21/11/2024
Literatura
Estridentismo, una vanguardia centenaria
El movimiento estridentista cumplirá un siglo de su fundación en 2021; la editorial Alias lo conmemora con tres ediciones facsimilares
“¡CChopin a la silla eléctrica!”, grita Cate Blanchett en el papel de una punk hastiada, en el cuarto segmento de Manifesto (2015), la videoinstalación de Julian Rosefeldt luego estrenada como película. La frase, como casi todo lo que oímos decir al personaje, es de Manuel Maples Arce, y forma parte de lo que hoy conocemos como el primer manifiesto estridentista (Actual No. 1, diciembre de 1921).
Más allá del reconocimiento de esta vanguardia en la constelación internacional, resulta interesante la elección dramática de Rosefeldt. El artista alemán identificó, en el abrasivo presentismo de Maples Arce, una sensibilidad que hoy llamaríamos punk: “Y ahora, yo pregunto, ¿quién es más sincero?, ¿los que no toleramos extrañas influencias y nos depuramos y cristalizamos en el filtro cenestésico de nuestra emoción personalísima o todos esos ‘poderes’ ideocloróticamente diernefistas, que sólo tratan de congraciarse con la masa amorfa del público insuficiente, dictactorial y retardatario de cretinos oficiosos, académicos fotofóbicos y esquiroles traficantes y plenarios?”.
El estridentismo es un capítulo inestable, aún sin término, de la historia del arte y la literatura mexicanos. Revisar sus postulados obliga a preguntarse qué habría ocurrido si ellos, y no los Contemporáneos, se hubieran impuesto en la querella cultural posrevolucionaria.
Durante más de cuatro décadas, luego de que el movimiento se desvaneció en 1927 con la caída del gobierno progresista de Heriberto Jara en Veracruz, donde Maples Arce llegó a ocupar la secretaría de gobierno, el estridentismo fue, pese a su nombre, algo parecido a un rumor. Nunca incorporada al canon, cerrada –por fortuna– la posibilidad de convertirse en una revolución institucionalizada, la única vanguardia nacida en México ha sido reivindicada lenta pero crecientemente a partir del libro pionero de Luis Mario Schneider, El estridentismo o una literatura de la estrategia (1970).
Es probable que debamos a Roberto Bolaño la irradiación reciente del movimiento fuera de la academia. Los detectives salvajes (1998), una de las novelas latinoamericanas de mayor repercusión en las últimas décadas, colocó a los estridentistas en el centro de un canon alternativo, formado por escritores que se niegan a ingresar a la nómina oficial de la literatura mexicana, tan afecta a la “palabra justa”. En el relato desfilan Maples Arce, Arqueles Vela y Germán List Arzubide, así como los ficcionales Amadeo Salvatierra, pintor, y Cesárea Tinajero (inspirada en Concha Urquiza), la poeta cuya figura esquiva está en el núcleo de la trama. Bolaño, que a mediados de los setenta entrevistó a los escritores centrales del movimiento –un hecho parodiado en la novela–, puebla su libro de alusiones y homenajes, no exentos de ironía melancólica.
Conforme se acerca el centenario de la publicación de Actual No. 1, el renovado interés en el estridentismo parece sostenerse en un malestar: salvo las excepciones de siempre, la literatura mexicana ha conservado la docilidad lingüística, al grado de que los versos y las prosas de los fundadores de esta vanguardia siguen resultando chirriantes para los oídos del público “culto”. A los trabajos de Schneider (como la antología El estridentismo. México 1921-1927, de 1985) se han sumado en este siglo los de Evodio Escalante (Elevación y caída del estridentismo, 2002), Clemencia Corte Velasco (La poética del estridentismo ante la crítica, 2003), Silvia Pappe (Estridentópolis: urbanización y montaje, 2006), Elissa J. Rashkin (La aventura estridentista, 2009) y Lynda Klich (The Noisemakers: Estridentismo, Vanguardism, and Social Action in Postrevolucionary Mexico, 2018), entre otros.
El sustento crítico e historiográfico es fundamental, pero en los últimos años varias iniciativas han permitido a los lectores relacionarse directamente con los textos. Las ediciones facsimilares de las revistas Horizonte (FCE, 2011) e Irradiador (UAM, 2012) son fundamentales para comprender las ideas estéticas estridentistas, por ejemplo. Y en 2018 Malpaís Ediciones publicó, como parte de la relevante colección Archivo Negro de la Poesía Mexicana, El pentagrama eléctrico (1925) de Salvador Gallardo, una de las figuras señeras del movimiento, autor de una escasa pero potente obra poética.
Una literatura de la estridencia
Entre finales del año pasado y principios de éste, adelantándose a la pandemia que ha puesto todo en suspenso, el sello Alias lanzó tres títulos fundamentales: las ediciones facsimilares de Andamios interiores. Poemas radiográficos (1922), de Manuel Maples Arce; La Señorita Etcétera seguida de El Café de Nadie y Un crimen provisional (1922), de Arqueles Vela; y El movimiento estridentista (1926), de Germán List Arzubide.
La editorial dirigida por el artista Damián Ortega ha tomado algunas decisiones importantes en estas adiciones a su colección Antítesis, dedicada a trabajos de creadores mexicanos con visiones singulares, incluso marginales. Además de reproducir la gráfica original de los libros –fundamental, como se sabe, para los grupos de vanguardia– y los cuatro manifiestos, la edición de El movimiento estridentista incluye el ensayo con el que Schneider presentó su antología de 1985.
La lectura de estos volúmenes produce un efecto paradójico: la huellas del tiempo no logran borrar el hecho de que algunos reclamos siguen siendo vigentes. Social, política, estéticamente. Seguimos cargando con lo que Diego Rivera, en el primer número de Irradiador (septiembre de 1923), llamó “momiasnocracia”, cuyo antídoto es la estridentina. Cuando Cate Blanchett mira a la cámara en Manifesto y hace suyas las palabras de Maples Arce, entendemos que el estridentismo se distanció del futurismo en un aspecto fundamental: su apuesta fue la intensificación de la experiencia del ahora. Ahí, precisamente, Rosefeldt acierta vinculando el punk (no future) a la vanguardia mexicana.
Los estridentistas postularon un actualismo radical, pero dejaron algunos avistamientos a los que vale la pena aferrarse, especialmente en momentos en los que resulta difícil distinguir las líneas del horizonte: “Un día alfombraremos la vida / con los pétalos dispersos / de las canciones nuevas” (Salvador Gallardo).