16 de agosto de 2017

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Pensamiento

Muerte a las celebridades (el colapso de la fama en la pandemia)

Las celebridades, desesperadas por atención, parecen estar colapsando frente a nuestros ojos. ¿Permitiremos que sobrevivan?

Guillermo García Pérez | lunes, 6 de abril de 2020

Imagen - Detalle de 'Tres estudios de Isabel Rawsthorne' (1966), de Francis Bacon

La gota que derramó el vaso, al menos para mí, fue la indignante y estúpida portada de marzo de Caras, donde Ludwika Paleta reivindica no haber vacunado a sus hijos. En plena pandemia global, y con el tacto de una hiena, la revista reproduce y legitima −con orgullo oscurantista− una de las formas supremas de ignorancia de la actualidad. Felizmente, al menos en Twitter, la revista fue atacada sin medias tintas por una gran cantidad de usuarios, pero temo que fuera de esos círculos el mensaje se normaliza y se acepta como una postura válida −y no como lo que es: una forma de maltrato infantil.

El vaso ya venía cargadito con el video infame de Gal Gadot, y el resto de sus amigos, cantando “Imagine” (replicado hace unos días por “artistas” y deportistas argentinos, en una versión aún más lastimera) y la amenaza de Lionel Richie de revivir su himno humanitario “We are the World” −cumplido, finalmente, por Luis Fonsi, quien obligó a su hija a ser parte de este lodazal y cantarla para su perfil de Instagram (por no hablar de “Resistiré”, tema de 1988 del Duo Dinámico, reinterpretada por David Bisbal, Alex Ubago y demás cantantes españoles, en una versión que supuestamente debe motivar a alguien a atravesar esta crisis).

Ya sea Kim Kardashian en The View (programa de televisión de ABC), explicando cómo ella y su familia están lidiando con la crisis social; o Madonna tratando de ser graciosa en uno de los baños de alguna de sus casas, mientras canta, a ritmo de “Vogue”, que se quedó sin pasta (sin el alimento, no sin dinero, evidentemente), la pandemia ha traído consigo, como un extraño efecto secundario, la caída en gracia de toda una serie de celebridades. Los comentarios de la gente en redes sociales son despiadados, naturalmente, pero hubo uno en particular que llamó mi atención, por ampliar un poco la perspectiva del tema, escrito a partir del video de Madonna: “Estamos viendo a las celebridades, desesperadas por atención, colapsar en tiempo real frente a nosotros”.

La pregunta se dibuja casi por sí sola: ¿Podría ser que, en esta nueva realidad de confinamiento (casi) generalizado, de falta de producción escénica y audiovisual, por llamarla así, de igualamiento radical en las condiciones de aparición mediática (que no de igualamiento de condiciones materiales para sobrellevar la crisis, claramente), semejante pérdida aurática esté acelerando los procesos de desmitificación de las personalidades? ¿Es éste un proceso meramente temporal o resistirá cuando acabe el confinamiento, cuando la producción alrededor de las celebridades se reconstruya? También: el hecho, reconocido de forma casi generalizada, de que la voz autorizada en el tema a nivel internacional es la de los especialistas, médicos y científicos, ¿podría depreciar radicalmente las opiniones ocurrentes, no sustentadas, o directamente irresponsables de la actriz o el influencer en turno? O, nuevamente, ¿una vez superada la emergencia, reordenarán sus redes de desinformación, promoción de la ignorancia y alienación? No lo sé, nadie lo sabe, supongo que dependerá del tiempo en que se alargue la emergencia y la profundidad del trastocamiento de las economías sociales.

En todo caso, resulta muy sintomático y, honestamente, bastante cómico, que la reacción de varios músicos y artistas sea la de revivir esos viejos himnos de unión fraternal (una unión que cada vez muestra más sus hondas raíces de despolitización en provecho de las élites de siempre; no es casualidad que la década de los ochenta, aceleradora del neoliberalismo, fuera también el caldo de cultivo de muchas de estas canciones). We are the World… Lionel, ¡ése es precisamente el problema! Estamos interconectados, no sólo mediática y aeronáuticamente, sino en los procesos de crecimiento económico desbocado y de acumulación por extractivismo que dañan los recursos del mundo entero (ni siquiera la mención de los niños, we are the children, se salva aquí, siendo éstos portadores omnipresentes del virus sin que vean afectada su salud mayormente). En el mejor de los casos, una frase como we are the world puede aparecer como una simple comprobación a la vez inmanente y nihilista: somos esto, éste es nuestro mundo, no hay otra opción (o para decirlo con Beckett: “Estás en la Tierra. No hay cura para eso”).

Estos himnos humanistas, por otra parte, son perfectamente correlativos con los discursos de presidentes como Macron o Pedro Sánchez, que aseguran que estamos en medio de una guerra. Vienen primero los discursos bélicos, después los pacifistas: primero las armas, después la ayuda humanitaria −en este caso, en forma de algunos versos y melodías cursis. Ambos momentos, fuertemente interrelacionados, implican una moral que, en este proceso en particular, es directamente patética: presuponen hacer del virus un enemigo, cuando en realidad se trata de una entidad perfectamente amoral. En fin, que el desmantelamiento social que ha traído consigo el coronavirus está evidenciando una sospecha ya generalizada y haciéndola articularse en un discurso común: que las élites, los ricos y las celebridades no sólo no ayudan en situaciones críticas (¿y qué situación no es crítica en nuestros tiempos?) sino que son el principal obstáculo para su resolución, en el mejor de los casos, y los causantes directos, en el peor. El obstáculo y la causa no sólo estrictamente materiales, sino sígnicos.

Porque ¿qué es, a fin de cuentas, una celebridad? Una figura que, si bien pudo hacerse de fama por una actividad específica, más o menos útil, alcanzó un punto de inflexión donde esa actividad inicial no importa más: por sus dimensiones, se alimenta velozmente de los signos de su entorno, como un vampiro, extrayendo plusvalor mediático a diestra y siniestra. Por ello, en estas circunstancias, es un perfecto inútil, porque la red material que la sostenía colapsa y con ella sus criaturas parasitarias (y en este escenario, alguien como Kim Kardashian es apenas la caricatura de una figura mucho más compleja). ¿Y no son los ricos fundamentalmente lo mismo? Ya sabemos la respuesta; en este escenario alguien como Ricardo Salinas Pliego no es muy diferente de Ludwika Paleta: alimentan la ignorancia para mantener privilegios.

Y para quien quiera argumentar que pedirle a Caras que deje de alienar a su audiencia es como pedirle peras al olmo, que vea el caso de Teen Vogue que, junto a las notas de estilo de vida, ha desplegado una cobertura del Covid-19 en Estados Unidos donde se discuten huelgas de inquilinos, moratorias en los pagos de deudas universitarias o “10 formas de luchar por la justicia social desde el distanciamiento sanitario”. Sus páginas se asemejan a una lucha de clases dentro de la propia revista, y en ello tiene mucha responsabilidad su joven editora Elaine Welteroth. O quien quiera argumentar que contar con exposición mediática implica necesariamente malgastarla en bagatelas que vea a Los Tigres del Norte, llamando a quedarse en casa, a la solidaridad social y a verificar la información proveniente de medios oficiales.

¿Muerte a las celebridades? Si por celebridades entendemos parasitismo mediático, obstrucción o tergiversación de mensajes urgentes, promoción de la ignorancia, sed enfermiza de atención y extracción de plusvalor sígnico, sí, mil veces muerte. Y muerte, de paso, a los ricos. No podemos permitirnos salir de esta crisis alimentando a los vampiros de siempre.

 

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