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Crepúsculo de la imaginación

Conocida por haber sido un espacio poblado de comentarios inventivos sobre derechos civiles, fricciones raciales y otras ansiedades sociales, ‘La dimensión desconocida’ llevó a la televisión la tradición del relato extraño; ¿qué esperar de su regreso?

Guillermo Núñez Jáuregui | lunes, 8 de abril de 2019

Este año se cumplen seis décadas del estreno de La dimensión desconocida (The Twilight Zone), la icónica serie creada por Rod Serling que llevó a la televisión la tradición del relato extraño antológico. Su primera época, de cinco temporadas transmitidas entre 1959 y 1964, adaptó relatos de escritores que hoy son referencia no sólo en la ciencia ficción, el horror o la fantasía, sino maestros del relato breve y la narrativa imaginativa: Richard Matheson, Charles Beaumont o Ray Bradbury (entre otros). También sirvió como vehículo para que se realizaran nuevas adaptaciones de relatos de autores como Ambrose Bierce: un puente que se extendía entre la década de los sesenta y el relato fantástico de finales del XIX.

El espíritu de la serie es, en algunos sentidos, el mismo que inundó revistas y periódicos anglosajones con relatos de fantasmas o imaginarios extremos en los 1800: Dickens, Poe, Lovecraft, Oliver Onions, y un larguísimo etcétera. Tuvo familiares en series como Alfred Hitchcock Presenta (1955-1965), Rumbo a lo desconocido (The Outer Limits, 1963-1965) o la misma Galería nocturna (Night Gallery), también creada y presentada por Rod Serling, y transmitida entre 1969 y 1973. En otras latitudes se realizaron producciones similares: en España pudo verse Historias para no dormir de manera esporádica, entre 1966 y 1982 (y entre 2007 y 2009 se recuperó el concepto para crear Películas para no dormir, con capítulos dirigidos por Álex de la Iglesia, Jaume Balagueró y Paco Plaza, entre otros); en nuestro país, como medio mundo recuerda, tuvimos La hora marcada (1988-1990).

La dimensión desconocida, sin embargo, se desmarca del producto masivo que meramente lleva relatos extraños al gran público, del margen al centro: a diferencia de series episódicas como Los expedientes secretos X, Fringe o Lost, lo de Serling sigue siendo recordado por haber encontrado en los “bajos fondos” de la cultura popular de entonces una vía para hacer comentarios políticos puntuales. Es conocida la historia: una vez que se enfrentó a dificultades financieras (o, sencillamente, a la censura) para adaptar la historia de un asesinato racial, la de Emmett Till en 1955, Serling utilizó La dimensión desconocida como un espacio donde hacer comentarios inventivos sobre derechos civiles, fricciones raciales y otras ansiedades sociales (el Macartismo estaba debilitándose). Esa tradición sigue viva en la cultura popular contemporánea, como escribí en este mismo sitio a propósito de Déjame salir (2017) y Un lugar tranquilo (2018).

Es imposible no tener en cuenta esta historia ahora que se ha vuelto a estrenar, puntual, una versión “actualizada” de La dimensión desconocida, una marca que ha vuelto a la televisión en distintas ocasiones: a finales de los ochenta (tras el éxito de su adaptación cinematográfica, en 1983), a mediados de los noventa (con Rod Serling’s Lost Classics) y a inicios de los 2000, en una sola temporada que fue presentada por Forest Whitaker. El pedigrí con el que ahora se presenta descansa principalmente en Jordan Peele, cuya cinta Us (2019), su segundo largometraje de horror, se estrenará en México el próximo mayo. Pero no sólo se trata de pedigrí, también hay algo de pertinencia: son tiempos interesantes, difíciles, que parecen pedir “moralejas” de visiones peligrosas (una tarea a la que se ha enfrentado, con resultados desiguales, Black Mirror de Charlie Brooker).

La nueva entrega de La dimensión desconocida, estrenada en CBS a inicios de este mes, contará con diez episodios de los cuales se han transmitido dos: “The Comedian” y “Nightmare at 30,000 Feet”. En ellos hay una fidelidad a los principios de la serie original, pero ¿puede ser una fidelidad excesiva? Por un lado, “The Comedian”, es una reflexión transparente sobre la responsabilidad social, política o moral que tiene un artista (una idea que seguía el principio de Serling de ver al escritor como un crítico de su época, capaz de enfrentarse a los temas de su tiempo a través de su disciplina); por otro, “Nightmare…” es lo mismo un homenaje al conocido relato de Richard Matheson como un comentario sobre dos temores simultáneos que se dan en nuestra época: el horror a ser insensible con otros y la necesidad de defendernos de ellos.

“Nightmare…”, el más interesante de los dos capítulos estrenados, también señala la obsesión nostálgica de nuestra época: un estancamiento en viejos problemas (o, mejor dicho, traumas) que se expresan en referencias y glosas infladas a tópicos y referencias al pasado. Se trata lo mismo de una capa compleja pero también obvia para una serie que vuelve a un clásico de la televisión. Es extraño reconocer, como espectador, que estamos en un atolladero del cual no saldremos sólo señalándolo: la nostalgia por épocas pasadas, por hitos culturales, es una fuerza negativa. Tal vez sea redituable, pero creativamente no es precisamente fructífera. Es triste reconocerlo, especialmente ante series que buscan ser inventivas, pero si se trata de presentar algo más que mero entretenimiento, ¿no hace falta más imaginación?

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