21/11/2024
Artes visuales
La retina impera
La exposición que reúne las obras de Marcel Duchamp y Jeff Koons en el Museo Jumex, una de las más esperadas del año, obliga a replantear, y repolitizar en el proceso, presupuestos sobre las obras de ambos artistas
Apariencia desnuda, la exposición del Museo Jumex que reúne las obras de Marcel Duchamp y Jeff Koons, podría leerse bajo el concepto de difrasismo, acuñado por Ángel María Garibay: aquella construcción gramatical en la que dos palabras diferentes, al aparecer juntas, constituyen una tercera unidad de significado con carga metafórica y, a menudo, no relacionada con los significados de las dos palabras por separado. Es decir, podríamos preguntarnos, ¿qué sucede al unir las obras de Duchamp y Koons? ¿Los objetos permanecen paralelos, acaso tocándose anecdóticamente por un vínculo más bien formal y no tanto conceptual? ¿Se descubre, en cambio, una identificación de raíz en sus estrategias estéticas y sus objetivos críticos? ¿O surge en Apariencia desnuda una tercera unidad de significado que obligue a replantear ambos cuerpos de obra?
Hay un primer vínculo evidente, potenciado por el propio recorrido que el Museo Jumex obliga a realizar [por la gran cantidad de visitantes, debe empezarse forzosamente por la Galería 3, e ir bajando si se quiere hasta el sótano, donde se encuentra Los archivos de La Fuente, una exposición (no tan) satelital de Saâdane Afif; no puede permanecerse más de media hora en cada galería]. Las estrategias del ready-made, el célebre punto de inflexión no sólo para la obra de Duchamp sino para la historia entera del arte, es retomado por Koons en una etapa temprana de su carrera. Si, a través del recorrido curatorial, se sugiere algo así como un pase de estafeta del ready-made hay que resistir frontalmente a esa insinuación. Para cuando Koons comienza su carrera con proyectos como The New (1981, varias versiones de aspiradoras Hoover) o The Equilibrium Series (1983, balones de basquetbol flotando en agua; ambos incluidos en Apariencia desnuda) el ready-made ya estaba legitimado por las instituciones artísticas y era ampliamente utilizado. No hay un salto lógico, mucho menos desproblematizado, entre ambos artistas. Los más de sesenta años que separan ambos momentos están marcados por casi todas las transformaciones medulares del siglo xx, ni más ni menos (la versión de La fuente exhibida en Jumex es una de las quince réplicas realizadas en los sesenta; la pieza original, de 1917, está perdida pero, para efectos prácticos, esto no tiene importancia). En resumen: si queremos aspirar a politizar su recorrido, no hay que perder de vista la densidad de eventos históricos que media las piezas.
Apariencia desnuda, que se verá hasta el 29 de septiembre, se articula interesantemente a través del concepto de deseo: las vitrinas, ese objeto que acerca y aleja a un tiempo todo aquello que contiene, y que fue clave para la conformación de la modernidad capitalista (en general, sobre todo por las piezas de Duchamp, la exposición evoca constantemente a Walter Benjamin), las vitrinas, decíamos, son su elemento más obvio –sea como concepto latente o como presencia efectiva–, pero si con el francés el gesto irónico de alejar los objetos de sus usos cotidianos para acercarlos a un entorno estético –envueltos en la idea duchampiana de la belleza de lo indiferente– realiza un corte crítico ante la ascendencia vertiginosa de las mercancías en el mundo occidental, con Koons esa estrategia ya ha mutado por completo: el objeto extraído de su circulación mercantil para su uso artístico (que no contemplación estética, porque en verdad ¿quién contempla las piezas del artista estadounidense?) es sólo el reforzamiento cínico del estado de las cosas.
La exposición del Jumex –su recorrido curatorial, la experiencia de su visita, los archivos que refuerzan las obras– es afortunada, entre otras cosas, porque hace evidentes los síntomas del desgaste de una estrategia: si Duchamp cargaba contra el arte retiniano en pos de la presencia de lo mundano, lo mundano contraataca con voluptuosidad formal y brillo; si Duchamp enunciaba lo infraleve para comprender todos aquellos fenómenos volátiles que escapaban de las concepciones categóricas de lo objetual (incluidos los intervalos, cada vez menos determinantes, entre los originales y las copias), la volatilidad se codifica (podríamos decir, se solidifica) en comportamientos estereotipados ante las obras. Esa, creo, es la tercera unidad de significado que se desprende de Apariencia desnuda. ¡La retina impera!, ya no sólo por los objetos icónicos de los que se vale sino por los códigos que los ayudan a circular mediáticamente. No se trata de instaurar una moral del comportamiento estético, sino de evidenciar que el deseo promovido se ha estrechado hasta homogeneizarse.
Koons es una figura tan cercana a nosotros (en el tiempo más que en el espacio) que incomoda: su gestualidad entera de empresario gringo, por no hablar de su posición de privilegio, genera un rechazo casi por inercia que sólo es reafirmado por la naturaleza de su obra. La obra de Duchamp funciona entonces como un espejo monstruoso: las piezas del francés parecen, ante Koons, demasiado opacas, demasiado enigmáticas. Hay en este efecto estrictamente estético un invaluable potencial político.
Publicado en La Tempestad 147 (julio de 2019)
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