Prince, quien considera a Broadcast la unión perfecta entre la vanguardia y el pop, ha teorizado durante años en su blog, A Year in The Country. El año pasado se lanzó también, por primera vez, un álbum en vivo oficial: Maida Vale Sessions, donde la banda interpreta piezas de todo su catálogo hasta antes de 2003 y que llena un vacío en su catálogo.
Jóhann Jóhannsson / ACME & Theater of Voices
Drone Mass
Antes de fallecer Jóhann Jóhannsson (1969-2018) pudo ver presentada en vivo su Drone Mass, originalmente comisionada por el American Contemporary Music Ensemble (ACME), pero no pudo participar en la grabación aparecida el año pasado. Drone Mass fue descrita por su autor como “un oratorio contemporáneo” y “una obra en la que destilo todas mis influencias” (Górecki, Pärt). La principal influencia temática es el Libro Sagrado del Gran Espíritu Invisible, texto gnóstico de orígenes inciertos que en ciertos pasajes incorpora himnos asémicos, supuestamente representaciones de la glosolalia cristiana. La pieza podría convertirse en el último clásico del así llamado “minimalismo sacro”. En esta “misa” Jóhannsson nos muestra los puentes que unen trabajos como Tabula Rasa, las obras polifónicas del Renacimiento, la música de John Tavener o la segunda sinfonía de Górecki (cuyo “apocalípsis sónico” es también una de las principales influencias de la banda de post-rock Swans) con algunas de las producciones más inclasificables del autor, como su Orphée o los momentos de heavy metal ambiental de su soundtrack para Mandy (Panos Cosmatos, 2018), pero también con producciones pop contemporáneas, como el último y lúgubre álbum de Leonard Cohen, You Want It Darker (es curiosa la similitud sonora entre las piezas que abren cada álbum).
La obra comienza con el uso de voz y cuerdas y a lo largo de su desarrollo va integrando elementos electrónicos, característicos de la música del islandés. Juega con la polisemia de la palabra drone: las avispas, motivo que aparece en la ilustración de la portada y es una recurrencia temática; el género drone, del que bebe mucho del estilo de Jóhannsson; y los drones, a cuya ubicuidad militar y mediática se alude de manera oblicua y siniestra a lo largo de toda la composición. Drone Mass es una obra oscura, casi black metal para cámara, más por espíritu que por sonido, aunque esto no significa que no alcance momentos de saturación sonora.
Angel Olsen
Big Time
En sus diez años de carrera solista Angel Olsen ha pasado por diversas metamorfosis, casi una por álbum, no sólo sonoras sino también en términos de imagen. Si con Strange Cacti se integró al indie folk característico de finales de la primera e inicios de la segunda décadas del siglo (Julie Doiron, Tiny Vipers, Laura Gibson, etc.), y en su primer LP, Half Way Home, continuó dentro de esta estética –aunque incorporando más instrumentación e incluso guitarras eléctricas–, para Burn Your Fire for No Witness comenzó a tocar con acompañamientos más típicos del rock, si bien con guiños country, y el sonido es (quizá) demasiado similar a bandas contemporáneas como Vivian Girls o Best Coast. En My Woman, el disco con el que se consagró con la mezcla de synth-pop, glam y el rock de Neil Young, Olsen adoptó por primera vez una identidad escénica especial, usando un traje plateado de una pieza que la emparentaba, en términos de imagen, con Suzi Quatro más que con cualquier otra cantante con la que se le hubiera comparado anteriormente. Para All Mirrors Olsen adoptó una imagen más teatral, mitad Kate Bush, mitad Björk, y musicalmente viró hacia el pop de cámara y el dreampop.
En Big Time encontramos a Olsen en un momento estilístico en el que toma muchos de los hallazgos previos, usando al country como guía. El acercamiento al género tiene diversos guiños contemporáneos, y el sonido es más cercano a Neko Case que a Lucinda Williams. Podría decirse que en esta nueva etapa de su carrera quiere presentarse como una estrella de country alternativa. Líricamente el álbum no está muy alejado de sus entregas anteriores, aunque ahora introduce la indeterminación genérica respecto de lxs destinatarixs de sus canciones, que en entregas anteriores solían asumirse como sujetos masculinos.
Molly Nilsson
Extreme
En una serie de tuits de la segunda mitad del año pasado, Rebecca Solnit denunciaba al catastrofismo climático como una posición reaccionaria: para la ensayista esta posición negativa y derrotista bloquea cualquier posibilidad de cambio y mina las posibilidades de un futuro vivible. Las observaciones de Solnit recuerdan, en parte, ciertos aspectos culturales que Peter Sloterdijk analiza en Crítica de la razón cínica, principalmente el hecho de que el cinismo contemporáneo es una posición que cumple insatisfactoriamente el proyecto ilustrado: las personas están alerta de su situación política, climática, cultural, etc., pero no están en posición de actuar con vistas a un cambio. Extreme, el último álbum de Molly Nilsson, se alinea, aunque de manera optimista (eufórica, incluso), con las visiones de Solnit y Sloterdijk. Sus grandes temas son la autocrítica y las oportunidades de cambio; las ideas antagonistas son el cinismo y el derrotismo. En ocasiones es posible encontrar frases que suenan cercanas a discursos de superación personal comercial, pero es también evidente que el acercamiento de Nilsson a estos discursos es irónico.
En las piezas que conforman Extreme, así como en el material promocional del álbum, Nilsson adopta máscaras deliberadamente mal puestas: a veces es una luchadora de kickboxing y una coach de vida megalomaníaca (“Absolute Power”), una femme fatal extraterrestre (“Take Me to Your Leader”), una guerrera mágica (“Earth Girls”) o una creadora de pastiches punk (“They Will Pay”). Las diversas voces que adopta Nilsson proponen casi siempre lo mismo: lidiar con los problemas y las pesadillas y vencerlos. El álbum mismo empieza con la autoestima por los cielos: “It’s me versus the black hole at the center of the galaxy”. Musicalmente es el trabajo más variado de la cantante, y en ocasiones se posiciona en el extremo opuesto del género en el que suele colocarse: el synth-pop. En Extreme hay dobles bombos, guiños metaleros, power chords, imitaciones de los Ramones, house, momentos que hacen pensar en crooners de jazz; en “Kids Today”, incluso, consigue sonar como Victoria Bergsman. La voz, no obstante, es la misma, y funciona como el factor unificador del conjunto. Extreme es la summa de la poética de Nilsson: un pop DIY que invita a ser imitado y a participar activamente en el mundo.