16 de agosto de 2017

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21/11/2024

Cine/TV

‘499’, regresando al camino

La gira de ‘499’ sirvió a su director, Rodrigo Reyes, para volver a los lugares del rodaje y reflexionar sobre la caída de Tenochtitlán

Rodrigo Reyes | viernes, 13 de agosto de 2021

Fotograma de '499' (2020), de Rodrigo Reyes

En vísperas de los 500 años de la caída de Tenochtitlán, el director Rodrigo Reyes regresó a la Ruta de Cortés, a las localidades donde rodó la película 499 (2020), para presentar la obra junto a las personas que participaron en ella, en una serie de diálogos sobre la violencia del México actual y su relación con el pasado. 

Volvimos

Llegó Eduardo desde Madrid arropado en su magia, luminoso, listo para volver a conectar con México. Era el 31 julio de 2021 y me encontraba de nuevo sobre la Ruta de Cortés, despertando bajo la lluvia límpida y fresca del Puerto de Veracruz, atravesada por el sol que ya anunciaba bochorno vespertino. Volvimos juntos, tres años después del rodaje, a presentar nuestra película 499, en la que un Conquistador es raptado por las leyes del universo, transportado de 1521 hasta nuestro tiempo y obligado a escuchar los testimonios de personas de verdad, víctimas de la ola de violencia que arrasa nuestro país. Queríamos hacer ruido y aprovechar la conmemoración de los 500 años para llamar la atención sobre las necesidades del presente. Queríamos hacer prensa y abrirle camino a la película, pero sobre todo teníamos ansias de reconectar con nuestros amigos.

Jorge

Esa tarde el Conquistador reapareció entre los muros de coral de la librería Mar Adentro, enfundado en su armadura, algo más desgastado y maduro, listo para escuchar de nuevo las voces que reclaman justicia. Ahí me encontré con Jorge Sánchez, hijo de Moisés, periodista de Medellín del Bravo brutalmente levantado y asesinado en contubernio con el gobierno local. El tiempo se congela en su oscura repetición. Hace seis años que mataron a Moisés, hace seis años que el periodista Rubén Espinosa salió a las calles a exigir respuestas por la muerte de su amigo y, justo ese día, 31 de julio de 2021, se cumplían seis años del asesinato del propio Rubén. Ambos crímenes siguen inmersos en la impunidad. En contrapeso al horror, la mamá de Jorge, esposa de Moisés, comparte anécdotas del caminar de su vida, de cómo sus nietos van creciendo y cómo aún ama y extraña a su marido, cuidando de su recuerdo como un baluarte frente al olvido.

Martha

En el patio de una casona empotrada en el centro de Xalapa, en la Casa de Nadie, veo el brillo de una sonrisa hermosa, unos ojos profundos bordeados de rimmel azul, y en un parpadeo estoy abrazando a la querida Martha González. Desde el 11 de enero del 2011 busca a su hijo, Luis Alberto, desaparecido junto con sus compañeros en Úrsulo Galván. De nuevo el tiempo insiste en convertirse en piedra, cargando de cansancio y hastío los hombros y los corazones de las buscadoras como Martha que se juegan la vida por encontrar una respuesta a lo largo de la tierra mexicana. En su rostro se dibuja lo peor de la desaparición forzada: el silencio atroz, indiferente. Sin embargo, en su caminar, Martha y sus compañeras nos han revelado la dimensión del horror. A ellas les debemos el descubrimiento de la fosa común de Colinas de Santa Fe, una de las más grandes de América Latina. Nos volvimos a abrazar. El Conquistador comparte el sol tropical con un joven jaranero llamado Tomás Aquino, bajito y firme, que responde a la aparición al ritmo de fandango junto con su comparsa, en un círculo de música que destila todas las herencias contradictorias y dolorosas de nuestra historia.

Rodrigo Reyes

Eduardo San Juan Breña en Soledad Aztompa. Fotografía: Manuel R. Medina

Sixto

Subimos reptando por las laderas verdes de la Sierra Madre, bajo la mirada borrascosa del Citlaltépetl, acompañados del compa Sixto Cabrera, poeta y defensor de la lengua náhuatl. A lo largo de nuestro día juntos, Sixto me relató las anécdotas de la violencia en la región, azorada por pandillas de narcos y ladrones que descarrilaban trenes de carga para hacer rapiña de todo, ganado, ropa y hasta automóviles. Un día los pueblos de la sierra se organizaron para hacer justicia por su propia mano, quemando a seis presuntos delincuentes. Los quemaron vivos, en una explosión de hartazgo frente al vacío.

En las comunidades indígenas, a lo largo del país, la ausencia de oportunidades y garantías básicas a los derechos humanos es una vorágine que los jala hacia el abismo de la asimilación y la explotación. En esa corriente se pierden las costumbres, la cultura y, sobre todo, la lengua, arrastrando a jóvenes, como los propios hijos de Sixto, hacia una asimilación dispareja, aventados sobre la espalda encarrerada del tiempo moderno, dejando atrás la palabra. Afuera del salón de fiestas de Soledad Atzompa, el Conquistador espera al público, impasible. Cae la noche mientras escucho reflexionar a mi amigo, con su hermosa sabiduría aunada a su esperanza de resistir, bajo la luz azul del volcán extinto que se revela de repente bañado de nieve.

