Creador de una filmografía singular, Paul Verhoeven, que hoy cumple 80 años, es un cineasta con una mirada aguda. Hay que decirlo: el neerlandés, que en 1971 estrenó Delicias holandesas, su primer largometraje, ha sido poco celebrado a pesar de su estatura como realizador. Sus personajes femeninos, que nunca buscan la compasión, definen parte de su obra. Esta particularidad es quizá la que vuelve problemática su producción. Bajos instintos (1992) y Showgirls (1995), dos de sus películas dramáticas más importantes –el resto pertenece a la ciencia ficción (RoboCop, 1987; Desafío total, 1990; Invasión, 1997)–, incomodan al espectador, que ve minada la expectativa de que las mujeres sean castigadas por desafiar el poder patriarcal. El cineasta ha creado figuras femeninas particulares. El rol tradicional de la mujer en el cine clásico –piénsese en Bette Davis o Katharine Hepburn– consistió en primero ser fuerte para después ablandarse por la conquista o la pérdida del amor. Ingrid Bergman encarnó la subversión de esta idea: a través del desengaño, pasaba de débil a fuerte. En Verhoeven hay una variante más: sus heroínas se mantienen firmes de principio a fin; no son condenadas como las mujeres fatales del cine negro, pero comparten el desafío de imponerse en un mundo controlado por hombres.
En Bajos instintos, donde el rol femenino es visto a través de los ojos de un hombre, una mujer astuta utiliza el sexo para amedrentar y controlar. Verhoeven recurrió a una imagen representativa en El cuarto hombre (1983), el filme que dirigió antes de su llegada a los Estados Unidos: en primer plano, una araña devora a un insecto más pequeño. La postura se radicalizó en Showgirls, donde la protagonista es una bailarina nudista decidida a triunfar en Las Vegas. La película, un fracaso que congeló la carrera de Verhoeven en Hollywood, fue considerada por Jacques Rivette su mejor cinta estadounidense. Es una sátira áspera, todavía vigente, sobre el valor económico de los cuerpos femeninos. Este descalabro comercial, que celebra a una vengadora que sobrevive a pesar de las desventuras, le sirvió a Verhoeven para sostener la mirada. En 2016 estrenó Ella. Esta película inicia con el plano de un gato que atestigua cómo abusan sexualmente de su ama. El proceder de la mujer es contrario a lo esperado: decide no tomar el papel de víctima. La protagonista de esta película es, por supuesto, Isabelle Huppert. Antes de pactar relación con la actriz francesa, Verhoeven buscó a varias actrices afincadas en Hollywood para filmar la película en Estados Unidos. Sólo recibió negativas: se sabe que las intérpretes argumentaron que se trataba de un personaje inapropiado para sus asépticas trayectorias.
El riesgo, justamente, es lo que define el cine de Verhoeven. Sus películas establecen un tono particular que oscila entre la comedia y el drama. Tan sólo hay que pensar en el apasionado final de Bajos instintos, que contradice el tratamiento de thriller de la historia, o las exageradas escenas de sexo en una piscina de Showgirls. También lo que espeta Huppert a su gato, cómplice de su experiencia al ser agredida: “No esperaba que lo mataras, pero sí que, por lo menos, lo arañaras”.
En 2019 Verhoeven, que ha logrado transmitir una idea específica de lo femenino que no coincide con las agendas mediáticas ni tampoco con el linchamiento masculino que ahora se promueve, estrenará Benedetta, un drama histórico sobre una monja en el siglo XVII que tiene visiones eróticas.