16 de agosto de 2017

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21/11/2024

Literatura

Un limbo feliz

Don Carpenter reivindicó a los autores de su generación en la imprescindible novela inconclusa ‘Los viernes en Enrico’s’ (Sexto Piso)

Iván Ortega | martes, 16 de enero de 2024

Don Carpenter. © Herederos de Don Carpenter

Podría decirse que la recuperación de Don Carpenter comenzó con la publicación de Dura la lluvia que cae –novela sobre criminales, jugadores de pool y arribistas, con pasajes sobre relaciones homosexuales que fueron escandalosos en su momento (1966)– en la colección de clásicos de la New York Review of Books. La edición venía acompañada de un prólogo de George Pelecanos (novelista y escritor en algunas series de David Simon, como The Wire y Treme).

Después vendría la recuperación de su Trilogía de Hollywood y la edición de la novela que Carpenter dejó inconclusa a su muerte en 1995. La tarea de finalizar de Los viernes en Enrico’s fue dejada en manos de Jonathan Lethem, entusiasta de su obra, que descubrió trabajando en una librería de segunda mano durante su juventud. Lethem comenta que una de sus principales preocupaciones al adentrarse por primera vez en el manuscrito original fue que se tratase de una obra no sólo menor sino mala. Afortunadamente no fue el caso y la novela vio por fin la luz en 2014 en inglés (en español al año siguiente, publicada por Sexto Piso).

En Los viernes en Enrico’s convergen múltiples preocupaciones temáticas de Don Carpenter: los criminales, los escritores de éxito, la vida en la costa oeste (de Washington a Los Angeles), Hollywood (desde el glamour de los actores hasta los guionistas que intentan colocar su primer trabajo), las drogas, la generación beat y sus consecuencias, la vida de los escritores fracasados, la vida de los escritores exitosos, el alcoholismo. La novela es también un lugar en el que se reúnen los escenarios de sus obras anteriores: los criminales y ángeles derrotados de su primera novela, oriundos de Portland, conviven con gente que después triunfará en el cine. El bar de Enrico, que había sido mencionado de pasada en la novela Un par de cómicos, aquí tampoco cobra verdadero protagonismo. Los lugares en los que sus personajes se juntan a beber y a hablar sobre su vida y sus carreras son diversos y, como la novela, se extienden a lo largo de toda la costa.

Enrico’s funciona como una especie de metáfora sobre la felicidad terrenal: el lugar en el que, en ese momento, en esa noche de fiesta y celebración, no puede pasar nada malo. Los escritores primerizos pueden ver, durante esa sesión de ingesta alcohólica, un futuro brillante y prometedor; las parejas pueden verse viviendo felices por siempre; las amistades permanecen a perpetuidad en su punto más intenso y las rivalidades se vuelven amistades insospechadas.

En la novela Carpenter aborda la resaca postbeat. Todos sus personajes son deudores de ese modo de vida y esa literatura. La novela pasa lista irónicamente y antes de llegar a la página cien ya han sido nombrados Kerouac, Ginsberg, Corso, Burroughs y Ferlinghetti. Los viernes en Enrico’s es la crónica de una generación de escritores y artistas que vivieron a la sombra de la generación anterior sin lograr jamás su éxito o reconocimiento. Es posible ver la ansiedad que provoca la simple mención de Jack Kerouac en los personajes: Dick Dubonet, a cuyo alrededor surge un grupo de escritores en Portland y se convierte, después de que logra vender un cuento a Playboy, en la figura local del éxito literario, vive angustiado porque su novia, Linda, amiga o supuesta amiga de los beats, no deja de compararlo con esas figuras tutelares.

La angustia de Dubonet aumenta con la aparición de Charlie Monel, posible protagonista de esta novela multitudinaria, que encarna el ideal de escritor según los beats. Monel es alguien que “ha vivido”, fue combatiente condecorado y prisionero durante la guerra de Corea, tiene “talento”, trabaja como valet en un restaurante, conoce la vida nocturna, su libro favorito e ideal de novela es Moby Dick y su análisis apasionado de esta novela sorprendió a sus examinadores durante su examen final en la facultad. Monel aparece en Portland después de haber ganado un premio cuantioso gracias a un avance de novela que presentó de último momento. Linda, por supuesto, muestra un interés por Monel que termina de enloquecer a Dubonet.

