En octubre de 2022 se publicó el segundo disco con música de Samuel Cedillo (Tlalpujahua, 1981), Estudios. Con interpretaciones a cargo de los ensambles Liminar y Lumina, así como del Cuarteto de Cuerdas UNTREF, confirma la importancia creciente de la obra del compositor mexicano: el disco fue editado por Kairos, uno de los sellos de referencia en el panorama de la música contemporánea. En un ambiente de franca sordera hacia las expresiones sonoras más radicales de nuestro tiempo, recibimos esta grabación con textos de Fernando Vigueras, artista sonoro y músico especializado en prácticas y lenguajes experimentales, y el compositor Abraham Ortiz. Escribe Francesco Filidei en el cuadernillo de Estudios: “Lo primero que llama la atención del trabajo de Samuel Cedillo es su voluntad de reinventar un mundo desde cero, partiendo de su transfiguración sonora”.
La escucha presente
Fernando Vigueras
Abordar la música de Samuel Cedillo implica adentrarse en un vertiginoso mar de sonoridades. Sus múltiples dimensiones dan cauce a una escucha abismada donde las formas, que se enuncian desde el silencio, cuestionan la naturaleza de la memoria. Como intérprete de su trabajo, la aventura de interactuar con un imaginario desbordante, atento a la precisión de su impulso creativo, ha determinado una serie de procesos que confrontan buena parte del entramado que sostiene la tradición musical académica.
El encuentro con la música de Cedillo demanda un arrojo total como ejecutante y oyente: la intuición y la persistencia son recursos de primer orden para no sucumbir a la vorágine de indicaciones, trazos y signos de su intrincada escritura. Ésta expone una relación intensa con el instrumental que aborda, donde la exploración de un objeto sonoro o instrumento tiende a llegar a sus últimas consecuencias, en un registro que va de la experiencia sutil con el tacto o el aliento al violento percutir de mazos y la fricción de sierras eléctricas sobre un trozo de metal que ha perdido el rastro de su forma. Cada caso impacta de manera profunda el fenómeno sonoro que solemos denominar “música”.
La música de Samuel Cedillo exige un análisis riguroso y un constante cuestionamiento crítico para desentrañar lo que, con precisión milimétrica, intenta comunicar. Cada pieza del compositor mexicano concentra en su lenguaje el hallazgo de su devenir, un aprendizaje valioso y un proceso de audición intenso donde se perciben otras maneras de entender el fenómeno sonoro, desde su arraigo en el cuerpo, la vibración, el sonido y su potencia expresiva.
En su serie de Monólogos Cedillo convulsiona la identidad tímbrica de varios instrumentos, dando lugar a un extrañamiento esencial que desdibuja las asociaciones de orden convencional. En Monólogo IV, El canto de Polifemo (2009-13) traslada la guitarra a un territorio que reconfigura su performatividad, desplegando una suerte de coreografía intrincada sobre un cuerpo acústico distendido, empleando dos arcos y algunos objetos para producir sonoridades cercanas al grito, la respiración, el canto roto de un cuerpo en agonía.
Aludiendo a la voz de ese cuerpo en el límite de sus fuerzas, Samuel Cedillo explora una zona limítrofe implicando su propia voz en Monólogo VI, Máquina parlante (2016-19). Puede entenderse como un poema de largo aliento donde, progresivamente, la voz extrema su fonación hasta diluir la comprensión de las palabras. El sonido prevalece, anulando todo significado cuando el cuerpo se agota, dando origen a un automatismo instintivo que se repite incesantemente, como si la voz hubiese logrado autonomía y hablara de sí misma, oyéndose decir.
La experiencia que se forja desde esta ruptura también despliega otras maneras de imaginar y articular la escucha, suscitando un reconocimiento a partir del evento sonoro y su resonancia en la memoria corporal.
Este giro conceptual pone en tensión los límites del instrumento y el cuerpo, dando lugar a una reflexión latente sobre la borradura, un espacio al que induce constantemente su obra, ya sea en la interpretación o en el diálogo constante consigo misma, una intersección que determina nuevos lenguajes y brechas aurales. La experiencia que se forja desde esta ruptura también despliega otras maneras de imaginar y articular la escucha, suscitando un reconocimiento a partir del evento sonoro y su resonancia en la memoria corporal.
