El Festival Internacional de Cine UNAM celebra su edición 13 con una impronta de cambios y una expansión notable. Referente en la formación de públicos ávidos de narrativas de corte oblicuo, abstracto, conceptual –radicales, en suma–, este año el FICUNAM cambió sus fechas habituales (en marzo) para diversificar su oferta y mantener en pie la bandera de la libertad y la transgresión. Su lema de siempre: “El cine que provoca”.
Entre el 1 y el 11 de junio diferentes salas y espacios de la Ciudad de México, principalmente pertenecientes a la Universidad Nacional Autónoma de México pero también recintos como la Estela de Luz o la Cineteca Nacional, proyectarán una selección de 42 títulos en competencia, más de 60 estrenos, cinco retrospectivas y seis eventos de cine expandido; además darán cobijo a encuentros internacionales, seminarios y talleres formativos.
La UNAM y más allá
Para Maximiliano Cruz, director artístico del festival, si bien el FICUNAM tiende a abrirse a diversos públicos, su vocación se mantiene intacta: “La programación se ha expandido, y ello responde en buena parte a que rebasó las fronteras universitarias. Sigue siendo un festival universitario, esa sigue siendo su prioridad, pero no puede eludir las exigencias y necesidades del público de la ciudad”.
Desde su nacimiento en 2011 el FICUNAM ha apostado por funcionar como un crisol de vanguardia y experimentación cinematográficas, con sentido crítico y orientación formativa, donde confluyen los espacios académico, crítico y de industria. Este año hay pruebas de ello no sólo en la inclusión de cortometrajes y óperas primas en competencia, o en las revisiones de la obra de la japonesa Kinuyo Tanaka, la uzbeka Saodat Ismailova, el español Albert Serra y la francesa Marguerite Duras, sino también en actividades de formación profesional como Locarno Industry Academy, Catapulta o El Público del Futuro.
Para Lucrecia Arcos, escritora especializada en cine que ha asistido al festival lo mismo como espectadora que como parte de sus actividades –en esta edición conversará con la investigadora Satomi Miura y la curadora Andréa Picard sobre el cine de Duras y Tanaka–, el FICUNAM es uno de sus momentos favoritos del año: “Mezcla de manera muy puntual el espíritu teórico y crítico universitario con el espíritu del cine en su totalidad. Además, un festival dentro de la UNAM recibe con los brazos abiertos no sólo a estudiantes de todas sus facultades sino al público en general, y nos da la oportunidad de ver en salas de cine películas japonesas de los años cincuenta y sesenta o francesas de los sesenta y setenta”.
“Mezcla de manera muy puntual el espíritu teórico y crítico universitario con el espíritu del cine en su totalidad. Además recibe con los brazos abiertos no sólo a estudiantes de todas sus facultades sino al público en general.”
Dentro de la retrospectiva Destruir, dice. El cine de Marguerite Duras, uno de los puntos más destacados del festival, Arcos recomienda las cintas Baxter, Vera Baxter (1977) y El hombre atlántico (1981). “Me parece que la primera, de manera clásica, se diferencia de los otros filmes por el uso de espacios tanto exteriores como interiores y la puesta en escena de los personajes y sus relaciones; la música es un trabajo destacable. La segunda viene de un diálogo de otra película, Agatha y las lecturas ilimitadas. Me parecen buenas elecciones para ver en sala, aprovechando las copias restauradas”, explica la también poeta.
El poder de la imagen
En perspectiva, reflexiona Maximiliano Cruz, arriesgar con recursos limitados es posible. La clave es no limitar la apuesta a la programación: “En la pandemia, donde tantos contenidos estuvieron en streaming, me di cuenta de que no basta con programar buenas películas. Todo tiene que acompañarse mejor. Ha sido un reto para el equipo, porque implica esfuerzos económicos y de producción. La confianza en el poder de la imagen te permite tomar riesgos con cierto grado de seguridad. Un ejemplo es la retrospectiva de Albert Serra [Devoción impía]; fue un acierto la forma en que se comunicó, a través de una alianza con el Museo Tamayo, lo que seguramente atraerá a un público distinto”, confía el director artístico.
“Es estimulante poner a dialogar las producciones contemporáneas con las retrospectivas, darte cuenta de que hace décadas ya existían ciertas inquietudes, en contextos y épocas distintas; el cine es un catalizador de todo eso.”
En el FICUNAM resuenan las problemáticas de la época. Cruz menciona, por ejemplo, la película de inauguración, “Orlando, ma biographie politique (2023), de Paul B. Preciado, de amplia trayectoria en el pensamiento queer. Más allá del imaginario personal habla, a través de testimonios, de temas pertinentes como la identidad, el individuo y el acceso a los derechos. Es estimulante poner a dialogar las producciones contemporáneas con las retrospectivas, darte cuenta de que hace décadas ya existían ciertas inquietudes, en contextos y épocas distintas; el cine es un catalizador de todo eso”.
De cara al futuro, Maximiliano Cruz considera que el festival es un espacio en donde las acciones de conocer, aprender y compartir son “semillas vitales” para garantizar su continuidad. Él considera al FICUNAM “un milagro” de la libertad, y reflexiona: “La figura del director legendario, que permanece en un festival por 15 o 20 años, ha sido muy común, aunque cada vez menos; en definitiva puede acarrear vicios. Me gusta más la idea de plantar semillas; si un día falta cualquiera de quienes lo vimos crecer, podemos confiar en que su espíritu se mantendrá sin dejar de expandirse. Los festivales te permiten eso: acceder a otros mundos”.