El 5 de octubre The New York Times publicó un reportaje que acusó al productor Harvey Weinstein, de 65 años, de haber sobornado a varias mujeres, agredidas por él a lo largo de veinte años, para evitar que revelaran sus historias a la prensa. Desde ese momento han trascendido más abusos perpetrados por el poderoso productor, sobre todo a actrices célebres. Lo que más llama la atención es que, poco a poco, toda la gente de la industria de Hollywood se ha desvinculado de Weinstein, que produjo varios de los filmes más premiados de los últimos años: Los juegos del destino (2012), El artista (2011) y El discurso del rey (2010), entre otros. ¿La historia del productor es una fisura en la narrativa dominante del cine? Al parecer, sí. Y, además, la historia espejea con la de otro hombre que domina el contexto político, Donald Trump, también señalado como depredador.
Hollywood siempre ha dispuesto de una estructura de grandes dimensiones, un engranaje bien articulado, para garantizar la transparencia de sus relatos, es decir de proponer sus representaciones como verdades y nunca atentar contra la ilusión que proponen. «El problema básico en torno de la producción de Hollywood no se encuentra en el hecho de que haya fabricación, sino en el método utilizado para ella y en la articulación de ese método con los intereses de los dueños de la industria», considera Ismail Xavier en El discurso cinematográfico. La opacidad y la transparencia. Ese método del que habla el crítico brasileño es uno basado en la explotación, como se ha advertido, apenas esbozado, en algunas películas que han sido ejercicios de metaficción, de reflexión autorreferencial, salidos de la misma industria.
Hay varios ejemplos en la historia del cine a través de los que se puede abordar de qué manera funciona Hollywood. Sunset Blvd. (1950), de Billy Wilder, es todavía una película audaz. En ella se presagia un cambio en la industria, una etapa en la que a las estrellas (ya envejecidas) les es imposible sostener la ficción de su fulgor y son reveladas como piezas (indeseables a largo plazo) de una industria que los ha alienado. Wilder, según considera Eduardo Russo, es un cineasta aerodinámico, cuyas obras, que forman parte innegable del cine clásico de Hollywood, riñen con la vocación de disimulo propia del ideal de transparencia. La respuesta al filme de Wilder es The Bad and the Beautiful (1952), de Vincente Minnelli. Este filme anclado al star system, en defensa de él, es sobre un grupo de personas (una actriz, un guionista y un director) que se reúnen para meditar su decisión de trabajar de nuevo con Jonathan Shields (Kirk Douglas), un productor que los traicionó. El filme es un gran flashback en el que se cuenta una historia de abusos que mitifica la figura del productor cuyo genio justifica su historial. Su relación con la actriz tiene un eco en el que siempre se insiste: él la creó. Con Mapa de las estrellas (2014), David Cronenberg actualizó el contexto de Hollywood. El canadiense, que por primera vez filmó en Los Ángeles, entregó una historia donde reina la locura. El filme plantea un ambiente potentado en el que la razón escasea: productores, directores, agentes, publicistas y empleados son abusados y, en consecuencia, exprimen a otros. La visión de Cronenberg es dura, sin glamour: retrata a las víctimas pero no las disculpa, plantea un sistema de complicidades asumidas entre todos los integrantes del sistema.
Ismael Xavier asegura que la estética que impera en Hollywood –que todavía alude al concepto de transparencia, que garantiza la seguridad del dispositivo cinematográfico para producir ficciones que son entendidas por el público como naturalistas, reflejo de la realidad– ancla al cine con las necesidades relacionadas con los intereses de la clase dominante. Al ser parte de la maquinaria capitalista, la industria del cine de Estados Unidos, que tiene una penetración enorme en el imaginario colectivo, siempre ha tenido a hombres como Weinstein, que han jugado un papel fundamental para que el cine sea un arma ideológica que legitime, de forma artística y convincente, la agenda de las élites de poder. En el pasado ese rol lo jugaron Louis B. Mayer (fundador de MGM, a quien se le atribuyen abusos contra Judy Garland) y David. O. Selznik (que importó a Hollywood a Ingrid Bergman y Alfred Hitchcock), por ejemplo. La pregunta ante el caso Weinstein es si la industria de Hollywood podría funcionar sin abusos. Al productor se le retira el apoyo de las organizaciones más cohesionadas del cine de Estados Unidos (como los grupos de productores e incluso la Academia, que otorga los Óscar) en un intento de proteger a la misma industria, pero ¿de qué forma afectará esto los códigos de producción? Está por verse.