En un momento cerca de la mitad de The Velvet Underground (2021), documental de Todd Haynes recientemente estrenado en Apple TV+, Jonathan Richman, el antiguo líder de los Modern Lovers, describe el sonido de la banda neoyorquina. Habla sobre lo que hacía cada instrumento, lo que hacía la voz y, de pronto, dice que había también un “sonido de grupo” imposible de localizar, pero que estaba siempre presente en las actuaciones en vivo.
El largometraje no se detiene únicamente en las biografías individuales de los componentes de The Velvet Underground. En el centro de la historia está el ambiente artístico neoyorquino de principios de los sesenta. El cineasta experimental Jonas Mekas, uno de los entrevistados, habla sobre disciplinas expandidas con las que puede asociarse al grupo, una parte importante de lo que logró concentrarse en él y en los proyectos cercanos: cine, pintura, literatura. Todo converge.
Haynes cuenta la historia en términos nabokovianos: ésta es, en parte, la historia de los músicos pero es, sobre todo, la historia del estilo de la banda. No es casual que pase casi la mitad del documental antes de que se hable del lanzamiento de The Velvet Underground & Nico (1967), el primer álbum del grupo. Es necesario, primero, establecer qué converge en él, cuáles son los elementos del estilo.
Nueva York experimental
El documental hace énfasis en la formación musical de John Cale y, sobre todo, en su colaboración con La Monte Young y Tony Conrad en el Dream Syndicate, así como las ambiciones literarias de Lou Reed, que había estudiado con Delmore Schwartz en la Universidad de Siracusa y se relacionó personalmente con el poeta. El testimonio de Mekas ayuda a entender el ambiente del que surge The Velvet Underground. En sus palabras, lo que los artistas experimentales de Nueva York hacían en ese momento era de suma importancia: “Decían que éramos la contracultura, pero se equivocaban: nosotros éramos La Cultura”.
El documental de Haynes plantea la idea de que una agrupación como ésta, con su rareza y su radicalidad, fue el producto natural de una de las etapas más fértiles de la historia cultural de Nueva York. Por ello es importante la distancia que establece entre la banda y otros grupos contemporáneos de rock o pop. Puede escucharse en voz de Reed, por ejemplo, que odiaban a The Mothers of Invention y, de hecho, como confirma más adelante Maureen Tucker, odiaban toda la contracultura de la Costa Oeste, principalmente a los hippies, a cuyo pacifismo conformista oponían la furia y la violencia del cambio voluntario.
Uno de los tantos aciertos del documental es su alejamiento de las narrativas establecidas para contar el mito de la banda. Entre los testimonios que sirven para ese propósito está el de la hermana de Lou Reed, Merrill Reed Weiner, que en otras ocasiones ya había hablado en contra de los rumores sobre la estabilidad mental del cantante “talentoso más allá de su talento” (en palabras de Terry Phillips, un productor que trabajó con Reed y Cale en sus inicios, a quien también se entrevistó para este documental). No hay aquí un listado de músicos a los que influyeron ni ecos de la ya gastada frase “pocos compraron sus discos pero aquellos que lo hicieron fundaron bandas importantes” (y sus variantes). Hay, en cambio, un análisis de la importancia de lugares como The Factory, donde convergieron artistas que trabajaban en múltiples disciplinas. Se indaga, sobre todo, en los momentos clave en los que se fue perfilando el destino de la agrupación, la serie de coincidencias que facilitaron su existencia.
Andy Warhol, un padre
El fantasma de Andy Warhol se pasea a lo largo de la película (“era una personalidad atrayente, como un padre que permitía que todo eso pasara”, dice Mekas), no sólo en sus apariciones en el metraje sino también en algunos aspectos estilísticos. Al presentar a los personajes de Lou Reed y John Cale se utiliza el formato de Chelsea Girls (1966), cinta lanzada casi al mismo tiempo que el álbum debut del grupo: la mitad de la pantalla es ocupada por un screen test (tomado del archivo de Warhol) al que complementa una narración en voz en off de la persona retratada; en la otra mitad aparecen imágenes complementarias que ilustran aquello que se narra, casi siempre por evocación. El largometraje recurre a material grabado en The Factory, a archivos de las presentaciones de Exploding Plastic Inevitable –el espectáculo multimedia montado por Warhol y del que formaban parte The Velvet Underground o el poeta Gerard Malanga– y a algunas grabaciones de Jonas Mekas.
Si en I’m Not There Todd Haynes ofreció no una biopic convencional que narraba linealmente la historia de Bob Dylan sino un montaje oblicuo repleto de referencias y discontinuidades (como la entrevista a Rimbaud), en The Velvet Underground presenta un documental que de ninguna manera es introductorio. Hay omisiones deliberadas y sobreentendidos, sumados a la cantidad de referentes utilizados. Es un documental casi tan exigente como la escucha de la banda, caracterizada por actuaciones pensadas, como diría Nicanor Parra de la mejor poesía, para joder la paciencia del prójimo. (En eso coincidía con Warhol, que en algún momento de sus diarios comenta sobre Exploding Plastic Inevitable: “Nuestra política actual es: si la gente soporta diez minutos, nosotros vamos a tocar durante quince”). No es un documental suplementario, que busca agotar su tema y ofrecer una “verdad”, sino un documental complementario que funciona a manera de ensayo, al mismo tiempo personal y múltiple, y como una celebración del ambiente de experimentación e innovación del que The Velvet Underground surgió.