Fuera de los lugares comunes, que se fatigan apuntalando la muerte del rock de guitarras (cualquier cosa que eso signifique), lo cierto es que la música más inmediata y visceral de la Ciudad de México no atraviesa por su mejor momento: la concentración en los puntos geográficos de antaño, el cierre de foros y la pauperización de la producción se combinan con un desinterés aparentemente generalizado. A todo ello se suman las losas pipilianas de la pandemia: cada uno remó como su ansiedad y sus finanzas le dieron a entender.
Pese a no tener el timing a su favor, Teresa Cienfuegos y las Cobras ha sacado a flote uno de los sonidos más pertinentes de la cada vez más insondable capital mexicana. Su primera producción, el EP Duras vacaciones (2019), con su garage a toda máquina, sin concesiones, se encontró con una pandemia que limitó sus posibilidades por casi dos años. A esto hay que sumar que la banda está integrada como una selección nacional, donde la potencia de su alineación contrasta con la disponibilidad de sus partes, debido a la agenda de sus proyectos principales.
Entre Lautréamont y Makandal
Con el viento en contra, Pietro, comandante principal, navega e ilumina a discreción. La nueva placa de Teresa Cienfuegos y las Cobras suena distinta: no sólo cuenta con nuevas fichas humanas para el juego, sino que sus referentes (literarios, musicales, vitales) se engarzan de forma reposada en un plato vibrante que nos lleva de la liberación haitiana a la Torre Latinoamericana, de la música latina a los demonios internos de escritores uruguayos. Platicamos con el guitarrista y vocalista en un bullicioso Centro Histórico, previo al lanzamiento de su segundo trabajo.
En contraste con la grabación anterior, en este disco “tenía ganas de hacer una especie de librito-concepto-narración, con piezas que, aunque no fueran literales, tuvieran esa vocación narrativa, de un personaje que ahí anda como espíritu o presencia. Siempre estuve pensando en por lo menos dos, de forma permanente, Lautréamont y Makandal, el libertador haitiano”, explica Pietro.
“Me gustó la posibilidad de encarnar personajes, de apropiarme de figuras literarias, semihistóricas o legendarias. Siempre me han gustado los cuentos. El título del disco es en sí mismo un mensaje, y en esa rola metí unos diálogos con Arturo de Córdova y María Félix, al final sale mi voz diciendo algo como ‘Ok, esta es tu última noche en la Tierra’”, apunta el ex integrante de la legendaria banda Los Negretes. La libertad y la posibilidad son el aire de los ocho cortes que componen Última noche en la tierra, Lautréamont, editado de forma independiente.
Un caos más definido
Con un sonido que incorpora nuevos instrumentos y añade otro cariz, el segundo disco de Teresa Cienfuegos y las Cobras suena a la vez lisérgico y tropical, pero también aterrizado y clarificado. Pietro concuerda en lo general, y cuenta cómo fue engranando las piezas. En Última noche en la tierra, Lautréamont conviven, de forma tal vez intuitiva, dislocada e inconsciente, los vericuetos plantados por Spacemen 3, Television, Los Espíritus o The Modern Lovers, pero también las figuras pálidas y apócrifas de la música latinoamericana.
“La primera propuesta que le tiré a Damián Pérez [integrante de Nos Llamamos y Jessy Bulbo que grabó, mezcló y tocó percusiones en el disco] fue que lo hiciéramos a partir de los bongós. Me fasciné con ellos, me armé unos chidos. En la última etapa prepandémica, en la que estábamos tocando bastante, jalé a tocar a Damián y le rolé los bongós; le dije que me gustaría hacer un disco que no partiera de la batería o el bajo, aunque al final el bajo está muy presente. La canción ‘Tercera cumbia mundial’ se quiso hacer desde el bongó, por ejemplo”, cuenta el músico.
“Con Damián hicimos una mancuerna muy chida”, abunda Pietro. “Él es muy craneal; no es que yo no piense mucho las cosas, pero me gusta llevarme más por la narrativa. Yo no le decía ‘Vamos a tocar re menor y luego un disminuido’, sino algo como ‘Aquí me imagino a un perro mordiendo, está chupando sangre y hay un vampiro. A él le costaba trabajo interpretar lo que yo le decía, y yo me esforzaba para entender lo que él necesitaba musicalmente, para así conseguir una armonía”.
La banda desarticulada
Tratándose de una banda desarticulada, con integrantes que han ido rotando, resulta digno de atención el sonido de sus dos producciones independientes. Teresa Cienfuegos y las Cobras suena hoy madura, evolucionada y definida, pero sin perder el filo, el salvajismo y la potencia, lo mismo en el estudio que en el escenario. Pietro lo explica: “El grupo empezó como algo en donde todo el mundo sumaba y nadie se fijaba si estabas tocando algo que no entendías, eso no importaba. Ahora decidí dirigir el sentido, no para controlar sino para explorar una orientación artística. Por ejemplo, en ‘Torre Latinoamericana’ a Catalina Rojo [integrante de Malinche y los Perros], la bajista, le dije: ‘Acuérdate bien cabrón del bajo de Top Gun, me gustaría que lo toques. Es un bajo bien fino’. ‘Torre Latinoamericana’ fue la primera canción que supe que sería parte del disco”.
“Tocar con cinco güeyes y que todo suene definido es un desmadre. Con mis bandas pasadas intenté eso, esta vez quería hacer algo en sentido contrario. Con Los Negretes se componía así: traigo una canción pero cada uno hace lo que quiera. Esta vez fue como tratar de hacer que narrativamente funcionara todo el tiempo”, apunta Pietro.
Concebido también como una suerte de homenaje a la charla y el intercambio constante de anécdotas y conversaciones, a la permanencia y a los momentos que detonan historias, Última noche en la tierra, Lautréamont se presenta como un disco vital para la Ciudad de México. Al mismo tiempo, es un diálogo vivo, que puede establecer conexiones fuera de sus linderos más evidentes. Como toda historia de resistencias en un Distrito Federal que se niega a ser CDMX, ahí está este sonido, este grupo y este disco.