24/11/2024
Artes visuales
Iván Argote: negociar con la realidad
Monumentos, patrimonio y espacio público son conceptos sobre los que reflexiona ‘Somos tiernos’, la muestra del colombiano en el Museo del Chopo. En esta charla el artista abunda en el origen de estas preocupaciones y en el abordaje que propone.
El artista colombiano Iván Argote (Bogotá, 1983) exhibe de forma individual en México. Somos tiernos, que se podrá ver en Museo Universitario del Chopo hasta el 7 de enero de 2018, es una exposición que plantea un abordaje afectivo para escudriñar en las implicaciones políticas de los espacios reales (como el espacio público y sus monumentos) e imaginarios (ideologías que sustentan el poder en la historia del arte, por ejemplo). Argote, que estudió diseño en Colombia y arte en Francia, platicó con La Tempestad sobre su trabajo.
Tu práctica artística puede ser leída como una crítica a la realidad, aunque de una forma poco convencional que mezcla lo humorístico con lo absurdo. ¿En qué consiste tu estrategia para acercarte y abordar los procesos de lo cotidiano?
En tanto que individuos, a pesar de que somos una cosa pequeña, un evento mínimo, tenemos derecho a negociar con la realidad que nos tocó vivir. Muchos de mis proyectos son negociaciones con monumentos, son intervenciones que no buscan destruir ni dañar, tampoco negar una historia. Todo lo contrario: se tratar de dialogar con ésta. Mi acercamiento es a partir de lo afectivo; es una estrategia, un camino, además de la investigación, el performance y la acción.
«De cierta forma la exposición sugiere una lectura sobre el patrimonio y la memoria, sobre los análisis que hago que cruzan la memoria, el afecto, la política y la historia»
El título de la muestra es curioso. Parece un llamado a la reflexión que propone tomar una actitud no violenta, vinculada a la participación que involucra las emociones, la sensibilidad.
La inteligencia emocional y los afectos, que a veces forman parte de una dinámica familiar, no se contemplan en ningún programa curricular de educación. Tal vez en las facultades de psicología se les contempla, como un objeto de estudio y no como herramienta de trabajo. Vengo de una familia de educadores militantes que fueron muy radicales y que, poco a poco, implementaron estructuras sindicales y políticas en varios proyectos. La cercanía con ese ámbito combativo me ha permitido saber que la confrontación puramente racional y directa no produce resultados satisfactorios, a veces produce secuelas. No se trata de abandonar esa óptica, sino de saber que hay otras maneras efectivas de acercamiento que pueden provenir del afecto. Somos tiernos surgió como parte de una campaña de pósters con esa frase que hice de forma anónima; los afiches, una forma de intervenir el paisaje, los pegué en cinco ciudades de Colombia. Me interesa saber qué pasará de aquí a unos años al plantear preguntas en la calle, sin tener que pedirle permiso a nadie para hacerlo. Curiosamente sí hubo una reacción: la gente en Instagram comenzó a subir fotos de los afiches y a utilizar la frase. Me tomo muy en serio esto, no lo veo como algo subjetivo ni cursi. Hay un manierismo de ser contestatario: pelear, gritar, etcétera. Aunque hay otras formas de explorar los temas, de llegarle a la gente.
Las obras que conforman Somos tiernos son una meditación de conceptos como monumento, patrimonio y espacio público. ¿Estas nociones se afectaron con tu traslado de Colombia, el país en el que naciste, a Francia, donde te has establecido?
