16 de agosto de 2017

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Literatura

El futuro de tu primer manuscrito

Aquí, un adelanto de ‘El caníbal ilustrado’, el nuevo libro de Antonio Ortuño, publicado por Dharma Books. El volumen se presentará mañana, en el marco de la FIL Guadalajara

Antonio Ortuño | jueves, 5 de diciembre de 2019

Hoy, en el marco de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, se presenta El caníbal ilustrado (2019), el nuevo libro de Antonio Ortuño, publicado por Dharma Books. En la presentación participarán el autor, Nicolás Cuéllar, Franco Félix, Verónica López García y Luis Panini. Aquí, un adelanto del volumen, que corresponde al texto titulado «El futuro de tu primer manuscrito».

 

Sonríe. Resopla. Se estira. Camina hasta la ventana y se asoma a la calle. Pasa un tipo con su perro, pasan autos. El mundo parece ser el mismo de hace rato. Pero no. El escritor joven (incluyo en la categoría también a la escritora joven, aunque ella tendrá algún inciso particular ya que remontemos un poco estas líneas) ha conseguido algo importantísimo esta mañana: puso el punto final a su novela (o libro de cuentos, o de ensayos o poemas; para el caso es lo mismo). Total: tiene un manuscrito completo, que ha sufrido lo indecible para rematar y que ha revisado de tal modo que ya ha dejado, incluso, de entenderlo como es debido: cuando lo lee, lo recita de memoria. Pero, al fin, luego de años o meses, está convencido de que el texto de sus desvelos quedó listo y quiere dar el siguiente paso: socializarlo. Es decir, publicar.

Ahora, se abre ante él un abanico de posibilidades y por eso cavila en lo que corresponde hacer. Lo primero que se le ocurre es bajar a la papelería, imprimir su novela (o lo que sea) por una sola cara y engargolarla. “Deme diez copias, aunque salgan caras. No, sin plastiquito de sobrecubierta [porque cuesta más]. Con el puro cartoncillo”. Eso le serviría para tener una reserva que enviar a los concursos y, también, para perseguir editores. Luego reflexiona que los tiempos han cambiado y los engargolados, poco a poco y más lentamente de lo que debería haber ocurrido, ceden su lugar a los archivos electrónicos (aún hay locos, sin embargo, en editoriales y certámenes, que consideran que un texto que no se engargola no existe). Aunque el escritor no es, tampoco, un ingenuo hijito de la era digital y sabe que, por una mera cuestión física, es más sencillo deshacerse de un email que de un engargolado (basta un clic y ni siquiera se perturba al cesto físico de basura). Por eso no se confía. Y como no es capaz de decidirse por la mejor opción, elige las dos. Enviará su manuscrito embutido en sobres de color manila a unos y, a la vez, lo hará llegar por correo electrónico a los demás. Tiene anotados los datos de media docena de concursos en los que su obra se medirá con las de otros como él (es decir, a otros sobrecitos color manila), y se sabe los correos de algunos editores a los que pretende acorralar para que, cuando menos, lo lean. Sus pretensiones aún no alcanzan las estrellas: le basta con ser revisado, dictaminado. Le basta la esperanza de interesar.

Nosotros, que no tenemos una bola de cristal, pero sí algunos años de experiencias en el lomo, producto de preocupaciones muy similares a las suyas, conocemos el futuro del joven escritor y se lo diremos. Es un poco lamentable, por supuesto:

a) Va a recibir una sola carta de rechazo. Y no porque lo publiquen al segundo intento sino porque la inmensa mayoría de las editoriales ni siquiera se tomarán la molestia de redactarle una, ni mucho menos, de darle acuse de recibo del manuscrito. Se limitarán a ignorarlo (manuscrito al cesto, dedo que da el clic que manda el archivo a la papelera).

b) Va a perder en todos y cada uno de los concursos a los que envíe su manuscrito y a descubrir que fue batido por textos horrorosos, infumables, que nadie se tomará la molestia de leer enteros pero que le dieron suficientes tranquilidades a los jurados (“Al menos este sabe poner artículos”, se dicen y suspiran) o, porque, de puro inanes, sirvieron para romper el empate entre dos jueces empeñados en defender candidatos muy distintos (el que narra un montón de sucesos, el que no narra nada de nada). Los libros que suelen ganar los concursos de inéditos son los tibios, los que narran un poquito y aburren otro poquito. Y el de nuestro joven escritor (o escritora) no es así. Se amuela.

c) Si es escritora, habrá tenido que sobrellevar (o no, ojalá que no, pero así suele suceder) la condescendencia de un tallerista o hasta sufrir sus avances sexuales. Y no sería imposible que esa condescendencia y esos avances indeseados y hasta repulsivos vuelvan a aparecer en las siguientes etapas del proceso.

d) Solo le quedarán algunos verbos en infinitivo como consuelo. Resistir. Perseverar. Aferrarse.

e) O frustrarse, claro, y acabar dando clases.

f) Cualquier infracción de esta ruta será una excepción cósmica, que podrá indicar que el novato tiene mucho talento. O amigos poderosísimos (eso es aún más raro). Pero mejor dejémoslo ahí, al escritor joven, por lo pronto: en la ventana, con esa felicidad de haberle puesto punto final al manuscrito iluminándole la cara. Que se prenda un cigarro y se lo fume en paz. No sabe lo que le espera. Ya lo averiguará.


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