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Sin método ni orden

Aquí, Gabriel Rodríguez Liceaga cuenta por qué devoró ‘Primera silva de sombra’, el libro de Eduardo Ruiz Sosa que publicó la editorial Caballo de Troya

Gabriel Rodríguez Liceaga | martes, 30 de octubre de 2018

Borges encontró el Aleph debajo de unas escaleras y vio al mismo tiempo todas las cosas del mundo. Las que me vienen a la memoria: racimos, nieve y tabaco, el populoso mar, todas las hormigas que existen en el globo del mar y de tierra, todos los espejos del planeta (ninguno lo reflejó). También vio la circulación de su propia sangre.

Eduardo Ruiz Sosa también ve la circulación de su propia sangre en su libro de reciente aparición Primera silva de sombra, que publicó la editorial Caballo de Troya.

Mi historia con Ruiz Sosa es la siguiente. Escuché maravillas de su novela Anatomía de la memoria, editada en España. La busqué, sin mucho éxito, en librerías que suelen importar tomos. Se la encargué a amigos que viajaban al viejo continente pero más bien creo que les valió madres. Por fin una persona de la chamba me hizo de un ejemplar que aun olía a Cataluña. A la siguiente semana lo vi campante en la mesa de novedades de la Educal que está atrás del Auditorio. Bueno, lo reeditaron en México. Comencé a leerlo y me di cuenta de que, en efecto, estaba muy bueno pero implicaba que lo leyera en otra fase de mi vida, una sin tanta presión laboral. No quiero leerla en horas de la comida y con el cansancio propio de tanta junta de estatus. Posteriormente adquirí el último ejemplar que tenían en el Elena Garro de La voluntad de marcharse, el libro de cuentos que editó con FETA sin que figurara el Sosa en su nombre. El libro, es decir mi copia, está mal impreso; con un desfase tembloroso en cada línea que impide una lectura juiciosa (anexo foto).

Quizá por eso devoré Primera silva de sombra en un par de sentadas, con furor y como si alguien fuera a arrebatar el ejemplar de mis manos. Una silva es una colección de escritos, materias o temas escritos sin método ni orden. Los de Ruiz Sosa, en cambio, sí tienen método y orden, aunque realmente se nos aparecen a caballo entre Culiacán y Cerdanyola del Vallès y con interesantes brincos de tiempo que acaban reforzando las ideas del autor. Primera silva de sombra es, digámoslo, una colección de crónicas, ensayos e incluso relatos. Es pertinente la sensación de que en conjunto forman una trama escondida con tintes novelescos. Crónicas ensayísticas o ensayos organolépticos, los laberintos por las venas del autor nos llevan a salas de hospitales, al muro burocrático que no te permite ver de lleno lo que en otro tiempo fue la biblioteca de Cortázar. Visitamos la tumba de Walter Benjamin y la de César Vallejo. Aparece Lisboa, el mundo de los ciegos, el de los tuertos, el de una casa llena de espejos, el de una casa llena de espejos cubiertos por trapos. Hay una colección de copas rotas que me recordó al muro de gemidos sexuales femeninos en Casanova, de Fellini. La sangre en las venas de Ruiz Sosa viaja alegre, meditativa, espesa y, ajá, selvática.

“No se puede ser puto o puta o feliz para donar sangre: hay que ser un monje, un maniquí absoluto: ni sexo ni risa…” Va otra joya: “Numeroso es aquello que vive más allá de su rotura de enigma…” y ejemplifica Ruiz Sosa con la victoria de Samotracia, la nariz de la Esfinge, un libro al que le quitaron un capítulo salvajemente. “Los trenes son ciegos y carecen de capacidad de extravío… ”, etcétera.

Es un goce este libro de relectura obligatoria. Subrayé todas las líneas que forman el texto sobre la donación de órganos. Y es que la de Ruiz Sosa es una literatura experimental, poco común en las mesas de novedades mexicanas, llena de metáforas desbloqueadas, acertijos sombríos y una prosa esmerilada con el filo interesado en herirnos. No me parece casualidad que sea precisamente en los libros de estas características viajeras y reflexivas donde he encontrado las más agradables páginas de la literatura mexicana de reciente aparición. El otro que me viene a la mente es Paralelo etíope, de Diego Olavarría.

Actualización: Conseguí el fin de semana otro ejemplar de La voluntad de marcharse, ahora sí bien impreso. El primer cuento es padrísimo.

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