A Don Carpenter, conocedor de las ironías del éxito y del reconocimiento, no se le escapa que los destinos de Monel y Dubonet deben funcionar como una lección sobre el éxito fácil y temprano. Dubonet no puede volver a colocar un cuento en los mismos términos que el que le vendió a Playboy y Monel no logra dar término a su “gran novela” sobre la guerra, posponiendo entregas y tomando trabajos provisionales para sobrevivir mientras pasan los años y su manuscrito no deja de crecer, sin que esto signifique que pueda darle fin. En él es posible ver ecos de Grady Tripp, protagonista de Chicos prodigiosos de Michael Chabon, basado en Chuck Kinder, profesor de escritura creativa de la universidad de Pittsburg y amigo de Raymond Carver, cuya amistad con el cuentista, se dice, inspiró la escritura de una novela que no tardaría en salirse de las manos, un manuscrito impublicable de tres mil páginas.

Hay al menos un par de personajes cuyas historias y tratamiento funcionan como predecesores de la “nueva sinceridad” que tomaría un lugar prominente en la ficción estadounidense (David Foster Wallace, Jonathan Franzen, Miranda July o las letras de Sufjan Stevens y Mark Kozelek) algunos años después de la redacción de Los viernes en Enrico’s. El libro funciona como una Künstlerroman (o novela de crecimiento de un artista) múltiple. La historia de Stanley Winger es quizá la más cercana a esta idea, ya que nos lo muestra como delincuente juvenil que progresivamente se desarrolla en la escritura de ficción, interesado en contar aspectos de su vida como criminal de poca monta en forma de cuentos que logra colocar con éxito moderado en algunas revistas, para después pasar una temporada en la cárcel y concebir la primera de múltiples novelas que vende con cierto éxito a una editorial pulp. Lo vemos lidiar con una vida exitosa, cuyo culmen es la adaptación de uno de sus libros a la pantalla en Hollywood, acompañado de Charlie Monel, que parece haber renunciado a sus ambiciones de novelista y ahora parece enfocado en ser un guionista de cine. El antiguo estatus de criminal de Winger es, para los estándares de Hollywood, algo más exótico que perjudicial. Con diversos tropiezos, su historia es no obstante una de las más felices de la novela.

La segunda historia de éxito es la de Jaime Monel, esposa de Charlie y posible coprotagonista de Los viernes en Enrico’s. El matrimonio funciona como un juego de contraposiciones de dos puntos de vista sobre la escritura que prevalecieron en el siglo XX. Por un lado tenemos la escuela de la experiencia (Charlie) y por otro tenemos a Jaime, de formación clasemediera y preocupaciones estéticas más cercanas al ethos clásico, para el que la formación intensiva y la cultura vasta eran claves para dedicarse a una vida literaria. Jamie aparece originalmente en términos adversos, su cultura amplia y su formación clásica no parecen ser rivales para el talento y la experiencia de Charlie, que cumple las normas no declaradas de la época para ser un “escritor de verdad”. No obstante, mientras transcurre la novela vemos a Jaime pasar de madre y ama de casa frustrada a escritora de éxito.

Los viernes en Enrico’s es un limbo feliz, una carta de amor a la generación de Carpenter, en la que no parece haber final malo para ninguna historia (gran contraste con, por ejemplo, la nota final de Una mirada a la oscuridad de Philip K. Dick, novela sobre la generación posterior en la que, a manera de despedida, el autor enlista a todos sus conocidos y la manera en la que las drogas o la actividad política arruinaron sus vidas), ni siquiera para la de Richard Brautigan, uno de los mejores amigos de Carpenter (a él dedicó su volumen de cuentos Revenge of the Lawn), que aparece como figura triunfal en las últimas páginas de la novela, festejando con algunos de los personajes en un bar, poco después de uno de sus tantos viajes a Japón.

La redacción de la novela se llevó a cabo a principios de los noventa, pero todos sus acontecimientos son anteriores a 1970 o suceden poco después. De ahí que el autor pueda dejar de lado diversas tragedias generacionales para concentrarse en una especie de final celebratorio, un brindis por los logros modestos de sus conocidos y amigos. Sabemos que Brautigan se suicidó en 1984 y que Don Carpenter tenía esto en mente al escribir el libro, que según algunos testimonios había sido concebido como una especie de memoir sobre él (existen fotos de Carpenter bebiendo con su amigo y el dueño del bar que da nombre a la novela).

Kiko Amat ha dicho que las mejores novelas son como fiestas a las que, por accidente, el lector es invitado. Los viernes en Enrico’s cumple esta regla. Es un libro utópico, en el sentido de que los sueños de una generación se concretan; el autor es lo suficientemente nostálgico o inteligente como para saber que debe dejar todo en pausa y concluir momentos antes de la debacle, cuando todo es hermoso y todos están en su momento ideal de borrachera, la comida sabe mejor que nunca y las promesas recién hechas parece que durarán por siempre.

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