La Tempestad

En una suerte de estadio creativo virtuoso, el cine hecho por mexicanos poco a poco empezó a posicionarse en el centro de los reflectores internacionales. De eso hace ya dos décadas, así que de pronto hoy parece natural, asunto de todos los días, que cinco cintas que involucran a mexicanos (en la producción o en la dirección) lleguen al Festival de Cannes, un año después de la catástrofe que significó para la industria el gran encierro por el covid-19. 

En “Una cierta mirada” compiten Noche de fuego, la primera cinta de ficción de Tatiana Huezo, producida por Nicolás Celis de Pimienta Films, y La civil, de la directora rumana Teodora Mihai, con Michel Franco en el rol de productor. Y por la Palma de Oro competirá una triada deslumbrante en la que participa Piano, productora mexicana fundada en 2011 por Julio Chavezmontes y Sebastián Hofmann: Annette, de Leos Carax; Memoria, de Apichatpong Weerasethakul, y Bergman Island, de Mia Hansen-Løve. 

¿Qué factores se combinaron en la industria nacional a través de los años para llegar a este punto? Julio Chavezmontes, director general de Piano, productor y guionista, afirma que se trata del resultado de políticas públicas exitosas, conquistadas en su momento por la comunidad cinematográfica: el Foprocine, el Fidecine, el Eficine y el IMCINE. “Aunque todas las políticas públicas son perfectibles, es innegable que el crecimiento del cine mexicano en lo que va de este siglo ha sido exponencial. No podemos olvidar que antes había años en los que se producían sólo cuatro películas y ahora, antes de la pandemia, se llegó a 219, de las cuales sólo el 49% recibió algún tipo de apoyo del gobierno. La distribución y la exhibición son asignaturas pendientes, pero también aquí se ha progresado mucho, y no dudo que seguirá siendo así”, remata.

Al frente de Piano, Julio Chavezmontes ha producido más de 20 películas, incluyendo Halley (2013) y Tiempo compartido (2018), coescritas por él y Hofmann, quien las dirigió. Ha colaborado con realizadores consagrados como como Abel Ferrara y Ruben Östlund. 

Julio Chavezmontes. Cortesía de Piano

¿Cómo describirías el estado de salud del cine mexicano hoy? 

Creo que la industria cinematográfica nacional se encuentra en un gran momento, pero también enfrenta un futuro incierto. Me preocupa mucho el efecto que tendrán los brutales recortes presupuestales que se han hecho en este sexenio y el anterior a los fondos e instituciones que nos han llevado a este momento de éxito. La desaparición de los fideicomisos pone en riesgo la formación de nuevas voces.

En nuestro caso, el apoyo del Foprocine a Halley, nuestra ópera prima, fue indispensable para terminar la película. Fue a partir del éxito de Halley que Piano tomó impulso. El camino de la película habría sido mucho más incierto, quizás imposible, sin la existencia de Foprocine. Hay mucho que celebrar en el nuevo Focine, pero habrá que ver si puede funcionar sin el marco legal de un fideicomiso, que es la única que permitía al gobierno participar en proyectos multianuales.

Por otro lado, el cine independiente necesita que la inversión del Estado no sólo se mantenga, sino que sea mucho mayor de lo que es actualmente. La CANACINE presentó un estudio hecho por la UNAM que demuestra que nuestra industria tiene un impacto relevante en otras ochenta industrias, así como una derrama económica importante en el país. La AMACC presentó otro estudio que mostraba que la industria cinematográfica mantiene a más de 30 mil familias. El cine mexicano independiente no es sólo una parte importante del patrimonio cultural, también es una buena inversión.

Se nota el gusto por el riesgo en las películas producidas por Piano (se podría decir que son opuestas a lo que Arturo Ripstein calificó hace poco como “cine cómodo”). ¿Qué características, además del riesgo, debe tener una película que les interesa producir? ¿Cómo eligen sus proyectos? 

Lo primero que buscamos en un proyecto es que la mirada de su autor nos sorprenda, que nos proponga una aproximación distinta a la expresión cinematográfica, surgida de una búsqueda personal. Nos entusiasma cuando estos planteamientos vienen acompañados de un alto grado de incertidumbre, porque es ahí donde se encuentra la frontera entre las formas conocidas y las que están por venir. Esas formas que están por venir, que es a lo que aspiramos cuando hacemos una película, no siempre se pueden alcanzar; eso es lo que entendemos por riesgo. Para nosotros el cine que merece la pena producir es aquel donde hay algo por descubrir. 

Marion Cotillard en Annette, de Leos Carax

En la viñeta clásica de la industria la figura del productor tiene tintes de tirano revisando el presupuesto y acechando al director. ¿Queda algo de eso en el trabajo con los autores? 

Lamentablemente ninguna producción tiene recursos infinitos y el presupuesto es una preocupación constante. Sin duda esto puede ser motivo de roces pero jamás en esa concepción clásica del productor tiránico que busca subyugar la visión artística de un director. Hoy en día lo deseable es que el productor y el director compartan la misma visión y trabajen hombro a hombro para llevarla a buen puerto, a pesar del sinfín de obstáculos que enfrenta cualquier producción cinematográfica.

El interés siempre es encontrar la versión de una idea que se pueda hacer con el tiempo y los recursos disponibles. Hacer cine es crear a partir de la pérdida; todos los días nos vemos obligados a desprendernos de algo, ya sea en desarrollo, rodaje o edición, para que pueda existir una película. El mayor riesgo es que en ese proceso inevitable de pérdidas se deje la esencia de la película. 

¿Cómo concilias, en un mismo filme, tu rol de guionista con el de productor? 

Siempre he dicho que producir tus propios guiones es la mejor forma de arrepentirte de tus palabras. Dicho esto, trabajar con Sebastián [Hofmann] siempre es un placer porque es un director muy pragmático, que sabe escuchar, tomar decisiones difíciles y seguir adelante. Suena fácil pero en realidad es extraordinariamente complicado y eso es lo que hace a Sebastián un gran director, entre otras cosas. 

A una década de fundada la productora Piano, y con cada vez más proyectos internacionales en marcha, ¿cuál ha sido el mayor aprendizaje para ustedes?

Ha sido un viaje lleno de aprendizajes desde el principio, y continúa siéndolo. Si tuviera que destacar algo en particular es que no hay nada más valioso que un buen equipo, y en Piano hemos tenido la inmensa fortuna de colaborar con gente increíble. Si bien me ha tocado ser el rostro visible de nuestra presencia en Cannes este año, la realidad es que se trata de un logro colectivo, que no se entiende sin colaboradores como Mónica Moreno (directora de producción) o Carlos Paz (ex director de desarrollo), entre muchas otras personas. 

La pandemia ha acentuado el visionado casero, a través de plataformas digitales, y ustedes mismos lanzaron el servicio Play Piano. ¿Cómo visualizan la circulación de las películas en el futuro próximo? 

Todos nos hacemos la misma pregunta y no creo que alguien tenga la respuesta. Algunos colegas pensaban que la pandemia traería el fin de la exhibición en salas, pero estamos viendo justamente lo contrario en los países donde la vacunación va más avanzada. Los números de asistencia nos dicen que el público tiene muchísimas ganas de volver a los cines, y esa es una gran noticia para la industria. Siempre he considerado que lo más importante es que exista un ecosistema que garantice la diversidad en la producción, distribución, y exhibición de películas.