21/11/2024
Literatura
Ricardo Piglia: algo que se ha perdido
En conjunto, los ‘Cuentos completos’ de Ricardo Piglia componen uno de los libros señeros de la literatura contemporánea en español
Los primeros cuentos de Ricardo Piglia eran los fotogramas de un ciclo de vida, un sistema con sus reglas explícitas pero también enigmáticas. Con el descubrimiento de la potencia expresiva de sus materiales (citas, lecturas, experiencias personales) el futuro autor de Respiración artificial (1980) creó una zona de experimentación donde las tradiciones narrativas clásicas –del policial a la ciencia ficción; de la ficción histórica al diario personal– regulan un único proyecto narrativo al que se mantiene en movimiento a través de una serie de obsesiones: el dinero, la traición, la fatalidad suicida del héroe melancólico, la literatura como historia imaginaria y alterada de la realidad.
En sus inicios como cuentista Piglia narra viajes (“El joyero”, “Un pez en el hielo”, “El fin del viaje”), y en todos esos recorridos el traslado es un riesgo sin proporciones directas con la transparencia de la prosa: la distancia entre dos puntos mide las formas del peligro, y las tragedias son pequeñas, casi domésticas, como si las situaciones consumieran de a poco las energías mismas del relato. El cine y la literatura nacieron con los viajes, y la propia trayectoria de Piglia nace con un exilio interior narrado como el descubrimiento de una dirección inesperada entre las páginas de un diario personal.
Piglia tiene una certeza: se narra para alojar un secreto. Sus “Tesis sobre el cuento” (1986) incluyen convenciones fantasmales sobre maniobras narrativas, la transformación y el tratamiento del enigma como un intercambio de planos ocultos. En “Nombre falso” (1975) la anécdota sobre el texto inédito de Arlt mueve la ficción desde la revisión de los sentimientos oscuros de un personaje hacia algo que solo tiene relación con el lenguaje. Es un cambio de eje en la relación entre ficción y realidad, pero también un punto de apoyo construido con la lucidez de quien adivina el instante preciso en que la literatura se vuelve una máquina capaz de interrogar el destino.
Sólo de esa manera la vanguardia crece desde su propia experiencia, y esa relación extraña pone en tensión el arco de una obra que la edición de los Cuentos completos vuelve a lanzar de manera renovada contra el horizonte de la literatura argentina. El juego de espejos entre las dos nouvelles de Prisión perpetua (1988) y las historias seleccionadas de La ciudad ausente (1992) –aquí presentadas como “Cuentos morales”– asume el problema de la cronología para desatenderlo después. Piglia siempre jugó con sus textos, los acomodó y reacomodó más de una vez a lo largo de su vida, como tratando de revisar los efectos que su aparición provocaba o para descubrir cómo se entienden entre sí lo personal y lo social, esa forma compleja de lo colectivo.
Resulta difícil comprender los efectos de una poética personal sin caer en la evidencia del valor de una vida. Casi siempre el contacto con la experiencia ajena se resuelve en perplejidad e incertidumbre, excepto cuando la literatura consigue capturar al mismo tiempo un universo personal y las tensiones del momento cultural –que es siempre un momento político– de una época específica en un país determinado. Así, el enigma de una vida puede derivar hacia una forma de reflexión histórica o transformarse en el borrador fantasmal y detectivesco de una obra que desde el primer momento se presentó a la manera de capítulos sucesivos de una biografía escrita en el futuro.
Ricardo Piglia siempre narró en la estela de Walter Benjamin, como si la relación con el lenguaje no fuera otra cosa que el intento repetido y fulgurante de recuperar algo que se ha perdido. Como si la obra no estuviera completa hasta el preciso momento en que se fija en el porvenir el recorrido que la hizo posible.