Crecí en un barrio periférico, de vivienda social. Ahí hice mi escuela primaria. Me la pasaba mucho tiempo en la calle, llevaba una vida al estilo de Tom Sawyer. Luego me trasladé con mi familia al centro, cerca de la Universidad Nacional, en la que estudié de los 16 a los 22 años. Tenía un grupo de amigos, nos hacíamos llamar los etceteristas. Cantábamos en el transporte público, en el que hacíamos intervenciones, y dábamos monedas porque lo hacíamos muy mal. Era una forma de subvertir las relaciones. Al llegar a Francia, a los 23 años, me encontré con una estructura mucho más rígida, con un país con una historia imperial. Me impactó ver que las enes de Napoleón todavía están en los puentes. Bogotá es una ciudad que está cambiando mucho y de forma rápida; París, al revés, cambia muy lento. Recuerdo que el primer día que estuve ahí fui al Museo del Louvre. Me pregunté ¿qué hace una esfinge y objetos del patrimonio universal aquí, cuando en Colombia apenas si hay cosas de las culturas precolombinas?, ¿cómo es que adquirieron todo esto?, ¿por qué en los lugares de origen de estas cosas no hay un museo como éste? Sentí algo muy extraño: una especie de admiración pero a la vez molestia. Imaginé qué pasaría si en Brasil, por ejemplo, pusieran la Torre Eiffel en una plaza y el pueblo dijera “nos la trajimos”. Todas esas obras del museo son símbolos de poder. Esa experiencia afectó mi idea de patrimonio, de cómo el estado fomenta la cultura de lo que se tiene que conservar. La etimología de esa palabra es “la herencia del padre”, es bastante machista, patriarcal.
Retouch, Iván Argote, 2008, 00’12» from Ivan Argote on Vimeo.
Retouch (2008) es una obra seminal en tu práctica. ¿Qué te interesa subrayar de esta idea de resistencia para cuestionar el aura artística de lo establecido?
En Colombia estudié la historia del arte en fotocopias. Me parece muy sesgado que el pequeño centro Europeo que es París, que no deja de ser local, se haya vuelto universal. La historia del arte tiene una geografía que está bien identificada: Sumeria, Egipto, Grecia, Roma y luego Europa. Tradicionalmente no se aborda esta narrativa desde África o Asia, por ejemplo. No estoy en contra de esa visión, pero no es la única, uno tiene el derecho a negociar. Retouch es un video que se basa en eso, que pregunta qué lugar ocupamos dentro de un museo, una institución, donde se vanaglorian objetos e ideas que no se pueden intervenir. Para crear la obra inventé un personaje que está enojado con el arte moderno, con la institución museística: elegí dos obras de Mondrian que están en el Centro Pompidou. Al estar frente a ellas hice un gesto, como si pintara encima de ellas, y lo filmé. Luego, de manera digital, imagen por imagen, creé un trazo para simular una intervención. Fue una especie de declaración: estudiar arte en Francia es enfrentarse con una visión muy tradicional, clásica, ortodoxa. La pieza, que generó molestia, es una reflexión sobre el medio y su tratamiento. Me interesa mostrar cómo se modifican las cosas, de qué forma se las manipula. En ese tiempo estaba interesado en el performance, cuyo registro es a veces muy ingenio. Quise jugar con esa ingenuidad, con el confort que se tiene al mirar algo y creerlo.
¿De qué forma fue planteada la exposición?, ¿cuál fue el criterio para elegir las obras que se pueden ver?
Itzel Vargas, la curadora de la muestra, me propuso hacer un diálogo, exponer obras de hace tres o cinco años, con otras hechas especialmente para la exhibición con el objetivo de darle contexto a mi trabajo. De cierta forma la exposición sugiere una lectura sobre el patrimonio y la memoria, sobre los análisis que hago que cruzan la memoria, el afecto, la política y la historia. Por ejemplo, hay un filme que se llama Activissime (2015), éste es sobre unos talleres de protesta infantil que vengo haciendo desde 2011 donde tomo el rol del provocador para que los niños generen eslóganes sobre lo que les gusta o no de su casa, la calle o la gente. Es divertido porque se generan manifestaciones con megáfonos y otras herramientas. Reddishblue Memories (2017) es otro video realizado a partir de una foto familiar. El filme, además, es una hipótesis mía de cómo Kodak cambió el sistema de revelado porque la compañía se dio cuenta que con el paso del tiempo las fotografías se volvían rojas; no querían que los archivos tomaran el color del enemigo, del comunismo. A partir de los sesenta, las fotos, si nos damos cuenta, tienen un pigmento azul; las anteriores son rojizas.