Cualquier mapa de la música electroacústica en México debe tener a Antonio Russek muy cerca del centro, y cualquier esbozo de su historia debe colocar su nombre en una posición fundacional. Pero Russek ha sido más que eso: a lo largo de una carrera que ya dura más de medio siglo ha sido un promotor del género y un gestor para la escena que contribuyó a iniciar. Lo ha hecho, al inicio, en laboratorios en los que su obra nacía casi en secreto, y desde esos primeros momentos con la vista puesta en las posibilidades del futuro. (En este caso “laboratorio” es un término justificado: Russek se ha descrito como una figura más cercana a un científico que a un músico de conciertos, pensados éstos como entretenimiento de masas.)
Luego, desde la producción, en sellos como Opción Sónica y Grabaciones Lejos del Paraíso, así como colaborador o integrante de instituciones desde las que ha acercado a públicos nuevos a los géneros experimentales. Destaca su trabajo como curador del Foro Internacional de Música Nueva. Además ha acompañado en su iniciación a varias de las personas que han nutrido con su propia música esta genealogía. En un currículum demasiado extenso para abreviarse sin caer en sesgos, su obra musical sigue encontrándose en el centro. Recientemente apareció la segunda parte de una antología en la que el sello Otono (a cargo de Luis Clériga) compiló piezas que Russek realizó durante las primeras dos décadas de este siglo y que permanecían inéditas o eran de difícil acceso. Los dos volúmenes se lanzarán en formato físico el año próximo e incluirán piezas colaborativas, también inéditas, que no se encuentran en el lanzamiento digital.
La primera parte de esta recopilación, Crepúsculo, apareció hace unos meses. La presentación de la segunda, que lleva por título Alba, coincidió con un festejo-homenaje por sus 70 años de vida, que fue realizado el pasado octubre en la Fonoteca Nacional. Se trata, en su mayoría, de música que no estaba pensada para presentarse en vivo, así que es la primera vez que se encuentra con el público. Algunas de las piezas fueron realizadas por medios automatizados, recursos que no son las inteligencias artificiales que se han popularizado en los últimos años sino sus predecesoras.
Desde hace décadas la música de Antonio Russek no representa sólo un antecedente de las experimentaciones con estas tecnologías, sino que con frecuencia su autor sabe llevarla hacia lugares musicales más elocuentes. Russek ha ocupado un lugar como protagonista y observador del desarrollo de la música electroacústica en México durante un tiempo suficiente para atestiguar su cambio de sitio: desde su encasillamiento como una anomalía, demasiado excéntrica e indisciplinada para los circuitos académicos y aún lejos de la sensibilidad de escuchas no especializados, hasta hoy, cuando encontramos una multiplicidad de registros que pueden escucharse en foros de lo más variado y obras de un gran número de artistas, muchas y muchos de los cuales han sido influidos directamente por él (varios ejemplos pueden encontrarse en la órbita de Otono).
También ha pasado el tiempo suficiente para que el atractivo de este género (que desde hace tiempo se volvió imposible de delimitar y sigue ramificándose en formas alejadas entre sí) haya pasado de ser su semejanza con mensajes extraterrestres a entablar diálogos con los sonidos de distintos momentos de nuestra cotidianeidad, en el mismo plano. En otras palabras, el mundo se puso al corriente, luego de algunas décadas. La obra de Russek es lo bastante variada como para dar cuenta de muchos de los puntos en los que se ha dado esta intersección entre las formas en que, hace unas décadas, se intentaba representar el mundo que apenas se imaginaba en el horizonte (una labor que, ya se dijo, también hizo suya) y los presentes que terminaron sucediendo. Esta variedad, además de darse en la estructura y las sonoridades, también se da en el ánimo, que va de un ruidismo oscuro a la vitalidad humorística, dos lados ejemplificados en esta antología doble, con todos los puntos intermedios en el espectro.
A pesar de que se le reconoce como un pionero de la música electrónica, en estas piezas muestra su fluidez con una serie de instrumentos analógicos, que se encuentran con los sonidos nacidos de las máquinas. Lo que muestra esta multiplicidad, tanto de la fuente como de la forma, es su capacidad de hacer que lo sintético suene vivo, como otra forma de lo físico que, de hecho, es. Otra continuidad a lo largo de su obra es la de dejarnos asomar hacia momentos en tránsito, en vez de representar algo que se halla fuera del tiempo.
Al contrario de mucha de la música abstracta (a la que con frecuencia, y no siempre injustamente, se le relaciona con sonidos y estructuras estacionarios, incluso solipsistas, entregados a explorar un espacio demasiado acotado y alienado de la vida de la persona que escucha) la música de Russek está siempre en movimiento. Ésta es una de las razones por las que una mirada retrospectiva a su obra no puede sentirse como una visita al museo, sino como la continuación de un diálogo entre ella y un mundo que, cuando la conoció, era demasiado joven para comprenderla.