23/11/2024
Artes visuales
Adrián White: borradura y posibilidad
Con el dibujo como principio, el artista mexicano incorpora el tiempo en su obra, como se explicita en esta visita a su espacio de trabajo
Hablar de la práctica artística de Adrián White (Puebla, 1983) es hablar de los pequeños gestos que dislocan la lógica del mundo para adentrarnos en un estado de contemplación activa, donde una línea o un trazo se convierten en un espacio por descubrir. Más que ejercicios de representación y memoria a través del dibujo, lo que propone son nuevas maneras de mirar para repensar la concepción del paisaje a partir de la borradura. La producción de White sucede en tiempos prolongados que se vuelven meditativos, como si estableciera una relación de movimiento corporal y afectivo con cada una de sus piezas, donde la prisa no existe.
Aunque su dibujo tiene como origen un pensamiento cercano a la pintura, el artista se rebela a las lógicas de lo pictórico mediante guiños contrarios, como no interesarse en la opacidad de la imagen sino en la transparencia.
Hay dos momentos en su práctica: el que dedica al trabajo de campo, donde replica procedimientos cercanos a la arqueología, como el levantamiento de imagen de sitio, por ejemplo, y otro que sucede en su estudio, donde el dibujo es herramienta y posibilidad en la traducción visual. En este segundo momento el tiempo adquiere un sentido de materia prima, no sólo por las horas que dedica a cada dibujo sino porque los procesos están hechos justamente de eso: trazo sobre trazo a través del tiempo. En la obra de Adrián White se reconocen gestos que oscilan entre lo sutil y lo metódico, un encuentro entre el oficio y el material. Aunque su dibujo tiene como origen un pensamiento cercano a la pintura, el artista se rebela a las lógicas de lo pictórico mediante guiños contrarios, como no interesarse en la opacidad de la imagen sino en la transparencia, o buscar los espacios negativos de la representación, siempre hacia un punto extremadamente frágil. “Lo que hago es construir el dibujo por capas, utilizo grafito suspendido en capas de medio acrílico y, aunque requiero diagramas para ir construyendo las imágenes, nunca sé exactamente qué va a resultar”, nos explica en su estudio en la Ciudad de México. Su proceso es muy cercano a la meditación o la danza, un movimiento consciente de (y atento a) las posibilidades del otrx.
Procesos de producción tan largos modifican las características intrínsecas de la materia con la que trabaja: White suele producir varias piezas a la vez, en un constante ir y venir entre el dibujo y la imagen retrabajada. “Me interesa participar en una cosa geológica de transformación. Si hablamos a nivel visual, lo que estoy intentando es que existan fuerzas habitando la imagen, llegar a un momento de tensión en donde no es claro si la forma se está creando o se está desintegrando porque es justamente eso lo que está sucediendo durante el proceso”. Mientras nos habla toca uno de sus lienzos e insiste en lo importante que es reconocer esa transformación a nivel táctil: la superficie de madera se ha trabajado de tal manera con el grafito y el acrílico que la sensación es la de estar tocando una piedra. “Esto tiene que ver con capas materiales pero también de pensamiento, de reflexión. De repente hay umbrales: si te tardas seis meses en un dibujo no puedes pensar de la misma manera durante esos seis meses. Ese tipo de resistencia a partir del dibujo, la abstracción y el silencio es lo que me gusta”.
Caminar, dibujar, pensar
Adrián White estudió en el Savannah College of Art and Design en Estados Unidos, institución que le solicitaba una especialización desde el comienzo. Consciente de la dirección de sus impulsos creativos, estuvo siempre entre la pintura y la escultura, pero en el departamento de dibujo reconoció experimentos y formas de pensamiento que comulgaban con sus intereses. Su obra hoy día tiene gestos cercanos a ambas disciplinas. “Creo que los artistas nos metemos en procesos psicoanalíticos para entender por qué hacemos lo que hacemos o por qué nos obsesionan ciertas ideas, y me interesa esto porque al final los procesos de creación son espacios de preguntas, casi como modelos de pensamiento en cada obra”.
La idea que ha configurado sobre el paisaje comienza con una experiencia de juventud: “Mis papás tienen una armería y yo fui de cacería desde que era chico; aunque sé que el dibujo no lo contiene, esta práctica me enseñó a observar hacia abajo. Cuando caminas lo haces viendo hacia abajo porque tienes que ir con mucho cuidado por las víboras. Hay algo en mi caminar, como una memoria corporal en la que siempre miro hacia el piso. Las cosas que me interesan tienen que ver con la mirada hacia abajo. Casi con lo escondido: tengo muchos procesos de sacar piedras, copiar el hueco que deja la piedra, por ejemplo”. Aunque estos gestos suceden en la vida cotidiana de White casi de manera intuitiva, se ha hecho más consciente de cómo entiende el paisaje, comúnmente relacionado con la vastedad y el horizonte cuando para él más bien se encuentra en la escala pequeña, en lo que guarda el suelo que tenemos bajo los pies.
