Hace unos días el sello inglés Phantom Limb publicó una selección del trabajo de Koshiro Yoshimatsu, uno de los innumerables músicos vanguardistas japoneses cuya obra permanecía prácticamente desconocida, hasta ahora, fuera del archipiélago. Es un lanzamiento que destaca como valioso, incluso en un año como este, en el que el sello ha sumado a su catálogo una larga lista de álbumes merecedores de toda la atención: entre otros, trabajos de WaqWaq Kingdom, KRM & KMRU, Eamon Ivri –también conocido como Lighght– y un disco extraordinario de A Lily.
La antología Fossil Cocoon: The Music of K. Yoshimatsu busca algo imposible: dar una imagen representativa, en sólo seis piezas, de las exploraciones que su autor realizó en la primera mitad de los años ochenta y que arrojaron alrededor de 40 álbumes. No podría pretenderse como una puerta de entrada al resto de su obra, porque ésta se encuentra fuera de circulación casi desde su lanzamiento original, a manos del inconcebiblemente prolífico sello DD. Records, que publicaba casetes en ediciones limitadas, que ahora cambian de manos cuando algún coleccionista necesita cubrir gastos médicos y pone su ejemplar a la venta por varios cientos, o incluso miles, de dólares.
Para quienes no conocíamos la música de K. Yoshimatsu, es decir, la práctica totalidad de la población no japonesa (y una proporción comparable de la japonesa), la reacción inicial incluirá un componente de asombro: ¿es posible que esta música haya sido concebida y materializada hace 40 años o más? A pesar de la variedad de la selección (hay que recordar el vasto archivo de donde proviene), hay unidad en las cualidades sonoras, que siempre remiten a estados de ensueño, limítrofes con lo alucinatorio. Las notas iniciales acerca de este lanzamiento destacan la variedad de estilos y géneros con los que se cruza.
Aunque un buen número de proyectos japoneses realizaban experimentaciones que, en un sentido superficial, eran parecidas, las piezas de K. Yoshimatsu tienen un carácter distintivo por su textura y sus cualidades anímicas. Como si hubiera querido volverlas inaprehensibles, las recubría de una pátina melancólica. Recurría para esto a medios técnicos que comenzaban a volverse populares en el hemisferio occidental por entonces, y lo serían más unos años después, con los que creaba una capa fantasmal de siseo (el famoso tape hiss), que usaba a manera de niebla. La operación que su música realizaba en la persona que escuchaba era una sumamente común, y sigue explotándose hasta el cansancio: dar la impresión de un recuerdo, un sonido que tuvo que atravesar el tiempo para llegar aquí y muestra los signos del desgaste. Sólo que en Fossil Cocoon esta operación se vuelve más compleja. Por un lado, las emociones con las que aquí se reviste el acto de recordar lo emparientan con una sola de sus vertientes: la nostalgia. Pero el objeto de esta nostalgia no puede situarse fácilmente, dado que K. Yoshimatsu tenía una vocación vanguardista y su música no buscaba referentes en el pasado. El juego era, entonces, sembrar falsos recuerdos. O a menos de estirar los términos, recuerdos especulativos.
Lo anterior para quienes escucharon las piezas alrededor del momento de su publicación. La forma en que hoy escucharemos esta antología será necesariamente distinta y con un factor de complejidad agregado: nuestro primer encuentro con ella sucede cuatro décadas después de que esa música apareció y su apariencia de recuerdo parecería tener mayor justificación (el viaje que ha atravesado para llegar a nosotros, ahora sí, ha sido arduo). El objeto del recuerdo, de la nostalgia, evoca más fácilmente un mundo perdido, aunque uno que jamás hemos tenido cerca y que, en su vuelco hacia el futuro, imaginó algo que toca sólo tangencialmente al mapa musical de hoy (en su mayor parte sigue sonando a algo que está por venir). Aún se trata de un ejercicio especulativo, pero en un género distinto: el de la ucronía, una forma de narración en la que se establece una relación constante entre el pasado y el futuro.
Una obra ucrónica permite apreciar otro carácter, el onírico, en la música de K. Yoshimatsu: la novela El Palacio de los Sueños (1981), del recientemente fallecido Ismaíl Kadaré. En ella, un gigantesco ministerio se encarga de examinar lo que sueñan los súbditos del enorme imperio otomano, que en esta historia se expandió hasta abarcar media Europa y adentrarse en buena parte de Asia. En los reportes de los sueños se buscan indicios del futuro imperial. En esta recuperación de la función oracular de lo onírico se adaptan prácticas que datan de miles de años para mirar hacia adelante: una preocupación simultánea por el pasado y el futuro, que también está en juego en las piezas de Fossil Cocoon, que recuerdan ellas mismas a una colección de sueños. Estas canciones se revisten con un velo de antigüedad para anunciar mundos y escenas que aún se encuentran por llegar.
Es curioso que, en su momento, quiso relacionarse la música de K. Yoshimatsu con el new age, a pesar de la aspereza y el eclecticismo (lo mismo incorporaba aspectos de música concreta, industrial o postpunk), tal vez porque apuntaba a estados de quietud y contemplación similares. Esta asociación desencaminada es una muestra de lo lejos que llegaban sus exploraciones y del carácter único de su sonido: lo único que se tenía a la mano como referente era un género de consistencia y vocación casi opuestas. Un pariente cercano de su trabajo, en todo caso, se encontraría en la breve discografía (sólo dos álbumes) de Tolerance, el proyecto de la también japonesa Junko Tange, que igualmente fue reeditada hace poco. Ahí pueden encontrarse rasgos sonoros afines y la misma cualidad de parecer, a la vez, adelante de su tiempo y fuera de todo tiempo. Seguramente hay más.
Parece que nunca se agotarán los redescubrimientos de música proveniente del Japón de los ochenta, de lo pop a lo más excéntrico. La fertilidad y complejidad de sus diversas escenas se ha vuelto (sólo parcialmente) comprensible a la vuelta de las décadas para quienes vivimos en un continente distinto. Apenas una minoría estadística de quienes hacían música en el archipiélago buscaban expresamente la aprobación del mercado anglosajón: la mayoría encontraba un campo fértil para interpelarse mutuamente, además de oídos dispuestos (aunque fueran pocos); el mandato de la masificación era apenas un rumor de alcance estrecho. Una buena parte de las obras circulaba, como la de K. Yoshimatsu, en sellos con ediciones que podían contar sus ejemplares en un respiro y que nunca se reimprimieron, hasta que, largos años después, una persona con hondas reservas de tiempo libre y (muy probablemente) fortuna familiar decidió hacerlo, a miles de kilómetros de ahí.
Koshiro Yoshimatsu participó en la selección de las piezas que llegaron a esta antología y acompañó al personal de Phantom Limb en el recorrido por su extensa discografía. Hoy sigue activo, aunque sólo bajo contrato, musicalizando películas.