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Hitchcock y su carta de amor al cine

‘Vértigo’, la obra maestra del genio británico, cumple 60 años de haberse estrenado; hoy el filme, que en su día pareció anticuado, es considerado el mejor de la historia, según ‘Sight and Sound’. Aquí, Carlos Rodríguez recorre los recovecos de la película

Carlos Rodríguez | miércoles, 13 de junio de 2018

Todas las ilustraciones son de Bruno Langlet

Alfred Hitchcock nunca estuvo orgulloso del resultado final de Vértigo (1958). El creador consideró como sus mayores logros La ventana indiscreta (1954) y Psicosis (1960), películas de éxito instantáneo. En su día Vértigo, que recién cumplió sesenta años de haberse estrenado, parecía una película anticuada, propia de otra época. A finales de los cincuenta los musicales y el cine épico con tintes sociales eran los géneros preferidos del público estadounidense. De entre los muertos, título que refiere a la novela que adaptó Hitchcock, es quizá la película más parsimoniosa de su creador. Su carácter alegórico estaba lejos de agradar a un público que demandaba más acción en la pantalla.

La crítica estadounidense, acostumbrada a apuñalar a Hitchcock como al cuerpo de Marion Crane en Psicosis, le reprochó al británico la falta de verosimilitud de Vértigo, que sigue los pasos de Scottie (James Stewart), un policía retirado que sufre de acrofobia. Éste ha sido contratado por un antiguo amigo suyo, de nombre Gavin Elster (Tom Helmore), para espiar a Madeleine (Kim Novak), su mujer, que actúa de forma errática, y evitar que se suicide. Este argumento es una trampa –en la que cae Scottie– para disfrazar un asesinato. En su célebre conversación con François Truffaut, Hitchcock aseguró que la historia de Vértigo tenía un lado flaco: Scottie nunca hace uso de su experiencia como policía para verificar los hechos que suceden en la película. El director se equivocó al no defender que la realización de Vértigo encamina todos sus esfuerzos para mostrar que la razón del personaje de Stewart se nubla por la presencia espectral y erótica de Madeleine. “Lo que me interesaba más”, dijo el británico, “eran los esfuerzos de Stewart para recrear a una mujer a partir de la imagen de una muerta”.      

Hitchcock, que murió en 1980, no vivió para constatar que Vértigo se convirtió en una obra en la que tanto exégetas como creadores encontraron una fuente inagotable de inspiración. Hoy la película es considerada la mejor de la historia, según la revista Sight & Sound. En 1976 Brian de Palma, que fue uno de los primeros directores que prolongaron la figura de Vértigo en su cine, estrenó Obsesión, filme que puede ser leído como la versión incestuosa de la obra maestra de Hitchcock.

La riqueza de Vértigo es amplia. Su estructura narrativa alude a la idea de la desaparición como engaño. Casi a la mitad de la película sucede la muerte de Madeleine, dejando al protagonista (y al espectador) en un estado catatónico. Al llegar a este punto los cinéfilos en entrenamiento creerán que la película se ha agotado. Hay que señalar que esta proeza narrativa, la de suprimir a un personaje antes de tiempo, se gestó dos años antes de La aventura (1960), la película de Antonioni con la que el cine entró a la modernidad. El italiano realizó una verdadera proeza narrativa: desaparecer a una de sus protagonistas en los primeros minutos del filme.

  

El vestuario constituye una pieza fundamental de esta cinta, pues su función va más allá de hacer acotaciones sobre los personajes, para mostrar la obsesión del protagonista por dar forma a su ideal femenino. Scottie está obsesionado con la imagen estatuaria de Madeleine, que viste un traje gris de dos piezas y lleva el cabello recogido en un moño que parece un nido o hendidura en la que él desea penetrar. Él, que es perverso, usa a una chica llamada Judy, vinculada a la maquinación de Gavin Elster, como un lienzo de carne y hueso en el que intenta reconstruir a la mujer (o idea) perdida. El hombre le compra a la joven un traje idéntico al de Madeleine y, además, insiste en que cambie su cabello rojizo por un rubio casi blanco. Ella, que está enamorada de él, accede, y de paso sepulta su identidad. Con Vértigo Hitchcock enuncia que la creación es inherente a la pulsión destructiva.

La película es una carta de amor al cine, que en última instancia no es otra cosa que el ejercicio de cortar y pegar imágenes para darle sentido a una idea. Eso es lo que hace Gavin Elster, el metteur en scène de la película y álter ego de Hitchcock, que orquesta un montaje que aprovecha el carácter melancólico de Scottie, quien conduce su auto lentamente por las calles de San Francisco, para su propio beneficio. La idea de romper algo en pedazos para penetrar en el misterio de su constitución se visualiza en el ramo que Madeline deshoja en la bahía de San Francisco, antes de lanzarse al agua. Este elemento vuelve a mostrarse en la pesadilla del protagonista, cuando cae en una tumba. La imagen del ramo aparece ahora como una animación cuyos pétalos se desprenden, cayendo al vacío.   

Los recovecos de Vértigo, a los que alude la hendidura del cabello de Kim Novak, serán objeto de varias charlas que se realizarán el sábado 16 de junio en Casa Tomada. El evento, que ha sido concebido como un día para celebrar el 60 aniversario del filme, iniciará con la proyección del clásico de Hitchcock. Después el músico y compositor Aarón Flores abordará la partitura que compuso Bernard Herrmann para el filme, que remite a Tristán e Isolda, de Wagner. El arquitecto Emilio Canek, por otro lado, comentará la importancia de la arquitectura de San Francisco, locación de la cinta, en el desarrollo de la historia. El crítico de cine Sergio Huidobro y el equipo de la revista Correspondencias, finalmente, abordará desde una peculiar óptica a los personajes secundarios de la obra.    

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