25/11/2024
Libro de la semana
De vuelta a la tierra baldía
«El destino de las obras marcadamente eruditas es ser releídas y reinterpretadas, ya sea en nuevas ediciones o nuevas traducciones», dice Guillermo Núñez, que revisa ‘La tierra baldía’, de T.S. Eliot.
Dado su lugar en el canon tendemos a olvidar el vínculo profundo entre La tierra baldía (1922), de T.S. Eliot, y el desánimo moral que se vivió en el período de entreguerras del siglo pasado, por no hablar de los extremismos que germinaron entonces. El mismo Eliot, a quien generosamente se le ha llamado conservador, consintió ideas antisemitas, como dieron cuenta las conferencias que dictó en la Universidad de Virginia a principios de la década de los 30 –se publicaron como libro en 1933 bajo el título de After Strange Gods (o Tras los dioses extraños), una referencia al Deuteronomio. Aunque para entonces, como han notado críticos como la escritora Roz Kaveney, en la obra de Eliot ya se notaba un mente gélida que aspiraba meramente a administrar la cultura que, consideraba, merecía ser conservada, debe decirse que también en La tierra baldía se encuentra ese ánimo referencial en ¿feliz? matrimonio con técnicas modernistas, algo parecido a abruptos cortes de edición que priman la incoherencia (famosamente, la primera versión de La tierra baldía, titulada Hace de policía con distintas voces, era más extensa y pasó por la severa lectura de Pound).
El destino de las obras marcadamente eruditas que al mismo tiempo son formalmente exigentes es ser releídas y reinterpretadas, ya sea en nuevas ediciones o nuevas traducciones. Es, por supuesto, el caso de La tierra baldía, que ha tenido incontables versiones en nuestra lengua así como lecturas que han rastreado sus referencias. Ahora, en las mesas de novedades, podrá encontrarse sin dificultad una edición mexicana que recupera una de las primeras traducciones a nuestra lengua, la de Enrique Munguía Jr., uno de los Contemporáneos, que publicó su versión en prosa en 1930 (también se rescata su introducción); esa traducción es acompañada por la versión, nueva, de Gabriel Bernal Granados, en la que se propone también una forma renovada de leer el poema (como lo aclara Bernal Granados en su nota). Estas traducciones son acompañadas por una muestra del primer impacto que tuvo el poema, con una impresión de Virginia Woolf y una crítica de Conrad Aiken.
En contraste con otras ediciones de El Tucán de Virginia, que ha publicado una constelación de libros bilingües de hitos de la poesía moderna –Rimbaud, Mallarmé, Apollinaire…–, esta presentación de La tierra baldía parece de lujo. Tiene un modesto aparato crítico (además de ensayos de Armando González Torres, Edward Hirsch y Guillermo Fadanelli) pero además se le dio un lugar privilegiado al poema: en dos volúmenes, en uno de ellos se incluye el poema en su lengua original, sólo acompañado por la obra gráfica de Emiliano Gironella Parra. Pero aquí, me temo, debemos hacer un comentario aparte.
Tanto el ensayo “Hurry Up, Hurry Up, sexo rápido en T.W.L.” de Víctor Manuel Mendiola, y el de Fadanelli –más concentrado en engarzar la obra gráfica con el poema– se permiten pasar al registro de la extraña pero distintiva voz que uno puede encontrar en infoproductos o publirreportajes. Y es que esta versión de La tierra baldía se presenta como una coedición con Elementia, la empresa cementera de Carlos Slim. De tal forma, mientras Mendiola enumera los distintos “conjuros” que dieron posibilidad al libro (“la nigromancia en la representación plástica de las imágenes principales del poema”; “la adivinación de dos traducciones”; “el hechizo de las primeras impresiones”), se permite hablar con otro lenguaje de magia negra de nuestra época, el de la transparencia: “También hemos contado con el soporte financiero de Elementia, empresa que precisamente fabrica las placas de fibro-cemento sobre las cuales Gironella grabó sus iluminaciones”. El tono tiene eco en el ensayo de Fadanelli, donde leemos esta ¿aclaración?: “Como sustrato material de sus grabados, Gironella utiliza un material resistente y ligero conocido como fibro-cemento, el cual se acomoda a una múltiple diversidad de funciones, se trata de la innovación tecnológica de una empresa, Elementia, cuyo catálogo de materiales muestra hasta qué punto estos…”, etcétera.
Es claro que el páramo editorial orilla a encontrar soluciones financieras inventivas, pero no quita que sea inquietante leer esas líneas en vecindad con algunos versos de Eliot, como los de “El sermón del fuego”, donde aparecen algunas de las fantasmagorías producidas por la industria (“Una rata se deslizaba suavemente entre la vegetación / Arrastrando su incipiente barriga en la ribera, / Mientras yo estaba pescando en el soso canal, / Una tarde de invierno a la vuelta de la fábrica de gas,…”).