21/11/2024
Artes escénicas
Juliano Mer-Khamis: el híbrido problemático
El Teatro de la Libertad en Yenín, Palestina, ensaya el complejo vínculo entre escena y revolución en un país víctima de la opresión
[El teatro] es el espacio en el que el fracaso
no es un desastre sino una explosión de posibilidades. […]
Es una manifestación permanente de los límites del poder.
Dalia Taha, Keffiyeh/Made in China
I feel upset
Let’s do some celebrating
Patti Smith, Revenge
“¿Cómo se llaman y por qué están aquí?”, pregunta el enjuto e intimidante profesor de dirección en el Colegio de Literatura Dramática y Teatro. Es nuestro primer día. Somos adolescentes insegurxs, ególatras y enamoradxs del teatro. Respondemos como tales: tengo vocación; fui feliz como Melchor en una pastorela de la secu; quiero escribir diálogos porque me apasiona. La expresión del profesor se mantiene neutra ante nuestros balbuceos. Desconocer sus verdaderas reacciones es más intimidante todavía. Finalmente le toca responder a una chaparrita de ceño furioso. Se tarda un poco en reunir sus palabras. Noto que aprieta los puños: “Yo quiero… algo diferente. Algo más…”. El profesor la frena con un gesto. Sabe que está a punto de hablarle de la Revolución. “No, no, no. Para eso no es el teatro”, le dice, sonriente. “Aquí no vas a aprender eso. Para eso vete a Ciencias Políticas”. Algunas risas tímidas e irreflexivas apoyan la moción. Somos un grupo de millennials cuya apatía se intensifica en el oxímoron.
“Teatro y revolución son contradicción”, podría rezar nuestra consigna en la antimarcha, en la antiacción del teatro complaciente y vanidoso que se puede ver los fines de semana, incluso en los teatros “independientes”. Ésa es nuestra misión: jugar. A las célebres máscaras no se les puede encapuchar, pues. El teatro no es sinónimo de revolución. El arte no es sinónimo de revolución. La intifada cultural sembrada y cultivada en Yenín en los noventa, por ejemplo, es una excepción a la regla, diría tal vez el profesor ya mencionado, y nos pondría a caminar como patos por todo el foro.
Una de las figuras más influyentes de la revolución cultural de Yenín y Palestina fue Juliano Mer-Khamis. Figúrese aquí el meme de Mean Girls que nos explica a Regina George. ¿Cómo comienzo a explicar a Juliano-Mer-Khamis? Híbrido anarquista. La pesadilla de lxs sionistas. Celebridad número uno de la izquierda radical. Narcisista mesiánico. Mártir del arte. Mentor adorado. Cada nombre que recibió es una pista en la búsqueda de su identidad.
Sputnik Khamis
La judía Arna Mer y el árabe Saliba Khamis se amaban, por lo que decidieron casarse. También amaban al comunismo y su causa. Khamis fue uno de los primeros árabes que introdujo la ideología a Palestina. Mer había desertado de las FDI en 1949 para afiliarse al Partido. Naturalmente nombraron Sputnik a uno de sus tres hijos. Spartac, Sputnik y Abir pasaron su primera infancia viajando entre Rusia y la antigua Checoslovaquia, y más adelante entre Nazaret y Haifa. Arna y Saliba concluyeron que, si iban a vivir en Israel, llamarse Sputnik podría convertirse en un problema para su hijo, por lo que lo renombraron Julio.
Julio Khamis
Julio asistió a un colegio israelí. En una ocasión un maestro malicioso le preguntó por su apellido frente a toda la clase: “¿Khamis? Dinos, ¿quién es tu padre?”. Julio, colérico, le gritó: “¡Mi padre es un comunista árabe!”. No es que el niño fuera de mecha corta, sino que vivía en un constante encubrimiento de su doble identidad; al quedar expuesta la percepción que sus compañerxs tenían de él se disparó por dos vías. Por un lado fue visto como un atractivo rufián, por lo que empezó a gozar de cierta popularidad. “¿Te juntas con Khamis, el árabe-comunista?”, cuchicheaban lxs adolescentes. Por otro lado fue temido, pues desde ese entonces el adoctrinamiento israelí inculcaba miedo y desprecio por los árabes. La mente de Julio también fue moldeada por ese razonamiento.