La sombra del Conquistador

En nuestro andar comprobamos que la violencia tiene muchos matices. El Conquistador vive entre nosotros, se encarna en los tres intentos de extorsión que vivimos a manos de policías de distintas corporaciones. Existe en la vergüenza que sintió Sixto en su juventud por hablar náhuatl, en la humillación de ser indígena en Cholula, y en el rechazo que viven pueblos de las faldas del Popocatépetl, que nos expresó con tanta belleza el maestro Rafael Chiquito. Existe también en la necesidad de llevar un GPS en nuestro viaje y controlar los movimientos de todo nuestro crew por si las moscas. Se manifiesta en esa frase que escuché en Cuernavaca, de voz de mi prima sobrina: “Me alegro de que tu película pueda decir todo esto, porque yo no puedo, por culpa del miedo”. Pero sobre todo perdura en esa indiferencia que ya se ha hecho un reflejo de nuestra musculatura emocional. La sombra del invasor camina dentro, sobreviviendo con nuestras intolerancias.

Albergue

El Conquistador observa el reptar de La Bestia sobre el camino de acero. Su carga metálica esconde las formas, desgastadas y empecinadas, de nuestros hermanos y hermanas migrantes. Estamos en Apizaco, Tlaxcala, en un oasis de amor llamado el Albergue Sagrada Familia. Por supuesto que los migrantes que conocí hace tres años ya no están aquí; ellos y ellas siguieron su camino rumbo al norte, después de una estancia breve de uno o dos días. Comprobamos el paso del tiempo en los nuevos murales que llenan las paredes de flores, en la enorme lona que resguarda el patio y, sobre todo, en la cantidad tremenda de gente.

La crisis, como tantas, se ha agudizado. La marea del éxodo crece y bulle, anunciando un futuro desesperado que abarca las divisiones de todo nuestro planeta. Sin embargo se levanta la pantalla bajo la lona y comienzan a acercarse nuestros hermanos. Parpadea la luz, arranca la película y, cuando por fin aparece el capítulo de la migración, nacen las sonrisas, los comentarios, esa sensación tan compleja de verse reflejado y reconocido bajo el frío de la noche del altiplano.

Fátima

Desde que conocí a la señora Lorena Gutiérrez he pensado que, si todos en el mundo escucháramos su historia, sería imposible seguir igual. Sería imposible mantener el muro de indiferencia ante la atrocidad de lo que significa un feminicidio, esa mancha que se arraiga en el corazón y destroza a una familia entera. A seis años del asesinato de su hija, Fátima Quintana, la señora Lore sigue luchando desde su trinchera, insistiendo en alcanzar la justicia, con su voz rota e incansable. Justo en este 2021 Fati hubiera cumplido 18 años, y con su recuerdo se va expandiendo la violencia en el tiempo, más allá de los instantes sangrientos que la detonaron, haciendo eco a través de los días, machucando a su familia mientras se van uniendo con otras mujeres que siguen cayendo en este sendero de dolor. Abrazo a la señora con cariño, sabiendo que hay poco que pueda hacer yo para sanar sus heridas. Es incómodo y parte de mí, igual que muchos de nosotros, quisiera cerrar mi corazón a tanto penar. Da miedo mirarse al espejo del horror, pero debería aterrarnos aún más el saber que nuestro silencio es cómplice de la hecatombe.

Rodrigo Reyes

Eduardo San Juan Breña y Rodrigo Reyes en el Zócalo capitalino. Fotografía: Manuel R. Medina

Tenochtitlán

El Conquistador aparece en el Zócalo, encarando la Catedral al norte, el Palacio Nacional al oriente y, en medio, la maqueta acartonada del Templo Mayor que espera la noche para revestirse de colores de neón. Al fondo, el templo de verdad espera pacientemente a que reparen su tejado para poder resguardar sus tesoros de las lluvias estivales. Arriba respiran las nubes de la región más transparente. Junto con el equipo, invito a los mexicanos de a pie a dialogar sobre estos 500 años, ¿Qué nos deja esta historia? ¿Acaso somos mejores? ¿Qué tareas nos quedan pendientes para el próximo medio milenio?

Al conversar con la gente confirmo que nuestro reviaje no es un mero recuento de tragedias, tampoco un regodeo empecinado en desenterrar la morbosidad. Lo que viví fue una experiencia de la resistencia y la tenacidad del pueblo mexicano, y su exigencia de ser escuchado. Desde Veracruz hasta Tenochtitlán presencié la luz de nuestros amigos, que conjugan el cansancio con la esperanza. Hoy, al cumplirse 500 años de la rendición de Cuauhtémoc, llegamos a Tenochtitlán con la esperanza de cerrar un ciclo, y que de alguna manera este caminar sirva como un empujoncito contra la puerta del tiempo, para interrumpir el eterno retorno de la violencia en nuestra tierra, por fin arriesgándonos a escuchar las voces vivas de nuestras víctimas.

 

P.D. Agradezco encarecidamente a nuestros principales aliados en esta gira: Transparency International, Sundance Institute, Centro Cultural de España en México, La Maroma Producciones, Calouma Films y nuestra distribuidora, Piano. Un fuerte abrazo a los compañeros del camino: Moisés Carrillo, Luis Fernando Pozos, Manuel Medina, Pablo Mondragón y Andrew Houchens.

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