Alrededor del siglo XVI el término Occidente surgió para referirse a los países mayoritariamente cristianos ubicados en la zona occidental de Eurasia. Pero la división entre Oriente y Occidente es hoy más cultural y religiosa que geográfica; sus límites varían según los criterios de quien lo utiliza, trayendo con ello, más que una distinción clara, una serie de actitudes no siempre abiertas con aquello que desconocemos.
Para el occidental moderno el mundo oriental, si no exótico en el mejor de los casos, resulta francamente salvaje, primitivo e incluso violento en esencia. Por siglos el mundo árabe ha tenido que cargar con el desdén y el prejuicio de Occidente. Leído como franco “miedo al otro”, este marasmo de la modernidad, la época que hoy se jacta de ser tolerante e incluyente, ha logrado que el Oriente más occidentalizado pase la prueba de la aceptación mundial a través del capitalismo.
Para quienes atienden a detalle los matices y las singularidades de los pueblos del mundo, sin embargo, el norte de África es un bastión amplio y diverso que permite entender resistencias, identidades e intercambios. Desde las postrimerías del rock, el pueblo tuareg ha sabido avanzar entre la condescendencia del mercado francés y la curiosidad ocasional angloparlante para ver florecer un estilo propio que hoy se conoce como “blues del desierto”. En las últimas dos décadas hemos conocido a agrupaciones como Tinariwen, Bombino y Tamikres, por mencionar a los de mayor exposición.
En giras y entrevistas Mdou Moctar enfatiza una expresividad antiextractivista, procurando las obviedades engorrosas de toda la vida (“África es un continente entero”, “no soy el Hendrix del desierto”, etc.). Pero en las ondulaciones expansivas de las guitarras destempladas, las baterías despiadadamente crudas y, sobre todo, el halo agreste y semiagónico de la voz de Mahamadou Souleymane y su grupo, tanto en vivo como en estudio, trasciende las espuelas del folclor y la emotividad para coronarse como una figura emblemática de los históricamente oprimidos pueblos nómadas del norte africano.
En compases rítmicos y cadencias que despiertan reminiscencias pastoriles del desierto, Mdou Moctar encarna un cancionero popular anticolonial cantado en lengua tamasheq, idioma de la familia bereber hablada en Níger, Argelia, Burkina Faso y Mali, que pese a contar con más de 900 mil hablantes no es reconocida como idioma oficial.
Mientras el tormento interno se decanta en una daga milenaria de doble filo –un lado habla de la crueldad humana y la libertad, el otro invita al espectáculo rocker de regocijo lisérgico–, la electricidad y el poderío de la música de Mdou Moctar entrarán a la Ciudad de México como una suerte de revelación y parte del festival Hipnosis 2024, compartiendo cartel con Slowdive, Air, The Kills y muchos más el próximo 2 de noviembre.