16 de agosto de 2017

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01/04/2025

Literatura

Gótico redivivo

Un performance de Alberto Perera, un cuento de Boris Vian, canciones de Luisa Almaguer: sobre el horror, las transformaciones y la culpa

Guillermo Núñez Jáuregui | lunes, 9 de diciembre de 2024

Fotograma de ‘Un lobo americano en Londres’ (1981), de John Landis

El pasado 5 de diciembre concluyó en Vernacular Institute, en la Ciudad de México, Abrir la ventana por abrir la ventana, un proyecto de estudio abierto del artista Alberto Perera que contó con un breve programa público. La propuesta cerró con un Un camino peligroso, donde volvió su personaje Bettie Tiniebla. Además de las marcas de agua de lo cotidiano, su ordinario tráfico de afectos y el entorno de la cultura popular, en el performance se aprovechan varios elementos góticos o del cine de horror. Me llamaron la atención un atuendo que recordaba al de El hombre invisible (1933), la película de James Whale; una transformación a manos de una especie de doctora Frankenstein, pero que aplica cremas y ungüentos; y sobre todo una pista sonora que, en cierto momento, reproducía el aullido de un lobo. 

“Escúchalos, los niños de la noche. ¡La música que hacen!”, comenta enternecido el conde Drácula, al escuchar desde su castillo el aullido de unos lobos, ante Jonathan Harker, su azorado “huésped”. El aullido del lobo comparte el efecto inquietante que puede tener el doblar de una campana: “A lo lejos, de repente, algún carillón comenzaba a anunciar la llegada de la medianoche”, leemos en el famoso relato de Boris Vian “El lobo-hombre”, cuando su protagonista debe huir de París porque está a punto de transformarse de vuelta en un apacible lobo. 

Ese cuento (escrito entre 1945 y 1952) pone de cabeza uno de los tópicos de los relatos de licántropos para subrayar las típicas delicias de la vida moderna. Denis, el demasiado civilizado lobo que lo protagoniza, pasa ballardianamente los días viendo cómo aceleran los coches o se encuentran amantes a lado de la carretera, hasta que un hombre-lobo lo muerde y transforma en hombre y empieza a explorar la urbe y su violencia. Como medio mundo sabe, el cuento inspiró uno de los grandes éxitos del rock en español de la década de los ochenta. “Lobo-hombre en París”, de La Unión, permanece más allá del disco rayado o la enésima vez que se escucha en alguna fiesta; habita en la peligrosa pero potente zona de la nostalgia (creo que la primera vez que la escuché fue en el asiento trasero de algún automóvil, conducido por la hermana mayor de alguno de mis amigos de la escuela primaria). 

Existe una versión reciente –hay varias, incluyendo una de Parchís– en voz de Luisa Almaguer. Pensé en ella cuando escuché el aullido durante el performance de Perera (y debo decir que me pregunté si “Denis” es un nombre masculino o neutro). Como no soy crítico de música ni de arte, y me faltan lecturas teóricas, debo decir que no me alcanza aquí para hacer un comentario original sobre las coordenadas detectadas. Me llama la atención, como sea, la manera en que el gótico y el horror siguen siendo canteras fértiles: el horror cósmico lovecraftiano ayudó a popularizar horrores solastálgicos, en años recientes la bruja fue resignificada por el feminismo, el cine anticonceptivo sigue teniendo a la mano a los alienígenas, y las clásicas figuras del fantasma, el vampiro y el licántropo han probado ser igualmente elásticas.

Puedo apoyarme en otra canción de Almaguer, “Wey”, para comentar un tema reincidente en los relatos de transformaciones: la culpa. “El lobo-hombre” concluye con una nota triste: descubrimos que, en contraste con su vida previa, ahora el manso lobo que habitaba los bosques de Fausses-Reposes (los falsos sosiegos), lleva en su interior, ¿a su pesar?, un deseo nuevo, el de la venganza. Para seguir en los ochenta, Un hombre lobo americano en Londres (1981) explora la culpa del sobreviviente (explotando incluso la experiencia concentracionaria). Como el Jeckyl que necesita una poción para transformarse en el desaforado y criminal Hyde, quien está consumido por la culpa se cree en la necesidad de una liberación mágica, transformadora. El retorno y la resignificación de lo gótico, sin embargo, hace que incluso la culpa pueda ser festiva. Canta Almaguer: “Si lo sientes, se disfruta y ya está / ¿Por qué siempre por la sombra?”. Como han insistido los relatos de castillos, bosques, ciudades húmedas, y expediciones nocturnas, se sabe que en la sombra está lo sabroso.

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