24/11/2024
Selección musical
La vena sonora del presente
Guillermo García comenta la singularidad de la propuesta de Young Fathers, banda ganadora del Mercury Prize en 2014, cuya potencia está en la ligereza de su propuesta musical
El Mercury Prize se ha convertido en un interesantísimo barómetro de la música británica. No suele premiar lo ya celebrado porque sería redundante (Radiohead ha estado nominado con cinco álbumes, pero no ha ganado una sola vez, por ejemplo) y, sobre todo, porque perdería su carácter de apuesta. Las apuestas implican riesgos, por supuesto: en 1997, cuando The Chemical Brothers publicó Dig Your Own Hole y Radiohead hizo lo propio con OK Computer, el Mercury cayó en manos de Roni Size por su álbum New Forms. Y es que parecía que la obra del productor apuntaba a territorios sonoros inauditos desde esas nuevas formas, pero el drum & bass y el jungle se revelaron pronto como géneros con fecha de caducidad. Es un proceso normal: lo que pretende erigirse como radicalmente nuevo tiende a agotar rápido su combustible. Otras distinciones del Mercury, en cambio, han reafirmado su relevancia con el paso del tiempo, como en los casos de Portishead, reconocidos en 1995 por Dummy; o de Antony and The Johnsons, premiados diez años después por I Am a Bird Now. Una cosa es cierta: estos ejercicios de rastreo, estas apuestas, si son lo suficientemente profundos, si están fundamentados en criterios estéticos y políticos, otorgan cartografías valiosas para la música del presente. Y aunque no siempre acierten muestran, al menos, lo que en determinado momento se consideró visionario: es decir, sirven también para trazar el pulso de una época. Así deberían leerse y dejar de exigirse de ellos objetividad o simple adecuación a lo ya reconocido.
Young Fathers ganó el Mercury Prize en 2014 por Dead, su primer larga duración. Entre los nominados de ese año se encontraban figuras consagradas como Damon Albarn, pero también nuevos exponentes como FKA Twigs o Kate Tempest. ¿Qué se leyó en la música del trío (conformado Kayus Bankole, nigeriano; Alloysious Massaquoi liberiano; y Graham Hastings, escocés) para que obtuviera el reconocimiento? Para contestar habría que intentar rastrear la influencia de la música negra en la isla durante los últimos treinta años, lapso que coincide con la instauración del premio. Tarea imposible para este espacio pero que, enunciada de manera general, puede ayudarnos a bosquejar un mapa: si hace medio siglo la música popular británica se instauró como un proceso cuasi extractivista de música negra estadounidense (si bien encontró nuevos caminos y terminó por conformar una entidad propia, mucho más fría), en las últimas tres décadas la población negra en el Reino Unido (no sólo la africana sino significativamente la caribeña) aumentó exponencialmente y terminó por reclamar, por derecho propio, un lugar en su música. Los ejemplos ya clásicos de Massive Attack o Tricky dieron paso en los dosmiles a los de Dizzee Rascal o Roots Manuva y éstos, actualmente, a los de Sampha, Skepta o los ya mencionados Young Fathers. El Mercury también refleja este proceso.
En este escenario, ¿cuál es la particularidad de Young Fathers? Tal vez su nuevo trabajo, el tercero en su discografía, Cocoa Sugar, pueda otorgarnos algunas respuestas. En Cocoa Sugar el dinamismo de sus dos primeras producciones da paso a un equilibrio sonoro, de mucha mayor madurez que, sin embargo, no pierde su ligereza. Cuando las canciones parecen querer desbordarse hacia el ruido, por ejemplo, sobre todo desde sus secuencias electrónicas, vuelven a encauzarse hacia el formato de canción pop o r&b. El trabajo coral, igualmente (tan cercano al que desarrollan TV On The Radio o raperos como Chance The Rapper o el propio Kanye West), contribuye a otorgarle un armazón, un andamio donde los sonidos pueden organizarse; podría resumirse así: el coro acepta una multiplicidad de fuentes sonoras sólo para organizarlas coherentemente y, en el camino, otorgarle una dosis de estamina. Con ese extraño equilibrio viene aparejada una pregunta por el desarrollo –pregunta que considero central para mucha de la música popular contemporánea: y es que en Cocoa Sugar se hace patente esa especie de salto por bloques, ya no armónica, tan común hoy en día. Creo que el sampleo ha mutado el pop mucho más de lo que hemos atinado a comprender: las canciones, cada vez más, se construyen ensamblando bloques sonoros e hilándolos ya sea desde el rap o desde el canto melismático del r&b. La obra de Kanye West, en este caso, es ejemplar, y la de Young Fathers es subsidiaria de esta lógica, incluso cuando no se construye con sampleos. Si críticos como Alexis Petridis ha llamado “música pop retorcida y quebrada” a Cocoa Sugar, encontrando en ello resonancias políticas con el presente, se debe en gran parte a esta dinámica siempre inestable de ensamblaje. Las suturas del proceso, además, son extremadamente visibles.
Esto también parece reconocer el Mercury, ésta es la vena sonora del presente, pero sólo el tiempo podrá decir si contiene profundidad de época o es perceptible por su superficialidad.
El texto apareció publicado en La Tempestad 135 (junio de 2018)