21/11/2024
Artes escénicas
Diego Vega Solorza: cuerpos y lugares
Sin estudio, pero con el espacio en el centro de su práctica, el bailarín y coreógrafo desgrana una idea de la danza en esta conversación
Lo primero fue pensar en el cuerpo. Reconocer dónde recae el ejercicio de la escritura más allá del lenguaje, para entonces sentir la pulsión que va de la mente al pecho, a las manos, al vientre y de nuevo a las manos. Desde ese lugar podría darse una aproximación a la práctica de Diego Vega Solorza (Los Mochis, 1990), bailarín y coreógrafo mexicano. Defiende la idea de que nadie debe apropiarse de lo corporal, y afirma que realiza sus obras por y desde el cuerpo: la manera en que se relaciona con el mundo viene de reconocer primero lo físico.
El encuentro con el artista sucedió en un no-lugar, el espacio en blanco de LLANO –la galería capitalina que lo representa– y no en un estudio tradicional. Tuvo sentido, pues desde el primer momento puso sobre la mesa que su práctica consiste en ocupar el espacio con el cuerpo como vehículo, motor y materia: “Voy habitando espacios. A veces por la necesidad de experimentar con esos sitios y a veces porque es la única alternativa y tengo que desarrollar el imaginario a partir de lo que existe, pero siempre parto del cuerpo”.
Vega Solorza comenzó sus estudios en danza contemporánea en la escuela independiente Núcleo Antares, bajo la dirección de Miguel Mancillas e Isaac Chau en Hermosillo, durante 2010. A finales de 2014 hizo una residencia artística en Danscentrum Jette, Bruselas, el centro dancístico dirigido por Roxane Huilmand, y actualmente se desempeña como bailarín, coreógrafo, maestro y director de Trazo: Ciclo de Danza. La manera en la que explora la disciplina parte de la inquietud de descubrir las posibilidades de trabajar y existir más allá de los apoyos institucionales, lo que le ha obligado a buscar otras vías para gestionar, producir y subsistir, con todo lo que la independencia implica. Se trata de encontrar nuevos caminos, estrategias y modos de accionar al tiempo que se abren oportunidades para futuras generaciones.
Consciente de lo importante que es honrar el pasado y mirar al futuro, una de las preguntas que acompañan su labor es cómo asegurar el legado de la obra, es decir, cómo hacerlo tangible, que forme parte de la historia. “Siempre he dicho que estamos aquí para darle al oficio y no para pedirle. Estamos muy de paso, es una inversión entregarte a tu investigación porque dentro de ese deseo, de lo personal que puede ser una pieza, no hay que olvidar que vienen nuevas generaciones y la idea de la construcción de un mejor futuro se debe tejer desde el pasado. En mi obra siempre tengo un pie adelante y una mano atrás, que me hace voltear a ver y recordar qué es lo que estoy reconfigurando”.
“No tengo un espacio de trabajo específico, pero sé que es importante ir encontrando la manera de estrechar lazos con otros lugares para seguir practicando y que puedan albergar lo que hago.”
En un contexto como el mexicano, en el que las artes escénicas parecen estar condicionadas al reconocimiento y la legitimación institucionales, apostar por la independencia significa poner sobre la mesa otra manera de trabajar y defenderla en cada proyecto: “No tengo un espacio de trabajo específico, pero sé que es importante ir encontrando la manera de estrechar lazos con otros lugares para seguir practicando y que puedan albergar lo que hago. El espacio condiciona no sólo el imaginario y la plástica, sino también la corporalidad y la manera en la que vamos generando el diseño de movimiento, cómo nos vamos moviendo, cuál es la danza que sucede”.
El trabajo de Diego Vega Solorza se ha presentado en diversos recintos de México y el extranjero, así como en espacios alternativos a la danza, como galerías y museos. Destacan el Museo Universitario del Chopo, la galería LLANO, el Laboratorio Arte Alameda y la Casa Luis Barragán, entre otros. Aunque en sus piezas puede reconocerse el sello del artista, lo cierto es que cada obra escapa de definiciones puntuales para insertarse en una pluralidad de motivos, cuerpos y discursos. “Es uno de los compromisos más grandes de quienes hacemos danza: debemos alejarnos de la romantización. No podemos vivir en la realidad de este país como coreógrafxs que se dan la libertad de romantizar y hacer un Cascanueces. La comprensión de la danza tiene que estar ligada con nuestra realidad”.
El bailarín proviene de una familia de clase trabajadora, sin estudios, de un rancho en Los Mochis; una familia normativa. Vega Solorza trabaja mayoritariamente con personas de ese sector socioeconómico: “De manera consciente e inconsciente, porque siento que la forma en la que yo me muevo como bailarín parte de cierta comprensión de lo social”. Si bien asistió a escuelas de danza, ha encontrado la manera de reconocer que el movimiento nace de su vida: “Quiero que sus cuerpos atiendan y entiendan la forma en la que yo me muevo, y que mucho de lo que siento tiene que ver con cómo me fui desenvolviendo a partir de mi contexto. Trabajo, además, con personas trans, no binarixs, de todo tipo de peso, de todo tipo de etnia”.