Julio asistió a un colegio israelí. En una ocasión un maestro malicioso le preguntó por su apellido frente a toda la clase: “¿Khamis? Dinos, ¿quién es tu padre?”. Julio, colérico, le gritó: “¡Mi padre es un comunista árabe!”.
El adolescente se veía a sí mismo más como un judío que como un árabe, pues su madre le parecía la efigie de la libertad. “Mi madre, judía, fuma hash, camina descalza. Ella es La Libertad. […] Mi padre es un árabe corrompido. Sólo anhela el poder”. Julio quería ser parte de la comunidad y tener una identidad tan palpable como la de sus amigos. Todos ellos recibieron una carta de reclutamiento militar, no así Julio, por lo que decidió postularse como voluntario. Saliba no aprobó la decisión de su hijo. A sus ojos la milicia israelí era fascista. Arna, por su parte, consintió que Julio experimentara lo que se sentía ser un soldado irremediablemente sionista. Ya sacaría sus propias conclusiones. Antes de postularse Julio se cambió el nombre a Juliano (más neutro y común entre árabes y judíos) y su apellido por el de su madre: Mer.
Juliano Mer
Juliano se sentía como un cuerpo vacío incapaz de contener dos culturas. Decidió dejarse llenar por su identidad israelí. Entrenó y se formó como soldado de las FDI. Una de sus responsabilidades en las brigadas de Palestina era cargar con una bolsa de armas y distribuirlas entre los cadáveres de mujeres, ancianxs y niñxs asesinadxs por accidente o no. Juliano cuenta que en una ocasión, durante una prueba de misiles, los soldados le apuntaron a una mula sin advertir que el jinete era una niña palestina. Ambas murieron y la brigada utilizó una cantidad absurda de explosivos para hacer de los cuerpos confeti de carne y eliminar la evidencia.
Un día, durante un retén, Juliano reconoció a unxs familiares de su padre en la larguísima fila de autos; se formaban durante horas para cruzar sus propias tierras. Juliano sintió caer sobre sí todo el peso de la contradicción. Él mismo lo era, se agotó su necedad de negarlo. Admitió su identidad árabe con un puñetazo en la cara de su superior. Arrojó su arma al piso y desertó del único grupo al que había pertenecido voluntariamente. Renunció al sionismo como había hecho su madre décadas atrás y se largó a las Filipinas a pasar una temporada comiendo hongos alucinógenos y despojándose de sus caras para sentirse vacío otra vez.
Para llenar el vacío, Juliano estudió artes escénicas. Eligió las calles de Israel como primer escenario. Puede verse su performance en Internet. La cabeza rapada, el torso desnudo con los músculos crispados de las sienes hasta al cuello; del tórax a los brazos y los dedos fuertes. Sostiene una botellita de plástico con sangre falsa. Suelta silbidos fieros con uno de esos silbatos que venden en el Bosque de Chapultepec para imitar a los changos. La amenaza sólo es contra sí mismo, no contra lxs transeúntes judíxs. Toma el frasco y hace la finta de arrojarlo con el conocido swing de los niños que tiran piedras a los soldados. Pero la piedra no se deja. Lo sorprende con un hábil retorno que le apunta al pecho. Sus ojos, como amapolas abiertas, se abren más al sentir los golpes de la piedra una y otra vez. Juliano se baña de rojo. Repite la acción hasta caer al piso. Agoniza sorprendido de la fuerza de su contrincante.
El soldado inaugura así su redención. Discute en personaje con un ruso judío que le grita “¡Farsante!”. Más de un hombre amenaza con propinarle unos madrazos o matarlo. En respuesta, Juliano los caricaturiza con su cuerpo. Esto hace rabiar a gran parte de la audiencia, aunque algunxs ríen y hasta lo defienden. “Pelean entre ellos contra mí. Estúpidos”, le dice a la cámara. “Ey, Ey, Israel, ¿a cuántos niñxs mataste hoy?”, canta una y otra vez y, con los ojos cerrados, se baña de pintura verde. Los colores de la bandera palestina encabritan a una mujer que le grita que se largue, entonces. Que se largue el árabe. Que se largue el anarquista.
