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Literatura

‘Escribir con caca’

Luis Felipe Fabre | miércoles, 9 de agosto de 2017

El jueves 10 de agosto Luis Felipe Fabre presentará Escribir con caca (Sexto Piso), su más reciente libro, en el que aborda la producción poética de Salvador Novo. La cita es en el Cabaret Youkali de la Ciudad de México, a las 19:00 horas. Con este motivo difundimos el inicio del ensayo.   

 

Allá va, a bordo de un taxi, Salvador Novo. Va casi desnudo, cubierto sólo por una bata. Tiene veinte años y las cejas depiladas. Dicen que es hermafrodita. Dicen que ya lo ha leído todo. Tiene veinte años y unos cuantos poemas publicados en revistas. Poemas raros como él. Poemas modernos como solía llamárseles. Poemas que han dado de qué hablar aunque mucho menos de lo que ha dado de qué hablar su autor. Y es que salir a la calle en bata en esta noche relativamente tranquila de 1924 es sólo el menor de sus atrevimientos. Se trata, por supuesto, de una época turbulenta porque a las revoluciones no les sigue nunca la paz aunque así se empeñen algunos en intentar hacernos creer. Pero hay noches, noches como ésta, relativamente tranquilas. Y Salvador Novo ha salido a perturbar la noche atravesando la Ciudad de México a bordo de un taxi. Como una alucinación. Como un vampiro. Como un sonámbulo sexual. ¿Hacia dónde va?

 

Viene de Coahuila donde pasó su niñez, viene de Chihuahua. Aunque nació en la Ciudad de México viene del norte. Viene de la Revolución. Viene en bata como si una voz de alarma avisando que Pancho Villa y sus hombres se aproximan lo hubiera arrancado de la cama y depositado en un taxi en marcha ya a kilómetros de distancia. Viene de otra noche: la de la guerra, la de los hombres de Pancho Villa allanando la casa familiar. Viene de una de esas noches que conducen a ciertos niños de naturaleza sensible y nerviosa a abordar los libros de poesía como si abordaran taxis misteriosos que pudieran llevarlos lejos, muy lejos, hacia otra dimensión, sólo para descubrirse años más tarde a bordo de otros taxis en medio de otro horror, lejos, muy lejos de casa.

 

Allá va el poeta Salvador Novo a bordo de un taxi insomne. ¿Se fijaron en sus labios? ¿En el rojo intenso de sus labios cerrados? Rueguen para que no los abra. Dicen que tiene una lengua afilada y ponzoñosa. Dicen que es una víbora. Dicen que es una perra. Dicen que es una zorra. Yo no lo conozco personalmente, sólo he leído sus poemas, los que ha escrito, los que escribirá. Poemas desencantados pero revolucionarios a su modo, aunque a su autor todo lo que suene a revolución le horrorice. Algunos podrían pasar incluso por verdaderos poemas vanguardistas pero Novo tiene otros planes. Planes que básicamente versan sobre sí mismo y no sobre esos fastidiosos proyectos de transformación social que solían caracterizar a las vanguardias. Si a su paso el mundo se transforma será sólo un efecto colateral.

 

Allá va, perturbando la noche, Salvador Novo. ¿Lo ven? Está posando. Porque se sabe observado y porque siempre está posando. Toparte con él en persona es casi como toparte con su retrato. Novo observa su rostro reflejado en el cristal de la ventanilla del taxi: sabe muy bien cómo ser una imagen. Y lo mismo cuando escribe. Titulará con exactitud Espejo a uno de sus libros de poesía. Sus cejas depiladas, su vestimenta audaz, sus enormes anillos, sus peluquines futuros también son una escritura: una constelación de signos. Novo sabe cómo desdoblarse en texto que se desdobla en imagen que se desdobla en texto que se desdobla en imagen que se desdobla en texto. Viene de Oscar Wilde, de los dandis, de los malditos, pero tiene otros planes que incluyen el verbo traicionar porque a diferencia de ellos posee un acusado instinto de supervivencia. Dicen que es muy ambicioso. Dicen que es íntimo de funcionarios y políticos poderosos. Dicen que es simpatiquísimo. No pretende perderse en la poesía sino salvarse, al menos todavía en esta noche relativamente tranquila de 1924. Será hasta dentro de unos años cuando descubra que no hay salvación en la poesía, y entonces dejará de pretenderla para ahora sí perderse, para ahora sí abismarse, en el juego de espejos de su ausencia.

 

Allá va, posando desde el interior de un taxi improvisado en carro alegórico, Salvador Novo. Viene de lejos como una roca desprendida del Génesis. A pesar de su juventud no queda un ápice de inocencia en ese rostro displicente. Al menos así lo vio y así lo retrató en 1924 Manuel Rodríguez Lozano, un pintor muy guapo que se negó a sumarse al arte nacionalista, didáctico y kilométrico de los muralistas y prefirió juntarse con ese grupo exquisito de poetas jovencísimos, melancólicos y afeminados del que Novo formaba parte. El cuadro al que tituló El taxi puede verse ahora, tantos años después, expuesto en la colección permanente del Museo Nacional de Arte. Allá va, todavía, a bordo de un taxi, Salvador Novo. ¿Va maquillado o el rojo intenso de los labios es sólo una aportación del pintor para subrayar la androginia de su rostro? Cerrados esos labios anuncian otros labios: abiertos.

 

Rodríguez Lozano maquilló en el rostro de Novo una pantomima procaz: la nariz, más larga y aguileña de lo que en realidad era, crece, se esfuerza, intenta en su exageración alcanzar esa boca roja que tampoco es solamente una boca: más que un rostro se trata del preludio de una cópula. Novo tiene hambre: esa hambre otra que es más atroz que el hambre porque el hambre sólo tiene una boca pero esta hambre otra abre otras bocas otras en la carne. No, no se equivocaron quienes llamaron «Los Anales» a Novo y sus amigos. Especialmente no se equivocaron en el caso de Novo. Incluso cerrada su boca roja dice otra boca. No se trata, por supuesto, del único hombre en la Ciudad de México cuyos apetitos lo empujan a abordar un taxi a medianoche, pero a través de Novo esa otra boca no sólo comerá y besará y succionará sino que también hablará. Dirá cosas nunca dichas. Algunos verán en él una amenaza a la virilidad nacional: un profeta obsceno que viene a anunciar en verso la instauración en México del reino de las locas. Otros lo verán sólo como un talentoso versificador que desperdició sus dones en prosas que cobraba caro y en chistes sucios cuya escritura se avendría mejor a los muros de los baños públicos que a los libros de poesía. Lo cierto es que esa otra boca roja está por abrirse. Esperen. Miren: se está abriendo. Va a decir algo. Escuchen. Esperen. Hay muchas preguntas que aguardan una respuesta. Para empezar: ¿Quién conduce el taxi?

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