16 de agosto de 2017

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Literatura

Narra un sueño y pierde un lector

Libros de Michel Leiris, Inka Martí, Fogwill o Graham Greene son la materia ideal para pensar la relación entre la literatura y los sueños

Patricio Pron | martes, 8 de septiembre de 2020

Michel Leiris

Michel Leiris vivió a lo largo de una existencia relativamente prolongada al menos dos vidas, como todos nosotros: una diurna, en cuyo transcurso participó de la revolución surrealista, realizó numerosos viajes en su condición de etnógrafo y destacó como uno de los escritores franceses más importantes del siglo, y otra nocturna, en la que visitó a su hermano en un hospital del cual éste era el único paciente, fue disparado a través de un cañón u obligado a permanecer en lo alto de una columna por una prostituta. “Ninguna persona viva sabe lo suficiente para escribir”, afirmó Ezra Pound; pero Leiris, que produjo bastante (incluyendo la novela surrealista Aurora y los textos autobiográficos Edad de hombre y La regla del juego), no se resignó a esperar un cambio de situación que le permitiera (improbablemente) escribir, sino que lo hizo acerca de lo que no sabía ni comprendía por completo, y entre el 15 de marzo de 1923 y el 7 de noviembre de 1960 mantuvo un diario de sueños.

Noches sin noche y algunos días sin día (1961; Sexto Piso) no es el primer libro de ese tipo que se publica recientemente: Atalanta editó el Cuaderno de noche (2011) de Inka Martí, La Uña Rota publicó el de Graham Greene, Un mundo propio (1992), y Alfaguara sacó en 2013 La gran ventana de los sueños de Rodolfo Enrique Fogwill. (A los que debe sumarse Duermevela, el diario onírico de la compositora barcelonesa María Rodés, publicado en 2015.)

Si los sueños de Martí (que ésta tuvo entre 2000 y 2011; los de Fogwill no están datados y los del autor de El poder y la gloria se produjeron entre 1965 y 1989) tenían lugar en escenarios líquidos poblados de figuras inquietantes como ese bebé “con el pelo muy negro” que emergía de la coronilla de un cadáver y los de Fogwill manifestaban su habitual dominio de saberes diversos y en oposición (las instituciones políticas, el fuego, “los griegos”, la masturbación, la navegación a vela, el fetiche tecnológico, la función de los chistes en los velorios, la naturaleza del recuerdo, los colores), los de Greene consistían en situaciones incómodas pero en absoluto ajenas a un mundo de celebridades y líderes políticos en el que éste supo desenvolverse como un pez en el agua: en ellos, el autor británico sorprendía al Papa durmiendo, bromeaba con Nikita Jrushchov y era nombrado arzobispo de Westminster.

Quizás en mayor medida que los diarios de sueños de Greene y de Martí (que comparten un cierto carácter atemporal), Noches sin noche y algunos días sin día es claramente un hijo de su tiempo: por una parte, porque está poblado de contemporáneos de su autor (Max Jacob, Giorgio de Chirico, Robert Desnos, André Breton, Georges Bataille, André Gide); por otra, porque su proyecto es el de la utilización de los materiales producidos por el inconsciente que caracterizó al surrealismo; finalmente, porque su propósito es el de analizar los sueños que tiene, al margen de su interés literario. Si la pérdida de vidas humanas provocada por la Guerra Civil estadounidense provocó un entusiasmo inédito por el estudio de los sueños como herramienta de comunicación con los muertos en ese país y en su ámbito de influencia (es la tesis de Alicia Puglionesi en un ensayo reciente), los surrealistas concibieron las experiencias oníricas como el producto de una existencia subterránea que debía ser liberada mediante la escritura automática, el sueño diurno o el análisis al hilo de la publicación en 1899 del famoso libro de Sigmund Freud acerca de La interpretación de los sueños.

Leiris publicó su diario nocturno por primera vez en 1945, cuando el proyecto surrealista alcanzaba su cenit, pero también tras una guerra mundial que había puesto de manifiesto que los terrores nocturnos del individuo eran muchísimo menos angustiantes que las grandes pesadillas de la Historia. A diferencia de Martí (quien continúa el proyecto de su Cuaderno de noche en su perfil de la red social Facebook), Graham Greene abandonó su diario de sueños en 1989 aunque vivió dos años más. Leiris, que murió en 1990, lo interrumpió en 1960, lo que no parece tanto el producto de una hipotética falta de experiencias oníricas en los últimos años de vida de ambos autores como la constatación de que, contra lo esbozado en noviembre de 1924 por el autor francés (quien se proponía escribir una “novela de aventuras” con el material de su diario) y pese a que, como reconoció Greene, algunos de sus libros (más específicamente Campo de batalla y El cónsul honorario) surgieron de sueños, el diario no serviría tanto como reservorio de temas y personajes para la producción de literatura sino que sería literatura por derecho propio, surgida del pozo oscuro del que toda literatura proviene y liberada de producir una interpretación. ¿De qué otra manera leer, si no como literatura, relatos como el siguiente (de Leiris): “Una tarde, al entrar en mi habitación, me encuentro a mí mismo sentado en la cama. De un puñetazo, acabo con el fantasma que me ha robado la apariencia. En ese momento, mi madre asoma por el umbral de una puerta en el preciso instante en que su doble, una réplica exacta del original, entra por la puerta que hay justo enfrente. Grito con fuerza, pero mi hermano acude, también él acompañado de su doble, que me ordena callar diciendo que voy a asustar a mi madre”?

Henry James afirmó que cada vez que un escritor contaba un sueño perdía un lector, pero casos como el de estas Noches sin noche y algunos días sin día y los otros mencionados ponen de manifiesto que, por el contrario, narrar los sueños es contribuir a una literatura específica que tiene sus autores (los sueños ocupan un lugar relevante en textos recientemente publicados de escritores tan distintos entre sí como Fleur Jaeggy, Lorenzo García Vega, Haven Kimmel, Jacobo Siruela, Haruki Murakami, Mircea Cǎrtǎrescu, Rodrigo Fresán, Paco Gómez, Lydia Davis y David B.) y sus lectores; estos últimos, a la espera de que se concrete la brillante intuición de Miguel Noguera del hombre que, antes de soñar, sueña la tabla de contenidos del sueño que tendrá a continuación.

Publicado originalmente en Babelia (El País), Madrid, 8 de mayo de 2017

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