Juliano Mer-Khamis
Una vez en escena, Juliano recupera el Khamis. Su nombre definitivo, como todo en su vida, se bifurca. Hay dos que habitan su cuerpo: uno con y otro sin marquesina. El límite entre ambos es difuso.
Juliano se convierte en actor de teatro y de cine. Se gana la fama de intenso y comprometido, quizás a niveles extremos. En una puesta de Otelo, en Haifa, casi estrangula a la actriz que interpretaba a Desdémona. Un doctor de la audiencia tuvo que subir a reanimarla. En otra ocasión, Juliano bajó del escenario y le metió un tremendo sopapo a un espectador que le gritó “¡Árabe!” durante una función.
Juliano se convierte en actor de teatro y de cine. Se gana la fama de intenso y comprometido, quizás a niveles extremos. En una puesta de Otelo, en Haifa, casi estrangula a la actriz que interpretaba a Desdémona. Un doctor de la audiencia tuvo que subir a reanimarla.
En las películas era casteado como árabe y como hebreo. A estas alturas ya hablaba ambas lenguas con fluidez. Su fama y su flexibilidad étnica le permitían moverse con libertad entre Palestina e Israel, una ventaja de la que era consciente. Su atractivo y su carisma facilitaron que hiciera contactos en la comunidad artística internacional. A finales de los ochenta volvió a Palestina, a la ciudad de Yenín.
Arna Mer-Khamis había construido un proyecto cultural de gran impacto: Cuidado y Aprendizaje. Era un centro de educación para niñxs del campamento de refugiadxs. Su corazón era el Teatro de Piedra, nombre que aludía a la munición de la resistencia. Juliano, con su experiencia escénica y actoral, tomó el papel de mentor de lxs estudiantes en el Teatro.
Al principio lxs niñxs desconfiaron de él, pues sabían que era judío. “¿Por qué sospechaban de mí?”, les pregunta Juliano en su documental Arna’s Children. “Yo pensaba: ¿por qué no hay un árabe que haga esto por nosotros? ¿Por qué los judíos, que son enemigos de los árabes, harían todo esto por nosotros?”, responde el joven Yousef Switat, refiriéndose también a Arna. “Antes ya jugábamos al teatro, pero no era nada serio. No teníamos a nadie que nos guiara. Luego llegó Jule, el hijo de Arna. Él me enseñó mucho. Cosas que podría usar en el futuro”.
En octubre de 2001 Yousef y su hermano Nidal cometieron un atentado suicida en Israel. Se habían integrado a la yihad luego de presenciar un ataque de Israel contra la escuela de Arna. Riha, una niña del campamento, murió en los brazos de Yousef camino al hospital. Un año después el Teatro de Piedra fue bombardeado durante la batalla de Yenín.
Pareciera que Juliano no formó actores sino soldados, lo que era en realidad su intención. Creía en el arte y en el teatro como armas de la cultura, y estas valían mucho más en un espacio que no era reconocido por sus colonizadores. El teatro sigue siendo un blanco importante para Israel porque resguarda las historias palestinas. Juliano se entregó a la tarea de resanar los balazos de las paredes y construir otro escenario sobre las ruinas del Teatro de Piedra: el Teatro de la Libertad.
“El Teatro de la Libertad es el único lugar en Palestina que puede representar a lxs palestinxs. Hemos perdido la capacidad de regalarle algo al mundo; nos hemos vuelto consumidores. Pero ahora, en el Teatro, también podemos producir”, dice Zakaría Zubeidi, cofundador del Teatro y aprendiz del Juliano Mer-Khamis sin marquesina. Hace unas semanas Zubeidi fue puesto, no por primera vez, en confinamiento solitario en la Prisión de Ashkelon en Israel. Es líder de las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa; un terrorista considerado peligroso por Israel.
