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Capitalismo gore

Christian Mendoza | lunes, 13 de abril de 2015

El pasado viernes tuvo lugar la conferencia «Capitalismo gore en la coyuntura contemporánea» en la Sala de Conferencias del MUAC, en el marco del programa Sesiones Telecápita. A cargo de Sayak Valencia, la charla giró en torno a la consolidación en México de la violencia como un sistema gubernamental y económico, a las consecuencias que esto tiene sobre el género y a la manera en la que la ciudadanía responde a un panorama donde la vida humana es utilizada como un bien económico y político.

Las directrices de la conferencia parecieron estar claras, y si bien Valencia trae a colación temas urgentes, es posible cuestionar la estructura metodológica de su propuesta dado el contexto académico en el que fue presentada. Pueden surgir cuestionamientos legítimos sobre la manera en la que se analiza el trabajo crítico de los otros –¿es posible juzgar los terrenos en los que un teórico decide activar sus nociones?, ¿la teoría debe permanecer en un entorno completamente técnico y no puede estructurarse con un vocabulario más coloquial?–, pero, si nos desentendemos de los juicios de gusto, resulta fundamental leer con atención cómo se dirige el pensamiento de cualquier autor teórico.

La tradición académica que analiza las múltiples consecuencias de la violencia se limita a describir sistemas. Arjun Appadurai explica cómo el terrorismo surge a partir de la ruptura de los sistemas de gobierno oficiales. Manuel Castells, en su monumental La era de la información, narra, mediante estadísticas, cómo surgen las organizaciones disidentes que se oponen, desde sus propios terrenos discursivos, a la globalización. Achille Mbembe señala, sosteniéndose en Foucault, cómo el genocidio se ha vuelto un medio legal para la política. Estos autores pertenecen a disciplinas específicas –antropología, sociología y filosofía–, y todos ellos proponen términos que identifican no su estilo literario sino su método, el sistema de su pensamiento. Appadurai propone sistemas vertebrados y sistemas celulares para referirse a los gobiernos oficiales y a los construidos por el terrorismo, respectivamente. Castells habla de las comunas de sentido como grupos ciudadanos que generan identidades opuestas a las normatividades de la globalización. Mbembe es un eslabón central en el desarrollo de la necropolítica como unidad de análisis. Ahora bien, todos esos términos son desarrollados a lo largo de su obra. Además de formar parte de sus preocupaciones sociales, los autores mencionados construyen conceptos que se insertan en el análisis más que en el activismo, y que funcionan como posibles lecturas de distintas realidades. Valencia va a un nivel más allá de lo descriptivo.

«¿Los desaparecidos serán un motivo para el levantamiento?», preguntó durante su conferencia. Declarar una posición social resulta encomiable, pero ¿cómo funciona esa postura dentro de su propuesta teórica? La terminología que ofrece Valencia, y que supuestamente tendría que funcionar para leer el contexto nacional del narcotráfico como sistema, es tan vaga que degenera en una jerga académica, en una simple rimbombancia. «Narcomáquina» o «narcopornografía» son términos que parecieran no tener ninguna utilidad estructural, y que parecieran justificar las posturas morales de la autora –refiriéndose al narcotráfico, habló de la narcocultura, sin atender a sus particularidades ni a sus cualidades de síntoma, como un «aparato machista», convicción que fue reafirmada cuando describió a Walter White, personaje principal de Breaking Bad, como una «figura patriarcal», llevando a la serie al nivel de propaganda heternormativa.

Sayak Valencia pretende adaptar su terminología a otras consecuencias de la violencia mexicana, en específico a las que atacan a las minorías de género. Aporta al incluir los ideales de la masculinidad como uno de los síntomas que consolidan el sistema actual –de los adolescentes del Instituto Cumbres hasta los alcaldes que prescriben telenovelas, pasando por los feminicidios en el Estado de México–, pero su acercamiento queda reducido a un «a las mujeres se les demanda estar delgadas». ¿Qué clase de preguntas permite el análisis de Valencia? Con una postura social tan definida y con una terminología tan laxa, sólo señala lo evidente: la violencia crece, vivimos reprimidos por muchas vertientes del sistema, y eso no está bien.

Parece que estamos ante una suerte de oficialismo académico que se limita a lo descriptivo. Pero sucede que aquello permite, además de un desarrollo más estructurado y fructífero de terminologías, un análisis más profundo –y muchas veces, más desolador– de los sistemas imperantes. Por otro lado, las descripciones metodológicas suelen poner en crisis causas políticas fijas, permitiendo un alejamiento de preguntas retóricas –¿las mujeres son reprimidas?, ¿la violencia es sistemática?– y dando pie a formular cuestionamientos de otra clase, mucho más problemáticos. Pensar a la sociedad de una manera alejada de las normatividades panfletarias es también disentir. Tal vez la urgencia sea que los temas que aborda Valencia, concretamente el capitalismo gore, reciban un tratamiento mucho menos predecible.

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