23/11/2024
Arquitectura
Arquitectura participativa en acción
Jóvenes de la comunidad de Tepetzintan, ubicada en la Sierra Nororiental de Puebla, tomaron la iniciativa de diseñar y autoconstruir su propia escuela. El estudio Comunal, que gestionó el proyecto, habla de la realización del mismo
La historia de la Escuela Rural Productiva de la comunidad de Tepetzintan, en la Sierra Nororiental de Puebla, está ligada al interés de su población por tener un espacio para que los jóvenes que terminan la secundaria continúen sus estudios. El proyecto surgió cuando el estudio arquitectónico Comunal fue contactado por los jóvenes del Bachillerato Rural Digital No. 186 para que éste les ayudara a construir una escuela. Esto sucedió después de que Comunal –fundado en 2015 por Mariana Ordóñez Grajales– impartiera una serie de talleres de técnicas constructivas y de diseño participativo en la comunidad. La Escuela Rural Productiva, que le hace frente al urgente problema de migración por falta de oportunidades en Tepetzintan, tiene un impacto a nivel regional de 5 mil personas.
“Nuestra práctica ha surgido del interés por llevar nuestros deberes profesionales a lugares donde generalmente no hay asesoramiento técnico-arquitectónico”, comenta la arquitecta Jesica Amescua, que se integró al estudio en 2017. “La idea principal de la arquitectura participativa es no imponer los proyectos, sino que éstos sean resultado de un consenso y de una suma de conocimientos tanto técnicos como locales”, asegura Amescua.
Siguiendo este enfoque, en 2016 Comunal organizó varios talleres en los que participaron alumnos, padres de familia y el comité educativo de la comunidad a nivel bachillerato para definir los alcances deseados del proyecto. En éstos se estableció un programa arquitectónico que atiende las necesidades de Tepetzintan. Es decir, la idea es que la escuela les permita aprender materias a través de oficios como la producción de miel melipona, mermeladas, ungüentos y bambú y, además, rescatar métodos tradicionales de cultivo y herbolaria.
Luego de la realización de estos talleres, el estudio generó una propuesta tomando como base los conceptos, las maquetas y los planos generados por los alumnos. Amescua ahonda en el proceso: “ellos querían que esta escuela más que ser una serie de aulas, fuera un espacio que detone cadenas productivas y oficios locales. Otro de los ejes rectores del proyecto es la sustentabilidad, por lo que éste implementa un sistema de captación que permite un manejo integral del agua, con lo que se aprovecha la cosecha pluvial y las aguas residuales a través del uso de biodigestores”.
La primera etapa de construcción del proyecto –que contempló un sistema constructivo modular y prefabricado con materiales locales e industrializados– fue impulsada gracias al Fondo para iniciativas locales, dotado con 400 mil pesos, que otorgó la Embajada de Canadá en México. Con estos recursos se planteó la construcción de un aula y un baño. Actualmente está por concluir el primer movimiento del proyecto. Esto se logró con el apoyo de la comunidad, que aportó bambú y piedra y realizó faenas para acarreo de materiales. Comunal también gestionó alianzas e intercambios con Novaceramic, Rotoplas y Ecolam.
El pasado domingo 1 de abril el estudio cerró su campaña en Donadora, a través de la que recaudó cerca de 150 mil pesos, dinero con el que iniciará la segunda etapa del proyecto, que consiste en la construcción de dos aulas más para que los alumnos puedan cursar el periodo escolar de agosto-diciembre 2018.
Con respecto a fechas de término de obra o expectativas de desarrollo, Jesica afirma que el proyecto “implica trabajar al mismo ritmo que nos demande la comunidad porque mucho del proceso constructivo tiene que ver con faenas y esto tiene sus propios ritmos en las comunidades”.
Hoy Comunal se encuentra trabajando a la par con otras comunidades rurales. Dentro de sus proyectos destacan una colaboración en curso con la Fundación Haciendas del Mundo Maya en un proyecto de reconstrucción en la sierra Mixe de Oaxaca (debido a daños ocasionados por el sismo del 7 de septiembre). De la misma forma actualmente participan de forma activa en la reconstrucción de viviendas con una comunidad rural de más de 100 familias del norte de la sierra cuya costumbre constructiva gira en torno al adobe.
“El diseño participativo te ayuda a retomar ciertos diálogos para poder entender las lógicas de los imaginarios de la población y hacer propuestas para que las comunidades tomen decisiones”, considera Amescua en relación al enfoque profesional del taller y el impacto que puede tener la ejecución del diseño participativo en la labor arquitectónica.