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Literatura

La reconstrucción de un rostro

‘El colgajo’, de Philippe Lançon, es el poderoso testimonio de uno de los sobrevivientes del atentado contra la revista ‘Charlie Hebdo’

Alejandro Badillo | jueves, 17 de septiembre de 2020

Philippe Lançon. © Mollona / Opale / Bridgeman Images

El 7 de enero de 2015 los hermanos Saïd y Chérif Kouachi entraron a la sede del semanario francés Charlie Hebdo y, al grito de “Al·lahu-àkbar” (Dios es grande), comenzaron a disparar con fusiles de asalto. Varios colaboradores del diario fueron asesinados o heridos de gravedad. La noticia, como era de esperarse, dio la vuelta al mundo y colocó en el centro de atención y de la polémica al semanario, aunque éste ya había dado de qué hablar años antes gracias a sus portadas en las que satirizaban la religión y la política. Un primer aviso fueron los ataques de noviembre de 2011, cuando Charlie Hebdo publicó una caricatura representando al profeta Mahoma.

Philippe Lançon (Vanves, 1963) fue uno de los sobrevivientes de la masacre de 2015. El periodista no era uno de los colaboradores insignia de la publicación, pero se había labrado un nombre gracias a sus reseñas, columnas y textos publicados en medios como Libération. Una bala lo había herido en la cara y los asesinos –abatidos por la policía dos días después–, quizás pensando que había muerto, no completaron su trabajo. El atentado motivó actos de solidaridad en el mundo y, también, reivindicaciones de grupos terroristas islámicos. Lançon fue llevado a un hospital donde comenzó un largo proceso de rehabilitación. El semanario pudo continuar y, hasta el día de hoy, es una referencia en el periodismo francés y motivo de debates sobre la libertad de expresión en estos tiempos.

El colgajo (2019), libro que se mueve entre la crónica y la autobiografía, aborda la experiencia de Lançon durante el atentado y la serie de operaciones en las que los médicos repararon su mandíbula, destrozada por una de las balas. Después de las intervenciones quirúrgicas más importantes, con un poco de distancia de los hechos, el autor comenzó a escribir, a repasar lo que ocurrió aquella mañana de enero, lo que fue su vida antes del atentado y lo que vino después.

Para muchos una obra de esta temática, en una época en la que la no ficción domina el mercado editorial, podría ser una manera de aprovechar la polémica y vender una historia de superación personal con moraleja incluida. Es muy atractiva la vida de un hombre que ha escapado milagrosamente de la muerte y que emprende una reconstrucción de sí mismo. Sin embargo, Lançon no es un periodista común sino un escritor que sabe distanciarse de su objeto de estudio para narrarlo desde diversos ángulos y exploraciones. Por esta razón, El colgajo es, antes que nada, literatura que propone preguntas y bosqueja ambigüedades.

Uno de los primeros elementos que sustenta el libro es el azar y sus posibilidades: ¿qué caminos habría tomado la vida del periodista si no hubiera ido a la reunión mañanera –la primera del año– de Charlie Hebdo? ¿Qué hubiera pasado con una trayectoria diferente de la bala? Los momentos anteriores al atentado, narrados con mucho detalle –una función de teatro, una cena, el compromiso de escribir una reseña– no es información gratuita sino una aproximación a la mente de una persona cuando intuye que su vida está a punto de concluir. Las escenas anteriores y posteriores al ingreso de los terroristas ocurren en cámara lenta. Los objetos que se dejan atrás (la bicicleta en la que llegó a la oficina del semanario y que permanece en la calle, ajena a la desgracia; el teléfono celular con los mensajes más recientes) son los últimos asideros de una vida que se deja atrás.

Después del atentado viene la vida en el hospital. En esta parte, que ocupa la mayor parte de la narración, El colgajo adquiere profundidad y se aleja de la crónica inmediata, complaciente, para internarse en el denso entramado de las relaciones humanas. La vida en un hospital, sus códigos, vistos a través de los ojos de un hombre que ha vuelto a nacer pero que ese alumbramiento ha dejado una gran marca en su rostro, un agujero. Todas las jornadas son nuevos retos. Lançon vive en una especie de burbuja en la que el mundo exterior apenas tiene sentido e influencia en sus días. En el interior del hospital se aleja definitivamente de su pareja y recupera relaciones que creía perdidas. También entra en contacto con algunos testigos del hecho y conoce sus culpas y temores.

Quizás uno de los pendientes del libro es la falta de contexto social y político. El autor se enfoca, en todo momento, a narrar su mundo íntimo. La renuncia a buscar explicaciones da a El colgajo una atmósfera de pesimismo y, tal vez, de resignación ante un mundo cada vez más convulso. Es cierto, como apunta Lançon en la primera parte de su libro: la violencia es la censura más radical contra el que piensa diferente de nosotros. Los hermanos Kouachi ejercieron, con sus rifles de asalto, una prohibición que pensaron definitiva. El asesinato cometido contra los periodistas de Charlie Hebdo es un acto de barbarie, pero no es una situación gratuita ni aislada. La radicalización de muchos musulmanes franceses es un proceso que no ha podido resolver el gobierno de ese país y el conflicto es común en otros lugares de Europa. La segregación y la falta de oportunidades ha sido un caldo de cultivo para la aparición de jóvenes dispuestos a morir por un ideal tergiversado.   

Como apunte final conviene hacer referencia al kintsugi o el arte japonés de unir piezas rotas, generalmente cerámica, a través de resinas espolvoreadas con oro. La portada de la edición de Anagrama tiene una obra Yukito Kuroda, creador que se ha dedicado a ese tipo de arte. La filosofía detrás del kintsugi es simple: no dar por abandonado un objeto después de su fragmentación y buscar la belleza a través de sus heridas. Philippe Lançon sobrevive a un atentado con una cicatriz profunda en su rostro, un “colgajo” que será su nueva mandíbula; también abandona muchas cosas de su pasado. Sin embargo, tiene consciencia de que el arte –en su caso la escritura– puede ser el vínculo con una vida que parece disgregarse. Quizá por eso los momentos más luminosos de su dolorosa recuperación ocurren cuando se aferra a la música de Bach, a las palabras que guarda celosamente en la memoria. Esos elementos son la resina que unirá su vida y dará forma a una nueva identidad. El arte es una manera profunda de dar sentido a la existencia y al mundo. Por eso Lançon, ante la sorpresa de sus seres queridos, asediado por tubos y vendas, escribe con los dedos que tiene libres la próxima entrega para Charlie Hebdo.

Philippe Lançon, El colgajo, Anagrama, Barcelona, 2019, 443 pp.

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