“Hay arrojo, algo expresivo y visceral en la compresión de que nos atraviesan otros tipos de violencia, complejidades que quiero ver plasmadas en mis obras. No sólo porque representan cómo me expreso, pues mi trabajo es casi autobiográfico, sino porque creo que es importante que eso se ponga en la danza.”
Pensar el cuerpo como el primer territorio que habitamos y a partir del cual entendemos el mundo nos devuelve la consciencia de lo que significa ser en cada contexto social. Los cuerpos que viven continuamente en una realidad violenta o en contexto de pobreza se entienden de manera distinta, con la presencia física en primer plano: “Hay arrojo, algo expresivo y visceral en la compresión de que nos atraviesan otros tipos de violencia, complejidades que quiero ver plasmadas en mis obras. No sólo porque representan cómo me expreso, pues mi trabajo es casi autobiográfico, sino porque creo que es importante que eso se ponga en la danza”.
En la insistencia de hacer las cosas de forma distinta, el coreógrafo se reconoce parte de una historia, la de la danza en México: “Defiendo la postura de nombrarme bailarín y coreógrafo porque, aunque parecen etiquetas relacionadas con una tradición inactual, pienso que hay que empezar a deconstruir antes que abandonar estos conceptos. En México se asocia a un sector con ciertas características, pero me gusta pensar que puedo generar otro tipo de bailarín y coreógrafo”.
Antes de hacer danza, Diego Vega Solorza se acercó a las artes desde la fotografía, cuando no comprendía su necesidad de lo plástico. Un tío le regaló una cámara, que le permitió tener contacto con la imagen, comprender el mundo desde lo visual: “En muchos sentidos este ejercicio me salvó, porque era mi primer acercamiento al arte en el sector en el que yo provengo. Empecé a ver la foto como un ejercicio artístico pero también como una relación con el mundo”. El impulso de convertir la realidad en imagen se ha extendido a su práctica dancística, pues cuida la calidad del registro de sus obras en fotografías y videos.
“La danza puede ser comprendida como una escritura instantánea, que no deja más huella de su emisión que el recuerdo inmaterial de su imagen”, escribe Alba Aude Naef a propósito de los espacios fronterizos y las zonas de contacto entre la coreografía y la poesía.
El coreógrafo trabaja con un grupo grande de colaboradores: “Nunca he percibido la danza de una manera distinta a lo colaborativo. Siempre he tenido ganas de hacer las cosas con más personas”. Aunque el impulso primario nace de Vega Solorza, los cuerpos de lxs bailarinxs hacen que sucedan las obras; colabora además con diseñadorxs gráficxs, músicxs, iluminadorxs y vestuaristas, atento a cada detalle aportado por estas disciplinas. Algunas personas lo han acompañado desde el inicio de su carrera, pero en el camino se incorpora gente nueva, por ejemplo estudiantes, dependiendo las necesidades de cada proyecto.
Cuando iniciamos la conversación el artista comentó: “Escribo todo el tiempo mis obras”. El verbo escribir quedó como nota a pie. ¿Cómo escribe sus piezas un bailarín? ¿Cómo hablar del movimiento sin representarlo? “La danza puede ser comprendida como una escritura instantánea, que no deja más huella de su emisión que el recuerdo inmaterial de su imagen”, escribe Alba Aude Naef a propósito de los espacios fronterizos y las zonas de contacto entre la coreografía y la poesía.
Podría parecer que en el recuerdo inmaterial del movimiento y en la lectura fugaz encontraríamos un punto en común, pero esta línea de pensamiento resultó francamente poética frente a la verdadera escritura del coreógrafo: “No es una escritura convencional. Siempre que hago una obra lxs bailarinxs escriben la pieza: se enciende luz, avanzo, me detengo… Es una pesadilla. Pero se trata de generar un lenguaje que no existe para el sistema de escritura de la danza. Por lo demás, no hay casualidades en mi trabajo, hay cronómetros y cuentas”. Escribir los movimientos, rememorar con el cuerpo y repasar mentalmente cada acción hace que lxs participantes se relacionen de otra manera con la pieza: “No trabajo ninguna técnica en específico, pero me voy relacionando con el lenguaje de lo que hago: subo, bajo, me deslizo, rodillas al suelo”.
“El cuerpo que baila extiende el silencio”, menciona en otro momento Aude Naef, al reconocer que en la danza se establecen modos distintos de relacionarse con el tiempo y el espacio. La conversación con Diego Vega Solorza y la posterior escritura de este texto entraron de alguna manera en ese silencio extendido. Partimos del cuerpo para reconocer los contextos que nos atraviesan y el impacto que tienen los movimientos. Estados meditativos, contemplación activa: al final llegamos a la puntuación. Permanece el interés por hacer las cosas de manera distinta, seguir tirando muros para expandir las posibilidades de los oficios, en este caso de la danza, en el campo artístico.