Desde hace casi una década, el festival Doqumenta funciona como un mapa –cada año más preciso, detallado, extenso– de las rutas y regiones del cine documental. Su centro natural es lo producido en México, menos por inercia que por la calidad y la diversidad de lo que se hace aquí, sin por ello desatender las notas más altas del género a nivel global, estrenado o distribuido el año anterior.
Me guardo la obviedad de explicar por qué la edición 2020 es distinta a cualquiera de las ocho precedentes. Basta decir que es tan interesante y rica como las que han ocurrido físicamente en la capital queretana; en algunos aspectos, como el alcance geográfico, ésta es mejor. Se sabe que los meses recientes han puesto un enroque a los festivales de alma regional, alejados de las áreas metropolitanas como éste o, incluso, Sundance o Cannes, que tienen –¿tenían?– en el turismo uno de sus brazos económicos más estables.
En el entendido de la ansiedad natural que los festivales digitales causan en el cinéfilo promedio, agobiado por la cantidad de opciones o el empalme de horarios, propongo un mapa de ruta para internarse en Doqumenta 2020 con paso firme. Es parcial y arbitrario, al basarse en el azar de lo que el arriba firmante ha podido ver hasta ahora, pero es una selección sincera amparada en el viejo deseo de compartir experiencias vivas y singulares.
Niña mamá, de Andrea Testa
Quienes han seguido la pista de la treintañera cineasta bonaerense a lo largo de tres largometrajes, coinciden en alzar en brazos a éste como su mejor trabajo a la fecha. Yo, que es el primero que me encuentro, podría coincidir a ciegas, porque Niña mamá (2019) es el documental más delicado, tenso, lúcido y sabio de cualquier filmografía joven.
A través de fragmentos de entrevistas clínicas a mujeres jóvenes embarazadas, todas habitantes de la periferia de Buenos Aires, ensamblamos junto a Testa varias panorámicas que se sobreponen entre sí. Primero, la de la seguridad social en la Argentina reciente, desigual, incapaz de cerrar las brechas de clase con peronismo o sin él. Después, el de la generación de barrios populares nacida ya en el siglo XXI y que recién llegó a la mayoría de edad con uno o más bebés en brazos. Por último, pero primordialmente, el de las violencias patriarcales y las opresiones de género infligidas sobre adolescentes que caminan sobre un campo de minas: el bajo acceso a anticonceptivos, a información médica fiable, la presión por ejercer maternidades no deseadas, etc.
En lugar de un tremendismo que mueva a la lástima o a una indignación que se evapore con los créditos finales, Testa presenta un lenguaje seco, ajustado e íntimo con planos medios en blanco y negro, cámaras fijas, testimonios en planos largos sin corte y transiciones directas. Un prodigio de forma y fondo en el que, debajo de un dispositivo estético y meditado, bulle una militancia valiente.
Las fronteras y sus fantasmas
Dos largometrajes incluidos en la sección oficial nacional son relatos de la frontera norte que se las arreglan para aportar miradas frescas a entornos que ya están cerca de ser un género propio en el cine nacional. Se ubican en Guadalupe y Ciudad Juárez, dos ciudades de Chihuahua separadas por menos de una hora de carretera paralela en todo momento a la frontera con Estados Unidos. Una y otra son sacos de pólvora desde 2007-2008, cuando la guerra de los cárteles demolió de golpe cualquier ruta de desarrollo y futuro inmediato para sus habitantes.
El guardián de la memoria (2019), de Marcela Arteaga, ganadora de El Ojo del Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM), es, como los viejos relatos bíblicos, el relato de un exilio forzado de un desierto a otro. A su protagonista, Carlos Spector, lo mueve la misma simetría al sentir en el devastado Guadalupe ecos de su propio pasado como judío en la Europa antisemita de la primera mitad del siglo XX. Utilizando entrevistas a cuadro junto a estilizadas puestas en cámara de espacios abandonados, la película de Arteaga absorbe nuevas lecturas después de la ola de disturbios raciales en América del Norte y la detención de César Duarte, cuyo gobierno detonara en buena medida la diáspora y la ola de violencia relatada en la cinta.
A pocos kilómetros de ahí, las mujeres y los niños presentes en Dibujos contra las balas (2019), de Alicia Calderón, reencuadran la narrativa de hechos colindantes a los de El guardián de la memoria para hablar de su reverso: la construcción de futuros posibles a través de la infancia. Aunque buena parte de la textura viene de una banda sonora emotiva y discreta del legendario Alex Otaola, los silencios engarzan las historias de la comunidad. Sus protagonistas son mujeres que habitan barrios periféricos y populares de Juárez, y que trabajan voluntariamente con niñas y niños en programas de formación creativa.
La sororidad como centro
Cientos de kilómetros al sur de Juárez se agrupa otra comunidad de sororidades en el centro del Bajío. Retiro (2019), ópera prima de la también productora y programadora Daniela Alatorre (Familia de medianoche, El General), es una de las miradas más singulares tanto de la experiencia femenina mexicana como de las identidades religiosas del siglo XXI.
Sus protagonistas acuden al Santuario de Atotonilco (Guanajuato) para participar de un retiro católico en el que solo se admiten mujeres. La relación con la maternidad, el futuro, los proyectos de vida, los usos y costumbres de lo femenino son algunos de los temas que fluyen en sermones, discusiones, misas y conversaciones a lo largo de los días, pero el rumor de ríos subterráneos es el de una fuerza antigua y perenne: la posibilidad de tejer lazos, comunidades y estructuras sociales completas en las que los hombres han quedado fuera.
Si se ha seguido hasta aquí la ruta recomendada, conviene pensar el extraordinario documental de Alatorre junto a Niña mamá y sus formas de retratar, ambas desde la ética fílmica y la empatía, a mujeres de cualquier edad que, al habitar varios tipos de periferia, encuentran en sí mismas un nuevo centro para redefinir en torno a sí mismas una comunidad que las arrope, impulse y defina.
Otra forma de la complicidad, basada en la sororidad como en Retiro, en la memoria recobrada como en Dibujos contra las balas y El guardián de la memoria está en La euforia de ser (The Euphoria of Being, 2019) de la húngara Réka Szabó, matemática e informática convertida al culto de la danza contemporánea y, finalmente, el cine documental.
El resultado es uno de los largos más reveladores, entrañables y emocionantes de meses recientes, no obstante sus pocos riesgos formales y su narrativa tradicional. Todo lo que hay de revolucionario en él emana de sus protagonistas: Éva Farhidi, una mujer nonagenaria que, setenta años atrás, fue la única sobreviviente de su familia en Auschwitz-Birkenau después de que 49 de sus parientes fueran asesinados en campos de exterminio. Junto a ella, una coreógrafa y una bailarina la acompañan para construir una pieza de danza que transmita la memoria del exterminio y en el que la propia Éva participa como bailarina. Uno de los documentales más comentados en Europa del Este en fechas recientes, con premios en festivales como Locarno, Sarajevo, Misnk o Trieste, entre otros, tendrá su estreno nacional en línea a través de Doqumenta.
La anterior es una de las varias rutas con las que puede recorrerse el programa de Doqumenta 2020, que no deja de consolidarse como una plataforma potente y rica para dislocar, ampliar y retar nuestras miradas sobre aquello que, por pereza o por costumbre, consideramos realidad.