El aporte principal del documental Chavela (2017), de Catherine Gund y Daresha Kyi, es que aborda problemáticas de la sociedad mexicana a partir de la trayectoria de Chavela Vargas, la cantante que caló en el género ranchero gracias a su voz áspera y aspecto masculino. El filme plantea líneas importantes en la vida de Chavela, que nació en Costa Rica en 1919, como su amistad con José Alfredo Jiménez, la relación que mantuvo con Frida Kahlo e incluso su paso fugaz por el cine mexicano en La soldadera (1966), película de José Bolaños. El documental acierta en enfatizar su importancia como mujer homosexual a contracorriente del machismo.
Al ver la película es inevitable pensar en Juan Gabriel, el otro ícono de la canción popular que desafió los estereotipos de la sexualidad en México. Juanga, sin embargo, fue un hombre homosexual en un mundo masculino. Para Chavela, como deja ver la película, las cosas fueron más complicadas. Tal como dice la abogada Alicia Elena Pérez Duarte y Noroña, pareja de Chavela a finales de los ochenta, época en la que vivía en Tepoztlán alejada de los escenarios aquejada por su alcoholismo, la cantante se convirtió en una mujer macho para trascender la misoginia de la música ranchera. Fue una elección de la propia Vargas –que bebía, seducía mujeres y jugaba con armas como cualquier macho–, que pronto renunció a vestirse y maquillarse como mujer para hacerse en un lugar en la escena musical.
Se cuenta en la película que Chavela, que siempre tuvo un aspecto masculino, sufrió de forma temprana el rechazo de su propia familia y comunidad en Costa Rica. La abogada narra una anécdota que le contó Vargas: en una ocasión al entrar a la iglesia, teniendo pocos años, el sacerdote le pidió que se retirara porque una persona así no era digna de pisar ese lugar. Al comparársele con el ‘Divo de Juárez’ Chavela, que se infiltró en el mundo de los machos al estilo José Alfredo para desestabilizarlo, es pertinente preguntarse si existen diferencias entre la aceptación de la homosexualidad masculina y femenina. Vargas se ganó el respeto desafiando al poder. El veto que le impuso Televisa, según se revela, se debió a que le bajó una novia a Emilio Azcárraga Milmo.
Otro desafío de Chavela fue enfrentarse al estigma de la vejez. A inicios de los noventa, cuando todos pensaban que estaba muerta, la cantante tuvo un resurgimiento. A los 72 años, luego de dejar de beber, recibió una invitación de la actriz Jesusa Rodríguez para presentarse en el cabaret El Hábito. Esa actuación marcó el regreso de Chavela, que posteriormente conoció a Pedro Almodóvar –que expresa en el documental su intriga por el rol que jugó Vargas en un país marcado por los prejuicios y la misoginia– que promovió sus primeras presentaciones en España y Francia. Este revival, que sólo logran los verdaderos íconos populares, se prolongó hasta su muerte en 2012, a los 93 años.
La película de Kyi y Gund, cuya entrevista a Chavela de 1991 es el eje del filme, descubre a Vargas como una figura de primer orden cuya existencia completa el mosaico de la música popular mexicana, reflejo certero de las tensiones colectivas.