Ai Weiwei ha demostrado ampliamente su interés por la crisis migratoria actual a través de diversas instalaciones. El tema alude directamente a la vida del creador. Su padre, el poeta Ai Qing, fue enviado junto con su familia a Xinjiang, al noreste de China, acusado de derechista por las autoridades del país. En 1976, luego de 16 años, la familia pudo regresar a Pekín.
Resulta interesante que Ai –quien estudió animación en la Academia de Cine de Beijing– haya decidido hacer Marea humana (2017), una película sobre los desplazamientos humanos motivados por guerras, carencias y otros fenómenos violentos. La decisión del artista chino (que cuenta con varios filmes previos) de pasar de la instalación de arte al cine guarda una reflexión sobre las posibilidades de los medios de trabajo. El cine, como se sabe, tiene un alcance superior en audiencia y, además, funciona como un testimonio que perdura. Una instalación, por el contrario, es una expresión más bien efímera, que se desmonta, dispuesta para un selecto grupo que visita galerías y museos.
El largometraje ofrece imágenes sorprendentes: panorámicas a vista de pájaro sobre los campos en los que miles de personas están varadas. Uno de los aciertos de la película es que muestra la empatía que Ai tiene por la gente, con la que se relaciona de forma natural, incluso con humor. Un eco de las imágenes de una envejecida Audrey Hepburn cargando niños en África y Sudamérica, ya retirada del cine, resuena aquí. Esos niños no sabían nada del eterno papel de Cenicienta de la actriz en las películas de Billy Wilder; los desplazados tampoco saben quién es Ai Weiwei, una de las estrellas del panorama artístico actual, opositor al gobierno chino, que en 2011 lo encarceló durante 81 días. Su figura legitima la pertinencia del arte contemporáneo: es genio y mártir al mismo tiempo.
Marea humana, que se filmó en veintitrés países durante dos años, dialoga directamente con Laundromat (2016), una instalación para la que se recuperaron miles de prendas de vestir y zapatos del campamento de refugiados de Idomeni, en Grecia, y con Law of the Journey (2017), pieza inflable de sesenta metros de largo que consiste en un bote con múltiples figuras humanas sin rostro.
El filme roza una arista importante, aunque su contorno es endeble. La situación de quienes piden asilo político en Alemania (el país donde reside Ai, que dejó China en 2015) es comparable a la de los animales que habitan un zoológico. Pero el artista se encarga de matizar este apunte sobre el gobierno alemán, que recibe a un cierto número de personas para darles protección en habitaciones construidas en grandes naves industriales que cuentan con todos los servicios y comodidades. Una niña, sin embargo, toma la palabra en la película para decir que está prohibido salirse de ahí. El gobierno teutón, que no ejecuta ningún plan de integración social, los quiere uniformados y sin que rebasen los límites.
Marea humana deja la sensación de que los gestos planteados en las instalaciones del artista chino resultan más potentes para descubrir y reflexionar sobre la tragedia migratoria. La ropa clasificada de Laundromat, por ejemplo, alude a la humanidad palpable, con textura y olor, de quienes buscan un lugar mejor donde vivir.