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La libertad

‘Los delincuentes’, película de Rodrigo Moreno, es la contracara más elocuente de la deriva política argentina de los últimos tiempos

Nicolás Cabral | lunes, 20 de noviembre de 2023

Fotograma de 'Los delincuentes' (2023), de Rodrigo Moreno

Llegan noticias funestas desde Argentina, con un futuro presidente que escupe libertad mientras anuncia renovadas formas de esclavitud como camino unívoco para enderezar la economía. En paralelo, una película extraordinaria de ese mismo país nos invita a pensar la palabra desde otros lugares. Los delincuentes (2023) entiende el concepto de forma muy distinta a Milei. Cuando un libertario lo utiliza se refiere a la libertad del capital. El cineasta Rodrigo Moreno habla de algo bien diferenciado, aquello que Sartre entendía como la potencia constitutiva de todo acto. Encuentro, además, razones para leer el filme desde una óptica sutil pero decididamente anarquista. El delincuente es, aquí, como en su etimología, el que abandona la norma. Y la norma en una sociedad administrada es vender la fuerza de trabajo y el tiempo de vida a un patrón hasta obtener una jubilación cuando ya es demasiado tarde para pensar en otra cosa.

La aritmética de Morán (Daniel Elías) es inapelable. Tesorero de un banco, calcula el monto de su salario hasta la jubilación, lo multiplica por dos (habrá un cómplice) y retira exactamente esa cantidad de la bóveda. Sin violencia, aprovechando la confianza depositada en él como empleado. Esconderá el dinero y se entregará a la policía confesando su crimen. Sabe que, con buen comportamiento, saldrá de prisión en tres años y medio. El cálculo es precisamente ése: no esperar cinco lustros para obtener la libertad en la forma de una pensión, sino pasar apenas una fracción de ese tiempo encerrado para después disfrutar el resto de sus días en la sierra de Córdoba, sin trabajar un día más. Román (Esteban Bigliardi), compañero de banco, será quien guarde el botín, obligado a convertirse en copartícipe, con las mismas letras en su nombre, que además compondrán los de las hermanas Norma (Margarita Molfino) y Morna (Cecilia Rainero), apariciones en su camino “delictivo” en el poblado de Alpa Corral. Desdoblamientos, duplicaciones, desconciertos.

Como todo gran relato (cinematográfico o literario), Los delincuentes hace de su tema la forma. Aquí la pregunta por la libertad, cuyo vehículo es una canción del primer disco de Pappo’s Blues, está en la concepción misma de filme, que es varios filmes en sus más de tres horas de duración. Lo que comienza como un heist, reelaboración de Apenas un delincuente (1949) de Hugo Fregonese, abandona los códigos genéricos para entregarse a otras búsquedas, en los hallazgos sucesivos que permitió un rodaje de cuatro años con una pandemia en medio. La primera parte de la película no da indicaciones de su momento histórico, parecen los setenta en el Microcentro de Buenos Aires, con Piazzolla rigiendo los pasos. Un montaje dinámico, que encabalga planos cortos, define el ritmo inicial, en una ciudad y una oficina que denotan rutina, repetición, vida administrada. Aquí ocurre el planteamiento, el robo y sus consecuencias inmediatas, pero el segundo capítulo (de un total de cuatro) implicará un giro brusco hacia espacios abiertos y luminosos, planos de mayor longitud, cuando Román parta al escondite del dinero y haga nuevos amigos junto a un río, en el goce de un tiempo sin orientación ni sentido.

Aún tendremos, en la película de Moreno, una nueva reflexión sobre la libertad e incluso una puesta en abismo (un videasta chileno, Ramón, pasa años filmando el paisaje de las sierras, buscando lo excepcional en medio de la homogeneidad). ¿En qué película se lee un poema de Juan L. Ortiz después del coito? En Los delincuentes. ¿Cómo pasar los días inmóviles de la prisión sin sucumbir al ahogo? Leyendo de forma obsesiva “La Gran Salina” de Ricardo Zelarayán (“Desde chico intenté cortar una gota de agua / en dos / (con una tijera)”, que un profesor de literatura (Fabián Casas) descubre a los reclusos en un aula. Eso es seguir delinquiendo, abandonar constantemente la norma, leer un poema en voz alta en el patio de la cárcel. Ahí encuentra Morán la libertad que sólo después, tal vez, alcanzará en la sierra cordobesa, cuando pueda ser enteramente dueño de su tiempo. El día que lo liberan puede leerse, grafiteada en el muro exterior de la prisión, la frase “MUERTE Ⓐ LOS QUE GOBIERNAN”.

No hay en Los delincuentes política al uso, ni Morán ni nadie da muestras de una ideología puntual. Hay, eso sí, deseo de no mandar ni de recibir órdenes. La riqueza es entendida como abundancia de tiempo, no de dinero (en una sala de cine se proyecta El dinero, la última película de Robert Bresson). En la anticipada resistencia necesaria para soportar el capitalismo criminal que promete Milei, una película nos enseña cuál es la libertad que importa: la de los cuerpos, la del lenguaje, nunca la del capital. La poética destituyente de Rodrigo Moreno confirma que en la imaginación artística quedan reservas de energía psíquica para afrontar lo que venga.

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