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Un doblez, un escondite

Con ‘El hilo fantasma’, Paul Thomas Anderson –un cineasta consciente de sus influencias– entrega un filme inusual y potente, una verdadera rareza del cine actual.

Carlos Rodríguez | miércoles, 28 de febrero de 2018

Fotograma de 'El hilo fantasma'

El hilo fantasma (2017) es, en algún sentido, el reverso de Sospecha (1941), una de las primeras películas que hizo Alfred Hitchcock en Estados Unidos, aunque con un fuerte acento británico, palpable tanto en el elenco como en el desarrollo de la historia, que sigue a una joven acaudalada que conoce a un hombre (que a pesar de su boleto de tercera clase viaja en primera) durante un trayecto en tren que recorre Londres. Pronto se efectúa su matrimonio, sobre el que se ciñe una duda: ella cree que él la quiere asesinar. En el filme de Anderson, que da un nuevo paso en su destacada filmografía, también desarrolla una historia sobre una pareja británica con diferencias sociales que mantiene una relación peculiar, de sumisión. Sin embargo, el creador estadounidense es consciente de sus influencias y entrega un filme inusual y potente, una verdadera rareza del cine actual.

El pliegue, ese donde el personaje de Daniel Day-Lewis (un diseñador de alta costura obsesivo y perfeccionista) guarda mensajes bordados entre los dobladillos de los vestidos que confecciona, es la imagen que define el filme. Al desdoblar el cine de Hitchcock, en el que el británico contó historias inspiradas en la aristocracia británica (como Rebecca, 1940), Anderson realiza un ejercicio en el que el género cinematográfico se diluye, se escurre conforme avanza la película. Ésta plantea la relación entre Reynolds Woodcock (Day-Lewis) y Alma (Vicky Krieps). Ella trabaja como mesera en una cafetería. Pronto establecen una relación particular, vigilada por Cyril (Lesley Manville), la socia de Reynolds y ama de llaves de la casa-estudio del diseñador, a la que llega a vivir Alma, una extraña en ese mundo donde reinan el silencio y el orden.  

Las diferencias entre Reynolds y Alma pronto se hacen evidentes. Él, que la toma como modelo para diseñar sus suntuosos vestidos, no soporta sus malos modales (que haga ruido al comer o lo interrumpa al trabajar, por ejemplo). Reynolds, que trata a la chica como a una empleada más de su estudio, sólo es cariñoso con ella cuando cae enfermo. Casi a la mitad de la película –que aparenta centrarse en relaciones enfermizas, un tema repetido hasta el cansancio–, ésta parece vestirse con el disfraz del thriller: Alma planea envenenar a Reynolds. ¿Se trata de una venganza al ser rebajada por Reynolds debido a su educación?, ¿es éste el papel de una mujer que vive bajo el mandato patriarcal? Anderson es muy cuidadoso: esquiva ese tipo de explicaciones fáciles, reduccionistas. El pasado de los personajes, también, es difuso. De él se saben pocas cosas, su devoción por su madre; de ella, nada. La interpretación psicologista se anula.

El tercer movimiento de El hilo fantasma sobreviene cuando el thriller que se esbozaba, la rabia y la venganza tanto de Alma como de Reynolds, se convierte en un juego, en una sumisión amorosa. El suspenso desaparece pero el velo misterioso que arropa al filme no, para seguir con la metáfora del vestuario. Subyace un enigma sobre una pareja que recuerda los encadenamientos de los filmes de Hitchcock. Hacia el final de Sospecha, por ejemplo, la protagonista acepta que el hombre que ama quiera jugar al gato y al ratón. El juego es excitante, es casi un deporte en el que se lucha por batir al otro. Y luego darle otra oportunidad.  

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