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Errores que cometemos

Aquí, algunos consejos de Jorge Pedro Uribe Llamas para poner en duda la información que se propaga de los lugares que habitamos, que conviene revisar con mayor detenimiento.

Jorge Pedro Uribe Llamas | jueves, 15 de marzo de 2018

La imagen de la Torre Latinoamericana es de Santiago Arau - Twitter @Santiago_Arau

Los cronistas urbanos nos dedicamos a relatar el pasado y muy especialmente el presente de nuestras ciudades, colonias o pueblos. No es un trabajo sencillo y desde luego que nos equivocamos. Será por falta de rigor, imaginación o laboriosidad. Y sin embargo nunca es tarde para recular. Funcione la siguiente reflexión como una gentil autocrítica, a la vez que se repasan algunas erratas frecuentes a la hora de querer narrar la Ciudad de México.

Somos grandes entusiastas de las fotografías antiguas en Facebook, pero qué terror que un importante número de comentarios provocadas por ellas se refiera a cómo era mejor la capital antes. Esta percepción sólo puede derivar en un desdén hacia el presente, poniendo en riesgo los recuerdos del porvenir. Si no valoramos también el patrimonio reciente resulta poco probable que lleguemos a conservarlo. ¿De qué sirve añorar un desaparecido convento franciscano si mejor podemos apreciar la Torre Latinoamericana cimentada en el mismo terreno, o incluso el cenobio que en estos días mantienen los padres franciscos en Coyoacán? Esta actitud, típica entre no pocos cronistas, ha sido igualmente responsabilidad de literatos y cineastas empeñados en destacar lo histórico por encima de lo que verdaderamente caracteriza a nuestro tiempo. Sospechamos nosotros que dentro de unos 100 años se quiera saber más sobre las casas de Villa de Cortés que acerca de La Villa o las casas de Cortés. Y de cómo viven en este 2018 los ciudadanos de a pie, legado más sobresaliente que cualquier piedra o imagen en blanco y negro. No siempre el pasado fue mejor, por fortuna.

Por otra parte, se comprende que ahora casi todo el mundo ande buscando clics, titulares que apetezca compartir, seguidores. El riesgo consiste en convertir un conocimiento delicado en sentencia replicable de escasos caracteres, cuanto más categórica mejor. No podemos ser tan irresponsables; se requiere de una mayor precisión a la hora de afirmar por ejemplo que la casa de Manzanares 25 es la más antigua del Centro o la única del siglo XVI. La gravedad aumenta cuando con una enorme facilidad, o pereza, se llega a asegurar que algo lo es de toda la ciudad o el país o el continente. No conviene repetir frases simplonas, por atractivas que queden, vale la pena revisar antes archivos, consultar a historiadores, hacer las visitas pertinentes, reportear esmeradamente. Creemos que un cronista debiera formular más preguntas que respuestas. ¿Sí es La Mercería del Refugio el negocio más antiguo del Centro o la barbería de Cuba 73 la más añosa o La Peninsular la cantina más longeva de la urbe?, ¿de veras puede decirse que México tuvo la primera universidad de América, y hospital y periódico?, ¿a través de qué certezas difundir que tal o cual monasterio fue el más vasto territorialmente de la Nueva España? Que estas ideas se propaguen entre la población no tiene nada de condenable, tampoco se trata de ponernos puntillosos, pero sí que lo avale un experto. Son las otras fake news, en las que nadie parece reparar. Un caso que inquieta particularmente es el de la calle de Tacuba, dizque la más antigua de la ciudad. Como si el Centro fuera lo más viejo, y en realidad es de lo último del período prehispánico, poblado hasta el siglo XIV, cuando casi todo lo demás que ahora llamamos la ciudad ya estaba habitado y urbanizado. De cualquier forma la calzada hacia Tlacopan no podía ser la primera que construyeron los mexicas en el islote; recomendamos consultar a este respecto a Barbara E. Mundy en su esclarecedor The death of Tenochtitlan, the birth of Mexico (2015), últimamente editado en español.

Otro tropiezo recurrente: si está publicado entonces es cierto, o si lo dijo alguien famoso o uno con títulos académicos. Pero todos nos equivocamos, y esto incluye a renombrados personajes, por decir Artemio de Valle-Arizpe, quien en un célebre libro confunde la casa de los Acebedos con la del mayorazgo de Nava Chávez. Con tanta información disponible en la actualidad, a esta generación de cronistas capitalinos nos corresponde más bien poner en duda el cúmulo de datos reproducidos hasta el cansancio, con el propósito de enriquecerlos. No somos guías de turismo, de esos que cuentan afuera de nuestro edificio de arquitectura neocolonial, en la esquina norte oriente de Cuba y Chile, que esta es «la vecindad de las ajaracas». Si hacia allá se dirige la labor de un cronista, a veces embozado con capa y divulgando leyendas coloniales en fabla, no extrañe así que algún día acabe éste diciendo que los españoles nos conquistaron, o la iglesia de Loreto es de Manuel Tolsá, o en la Plaza de la Aguilita fundaron los mexicas Tenochtitlan, o la Casa Talavera perteneció a los marqueses de Aguayo, o la Roma fue inicialmente una colonia para aristócratas, o Moctezuma y Cortés se encontraron por primera vez en el cruce de República del Salvador y Pino Suárez, o somos la ciudad con más museos del mundo, o el Árbol de la Noche Triste se halla en Popotla, o Mexihko sólo puede significar en el ombligo de la luna… Enunciados cómodos que tenemos la obligación de revisar con mayor detenimiento. Se lo debemos a quienes confían en nosotros.

Jueves 15 de marzo de 2018

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