Con ocasión del llamado éxito de Isabella’s Room, escribí que “todo es político, pero el arte no es todo”. Quería ser un artista político y me convertí en un empresario del entretenimiento. ¿O estaba equivocado? ¿Salieron las cosas mal en el siglo XX? ¿Quería yo reabrir el hermético mundo del arte para el público? Son preguntas que me hago. ¿Es una imagen que no se puede comprender sin su contexto una imagen pobre? ¿Significa esto que Duchamp fue superado por Disney? ¿Y Beuys por Warhol? O ¿se trata en un caso de un artista y en otro de un entertainer?
Mickey Mouse es en cualquier caso la imagen más conocida en la historia del arte del siglo XX. Pero ¿qué quiere decir esta observación? Duchamp creó su urinario en 1917, cuando el mundo estaba en llamas. La Gran Guerra estaba en pleno desarrollo. Como tantos otros, Duchamp siguió su camino, como si nada estuviera pasando. Disney creó su ratón justo después de la Gran Guerra, como símbolo de un capitalismo optimista. El mensaje político es suficientemente claro. En este sentido, Disney era un entertainer radical, pero, como Beuys, también un gurú. La ciudad de Celebration, diseñada por Disney y donde los habitantes siguen por completo su ideología, podría ser considerada en sí misma una de las obras de arte más interesantes de la posguerra. Una obra de arte en la que sus más de siete mil habitantes son literalmente parte de ella. Con Mickey como su alcalde alucinatorio y aborrecible, es mucho más interesante que la Factory de Warhol y su papel tapiz.
Celebration demuestra que el XX fue un siglo de destrucción. Todo fue cuestionado, y con Duchamp como nuestro doble de acción tal vez nos volvimos cínicos. Demolió todo hasta sus cimientos, pero ¿qué puso en su lugar? Atestiguamos que el siglo XXI se está volviendo disponible para el conservadurismo, en el sentido de conservare; las pinturas de Borremans son ejemplos de ello. Uno anhela certeza a través del virtuosismo. Uno está harto del pesimismo de Duchamp y Beuys, pero también tiene que dudar de la trampa de Disney, con su falso optimismo, y no simplemente ignorarla. Vivimos ahora en una época donde podemos poner a Disney al lado de Duchamp y aprender mucho de ello. Sobran artistas que ha sido influidos por Disney: Koons, Warhol, Delvoye; todos han dibujado sus versiones de Mickey Mouse. Con sus piratas, McCarthy no hizo más que producir un show de Disney para adultos. Y, por maravillosas que estas obras sean, ninguna supera el dibujo original: tres círculos y tienes la cabeza de un ratón y el mundo de la percepción cambia completamente. ¿Exagero? ¿El primero no tiene que ver con lo segundo? Al final los conejos de Disney son tan impactantes como las liebres de Durero. Pero ¿adónde nos lleva esta observación?
El arte siempre ha cambiado de apariencia. El arte se adapta al mundo en el que se encuentra, como un camaleón. La visión de Adorno, el arte como problema, se ha vuelto demasiado restrictiva; el conceptualismo ha ignorado a sus espectadores por demasiado tiempo y el resultado, el efecto que el arte tiene en el observador, ha pasado a primer plano. Por ello los pintores prestan más atención a los títulos de sus obras. Llamar a una pintura Cámara de gas se relaciona sólo con su efecto, no con la calidad de la obra. Como título, Cámara de gas es un entretenimiento radical, Disney para adultos. No lo considero un desarrollo cuestionable sino una interesante lucha. El arte debería ser político en su presentación, pero en su carácter individual no debería tener nada que ver con la política. Aquí veo excepcionales procesos de crecimiento. A veces se trata demasiado de la Cámara de gas y muy poco de la forma. La calidad de la imagen, de eso se trata.
Publicado originalmente en La Tempestad 129, diciembre de 2017