Podría decirse que Juliano utilizaba sus poderes para el bien, aunque algunxs no lo consideraran así. Tenía enemigos a ambos lados del muro. Para lxs árabes defensores de la tradición islámica los métodos de Juliano eran paganos.
La versión con marquesina de Juliano, de encanto bicultural considerado secretamente exótico por lxs artistas de Occidente, atrajeron mecenas y colaboraciones con teatros de Medio Oriente, Europa y Estados Unidos. Circula en Internet un adefesio de documental sobre el breve encuentro de un ricachón judío estadounidense con Zakaría. Juliano hace de guía e intérprete. El visitante queda tan sorprendido con el actor-terrorista que dona doscientos mil dólares al proyecto de Yenín. Hoy el Teatro es apoyado por figuras de la talla de Judith Butler, Angela Davis y Noam Chomsky.
Podría decirse que Juliano utilizaba sus poderes para el bien, aunque algunxs no lo consideraran así. Tenía enemigos a ambos lados del muro. Para lxs árabes defensores de la tradición islámica los métodos de Juliano eran paganos. Decían que había traído propaganda occidental al permitir que hombres y mujeres compartieran el escenario, por ejemplo. Manos anónimas arrojaron bombas molotov al Teatro e intentaron quemarlo en más de una ocasión. Finalmente, en 2011, un hombre desconocido mató a Juliano frente al Teatro: cinco balazos en el pecho. La última obra que dirigió fue una versión de Alicia en el país de las maravillas en la que la protagonista huye de un matrimonio arreglado. El nombre del asesino y su origen siguen siendo un misterio.
Un año después del incidente, Spartac, el mayor de los hermanos Khamis, hizo una transmisión en Soundcloud. Se trata de un homenaje para su hermano que puede sonar a reclamo tardío. “Detecto una situación trágica. No eres lo que dices que eres en la realidad. […] ¿Por qué das vueltas en un círculo vicioso y juegas un juego infinito, como si fueras un infante? ¿Tienes miedo de crecer? ¿Tienes miedo de enfrentar la verdadera situación de la humanidad? ¿Por eso adoptas esos modos escapistas para expresar tu desamparo?”. Spartac subraya que él solía pensar que la música salvaría al mundo. El asesinato de su hermano le hizo recapacitar.
Spartac, tanto en Soundcloud como en YouTube, se define a sí mismo como un revolucionario social y un anarquista. Dice que la labor de su hermano solo logró colgarle una medalla humanitaria a todx artista extranjerx que visitó El Teatro de la Libertad. “Nadie quiere saber quién mató a Juliano Khamis porque lo que lo mató fue la mentalidad israelí, la mentalidad palestina y la mentalidad estadounidense. Nadie quiere saber quién mató a Juliano Khamis: ni sus esposas, ni sus amigxs, ni todxs aquellos que llegaron de todas partes del mundo para hacer poesía, libros, documentales, etc. Nadie quiere saber la verdad. Solo quieren beneficiarse de esta ejecución trágica y miserable”. Spartac no cree en la intifada cultural. Teatro y revolución son contradicción, pues lo primero corrompe a lo segundo con su sed capitalista por el reflector.
El canal de Spartac está lleno de videos con fotos de marchas y manifestaciones, caricaturas políticas y memes con eslóganes comunistas. Shitpost para anarquistas veteranos. Noto con sorpresa que se cuela en su selección una que otra imagen que alude a las artes escénicas. De fondo: punk rock difuso y sucio interpretado en vivo por Spartac en una locación desconocida.
El profesor que mencioné al inicio, además de dar clases en la Facultad de Filosofía, trabajaba en una célebre televisora dirigiendo locutores de noticias. “Párate en el máskin”, me imaginaba yo que les decía. Por supuesto que este profesor no creía en la revolución cultural. Tenía un sueldo. Curioso, entonces, que la primera obra completa que montamos en su clase fuese Un rico, tres pobres de Louis Calaferte, un texto que podría describirse como un regaño a la tibieza. ¿Sirvió de algo?