Si en sus Monólogos Cedillo interpela al cuerpo como el medio para activar un instrumento, en su serie Estudios pone en marcha una maquinaria orgánica, sensible, que atiende una acumulación de escuchas proyectadas en una masa sonora capaz de asediar al oyente y, al mismo tiempo, remitirle al sentido primigenio del ejercicio auditivo. Cada estudio revisa y pone en juego un comportamiento acústico determinado no sólo en el espacio físico sino también en el espacio que configura la memoria desde la escucha.
La acumulación de eventos sonoros que se produce en las cinco piezas que conforman su reciente producción discográfica, Estudios (Kairos, 2022), habla de un sentido atento que concentra, en su devenir actual, el registro de un pensamiento presente, en una temporalidad que se construye a través de la potencial multiplicidad de escuchas que inciden en la concreción de ese objeto desbordado que formula con su obra. Podríamos inferir cada estudio como una suma de experiencias físicas, intensidades y escuchas sucediendo en forma simultánea, dentro del espacio común que establece la música de Samuel Cedillo.
El impacto sonoro se proyecta en el instrumento, visto ya sea como un cuerpo resonante intervenido a cuatro manos por dos ejecutantes –Estudio de contrapunto para violín (2014-16) y guitarra (2019-20)– o bien como la afirmación de la potencia creativa que ejerce cada individuo al accionar un dispositivo que condensa toda una urdimbre de gestos, emociones e ideas –Estudio de fenómeno para cuartetos de cuerda (2010-12) y saxofón (2012), así como para ensamble de pianos microtonales (2016-20)–, desconcierta en primera instancia al oyente. Esa maquinaria sutil revela la fuerza del momento presente, de la escucha que recrea universos sonoros fascinantes.
La música de Samuel Cedillo nos habla, entonces, de la belleza del hallazgo, del encuentro con el sonido en el discurrir de un presente que pocas veces nos damos a la tarea de percibir en su dimensión más profunda, la que el oído reclama.
Decastración de la guitarra
Abraham Ortiz
Como reflejo de la historia de la música clásica –la que se desarrolló entre la corte y el clero de la Europa occidental–, la historia de la guitarra es la de la negación de la naturalidad. Una castración, en suma. La guitarra ha sido utilizada por compositores e intérpretes sin darle el derecho a ser como es. Ha tenido que responder al cantabile, establecido por el ideal de belleza del bel canto, sin la posibilidad de ser, por ejemplo, un instrumento de percusión, al que se considera “feo”.
‘Estudio de contrapunto II’ busca la independencia sonora de la guitarra. Le permite ser lo que es, no un mero objeto subordinado al hombre castrante.
Estudio de contrapunto II, del compositor Samuel Cedillo, busca la independencia sonora de la guitarra. Le permite ser lo que es, no un mero objeto subordinado al hombre castrante. Aquí no suena para agradar sino para no cantar. En la obra se percibe el desafío a los lineamientos de la guitarra clásica, la ruptura con lo establecido. Ajena a la dualidad belleza/fealdad, la pieza se arroja al vacío para descubrir algo que ya no tiene relación con esas categorías. Al adentrarse en los orígenes del sonido y el ritmo desde las profundidades abiertas del objeto-guitarra, busca lo indefinido, trascendiendo la tradición aristocrático-burguesa de la música. Se trata de una emancipación, una obra (y un objeto) en autonomía.
Esta autonomía trastoca las bases de cierta estética contemporánea: trasciende lo tímbrico y, paralelamente, la ejecución del instrumento como símbolo masculino. Con la guitarra recostada, Estudio de contrapunto II pareciera una obra para maquinaria industrial, ejecutada por trabajadores. Sólo la forma del instrumento remite a la tradición. La pieza materializa una decastración de la guitarra, y abre camino a una posible revolución en la música mexicana. ¿Será casualidad que proceda de la trinchera mazahua?
Entre los Estudios reunidos en el disco que la contiene, quizá Estudio de contrapunto II sea la obra más incomprendida. Difícil, impredecible, ha decidido seguir su propio curso. La considero la obra más arriesgada y fascinante de Cedillo (lo que ya es mucho decir), en la que más lejos ha llegado. Incluso se despoja de su autor para pertenecernos a todos. Estamos entonces frente a una música nueva en el sentido más estricto.
Estudio de contrapunto II no es bella o fea, nada de eso le interesa. Liberada, ha roto con el bucle infinito, ha logrado salir del círculo vicioso de la música occidental. De ahí su potencia, su profunda autonomía, su revolución. Nos muestra un espacio que por ahora no tiene nombre, y que acaso no sea necesario nombrar.
Samuel Cedillo, Estudios