16 de agosto de 2017

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22/11/2024

Música

Engañosa soledad

En su primer disco, ‘Solitude’, Séverine Ballon explora, a través del virtuosismo y una conversación íntima con los compositores, las facetas aún desconocidas, y perturbadoras, del chelo.

Jeremy Glazier | viernes, 8 de diciembre de 2017

Graduada de la Academia de Música de Berlín, la chelista francesa Séverine Ballon (Angers, Francia, 1980) ha explorado el campo de la improvisación. Fue solista de la Orquesta de Cámara de Toulouse. Ha colaborado con diferentes músicos, entre los que se encuentran Helmut Lachenmann, Chaya Czernowin, Rebecca Saunders y Liza Lim. También con la orquesta Klangforum Wien, así como con los ensambles Musikfabrik, Intercontemporain e Ictus. Su primera grabación, Solitude, fue lanzada a finales de 2015. Hoy Ballon ofrecerá un recital en Chihuahua, en el marco del Festival de Arte Nuevo, motivo por el que recuperamos la reseña de su álbum debut.

Este año se celebra el aniversario cincuenta de la que, podría argumentarse, es la pieza más destacada para solo de chelo en el repertorio moderno: Nomos Alpha, de Iannis Xenakis. Es una obra de virtuosismo abrasador que redefinió los límites sonoros e imaginativos del instrumento. El musicólogo Harry Halbreich lo consideró «una mina de nuevos efectos sonoros» y «uno de los ejemplos más rigurosos de música simbólica basada en teoría». Famosamente difícil de interpretar, utiliza cuartos de tono, microtonos, dobles cuerdas y violentos glissandi. El vibrato está prohibido y, tal vez es lo más destacado, el final de la pieza exige que se afine la cuerda más grave del instrumento una octava debajo de lo normal, técnica llamada scordatura, italiano para desafinar.

La pieza no se interpreta en Solitude. Sin embargo, Séverine Ballon fue estudiante del hombre para quien Xenakis la escribió: Siegfried Palm. De las cinco piezas incluidas en el disco, cuatro fueron escritas para Ballon y la que no –Parjanya-Vata (1981), de James Dillon– es la única que no utiliza la scordatura. Si en el contexto de las obras tardías de Dillon (cuyas técnicas extendidas Ballon pasó gran parte de su carrera desarrollando y perfeccionando) esa pieza parece tradicional, como un sorprendente epitafio para el gran compositor escocés de lo complejo, el hecho de que fuese escrito un año después del nacimiento de Ballon parece darle el estatuto de historia del origen: un punto de partida mucho más cercano a ella, cronológica y estéticamente, que Nomos Alpha, pero que ciertamente está en deuda, como Dillon siempre ha reconocido.

El álbum inicia con Solitude (2013), una importante obra de la compositora británica Rebecca Saunders. El título, traducible al español como Soledad, se presta a la ironía: un músico con un instrumento nunca está realmente solo. Especialmente cuando, como señala John Fallas en el cuadernillo del disco, el músico es capaz de crear la «ilusión» de que «emergen dos o más voces de una sola línea de música». La scordatura crea, además, la sensación de escuchar múltiples instrumentos, dado que afloja la cuerda para producir un sonido más profundo y resonante, que se asemeja al contrabajo. Como el registro de la voz rota (o su opuesto, el falsete), la scordatura es dramática, performática y, en manos de una chelista hábil y temeraria como Ballon, brinda al instrumento un nuevo rango de personalidades.

Invisibility (2009) es el título de la extraordinaria obra de Liza Lim, en la que también emergen dobles voces, esta vez no sólo a través de la scordatura sino por el uso de un arco dentado. El hilo está enrollado en la madera del arco, creando superficies y, por lo tanto, distintos sonidos y texturas. Este arco guiro se intercambia con uno normal a la mitad de la pieza, regresando a un sonido que es, acústica y visiblemente, más familiar para nuestro mundo, hasta los últimos minutos, cuando se utilizan ambos arcos de forma simultánea, creando un efecto que, lejos de ser invisible, es tan visual como aurático. Una de las ventajas de escuchar esta pieza en un disco es que sin ver la impresionante técnica de Ballon a dos manos estamos obligados a concentrarnos exclusivamente en la reluciente cortina de ruido. El efecto es hipnótico.

En La Bataille de Caresme et de Charnage, de Mauro Lanza, se realiza la combinación clásica de un pianista y un chelista, que data del siglo XVII (la sonata para chelo y clavecín de Giuseppe Maria antecede a las seis suites para chelo de Bach por veinte años). El título se refiere a una obra de Pieter Bruegel el viejo, en el que las fuerzas de la mesura y el exceso (la cuaresma y el carnaval) se enfrentan. Pero la naturaleza juguetona de la pieza parece sugerir que estas fuerzas tienden hacia el exceso: además de para chelo y piano, esta pieza está compuesta para canto de aves, campanas, armónica y un cojín humorístico (hace el sonido de un pedo). Un auténtico carnaval de sonidos y texturas. Incluso el chelo y el piano (interpretado por Mark Knoop) son llevados a los extremos, a través de preparaciones con masilla y otros objetos insertados en las cuerdas. Aunque la pieza inicia de una forma austera y serena, pronto cede a la emoción exótica de lo carnavalesco.

Finalmente, Blackbird (2013), de Thierry Blondeau, para chelo y cinta, nos regresa a una especie de soledad. Hay poco al inicio de la obra que evoque el canto del mirlo titular; no se trata del mismo mundo sonoro encontrado en Petites esquisses d’oiseaux de Messiaen (que incluye una brillante y sofisticada interpretación de “Le Merle Noir”). De hecho, la disonancia cognitiva entre las suposiciones programáticas del título y la scordatura reverberante que confronta al escucha al inicio resulta confusa y ominosa. Es tan efectiva que recuerda a otra ave negra, el cuervo de Poe, que llega desde la «ribera plutónica de la noche» para enloquecernos y aterrorizarnos con su inexplicable pero acusatorio llanto. Cuando algo que realmente se asemeja al canto del mirlo aparece, hacia el final de la obra, es difícil decir si viene del chelo o de la cinta grabada, cuya extrañeza se mezcla con las técnicas extendidas del instrumento, creando un paisaje sonoro auténticamente perturbador. El humano, el ave, el instrumento y la cinta: estos elementos se disuelven y unen en combinaciones extrañas y fuera de este mundo. No estamos solos: la naturaleza inexpugnable de la presencia que nos posee, que podría o no ser una parte de nosotros, es tan fascinante como chocante.

 

Publicado en La Tempestad 108 (marzo de 2016)

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