“Hay algo en mi caminar, como una memoria corporal en la que siempre miro hacia el piso. Las cosas que me interesan tienen que ver con la mirada hacia abajo. Casi con lo escondido: tengo muchos procesos de sacar piedras, copiar el hueco que deja la piedra, por ejemplo.”
Al escucharlo hablar comienzan a surgir preguntas sobre qué define al horizonte, por ejemplo, si acaso es la mirada la que construye el paisaje o si el paisaje existe per se, independientemente de quien lo observa. Actualmente Adrián White trabaja en la posibilidad de la borradura como forma de evocar otro tipo de presencias en el paisaje; para él “la agencia del artista está en el acto de crear”, e implementa procesos que tienen que ver con una mirada comprometida: “Con la idea de la borradura exploro las implicaciones que tiene cancelar la mirada momentáneamente”. Uno de sus procesos creativos consiste en tomar fotografías de un lugar –jardín, bosque, exterior–, montar en el muro un bastidor y cubrirlo con papel carbón para posteriormente proyectar encima la fotografía y tratar de copiarla. En este proceso resuenan las ideas de Jacques Derrida con relación al dibujo y la ceguera. ¿Qué implica abolir la domesticación de la mirada con relación al paisaje? ¿Qué ocurre con las lógicas del lenguaje? “Producir un dibujo es generar una marca; crear un dibujo sin saber lo que está sucediendo implica una potencia”.
El interés de White no es producir una imagen en específico sino reconocerse dentro de un proceso que puede llevar a otro tipo de reflexiones. ¿Cómo hemos aprendido a mirar las imágenes? “Hay una suerte de estructura abierta en la contemplación, y no tenemos el control total de la mirada. Esto implica, en el dibujo que integra un tipo de pensamiento espacial, otro tipo de dislocamiento que permite involucrar la forma en que las personas recorren los dibujos”.
Hacia la abstracción
Los emplazamientos del artista no recaen sólo en la mirada de lxs espectadorxs sino también en los espacios físicos donde monta su obra, pues se pregunta de qué manera pueden llevarse los dibujos a otros lugares y qué comportamiento pueden tener en esos espacios. El encuentro con la lógica arquitectónica de un sitio no sucede desde la pasividad o el límite de lienzo: la experiencia se expande. “Me interesa investigar qué significa borrar o cómo puedes acercarte a la idea de la borradura de una forma ralentizada para construir algo o para evocar otro tipo de presencias o el nacimiento de otras formas”, explica Adrián White. Durante la conversación recuerda la conferencia de Manuel DeLanda en el SITAC IX: Teoría y práctica de la catástrofe, donde el filósofo mexicano habló del nacimiento de las formas, las intensidades y la expresividad de la materia. “No tienes que controlar todo, hay cierta expresividad dentro de los mismos materiales y procesos, que en espacios desconocidos comienzan a soltar otro tipo de respuestas temporales”. Para el artista no es suficiente preguntarse qué significa la borradura sino atreverse a tomar posturas.
“Hay algo en mi caminar, como una memoria corporal en la que siempre miro hacia el piso. Las cosas que me interesan tienen que ver con la mirada hacia abajo. Casi con lo escondido: tengo muchos procesos de sacar piedras, copiar el hueco que deja la piedra, por ejemplo.”
“Me gusta la borradura como una cosa operativa donde suceden eventos interesantes, como pensar qué tipo de borradura estamos haciendo: tachar o velar tienen dos implicaciones completamente distintas. Saber qué está sucediendo de manera metafórica es otra cuestión”. La borradura parece venir siempre después del trazo, pero lo cierto es que una no es consecuencia de la otra. La borradura es un gesto en sí, como cuando el artista sobrepone trazos arriba de trazos, que se van borrando y, al mismo tiempo, producen otro tipo de formas. “Me gusta la idea casi absurda de copiar geológicamente lo que ves dentro de un paisaje. Y me refiero a absurda porque construyo una imagen durante dos meses que después se va a ir borrando con otros trazos, con otras veladuras”. Acostumbrados al ritmo de producción actual en el sector de las artes visuales, White reconoce que no se considera un artista de galería, porque sus tiempos de producción son otros. En tiempos de inmediatez, donde todo se capitaliza, sus procesos parecen gestos de rebeldía.
La obra de Adrián White sucede en el lugar donde comienza a construirse la imagen abstracta, cuando encuentra su autonomía y se libera del referente. “Lo que busco es la intimidad con ciertas cosas. La idea de la mancha y la manera en que la gente se relaciona con ella genera cierto tipo de distancia pero ese acercamiento implica un descubrimiento de la cosa y un extrañamiento: mientras más te acercas, más intimidad encuentras con el trazo, con el todo, pero más misterioso se vuelve el objeto”. Este proceso sucede fuera de la imagen y representa también la voluntad de la materia como un gesto escultórico y procesual.
Intención y desconcierto
Para White llegar a la mancha o a la síntesis visual de un paisaje sin caer en la representación es un pretexto para dibujar. “Al final son excusas para producir otro tipo de imágenes y espacios reflexivos. Producir una marca desde el capricho es un gran error en la abstracción, pues está vacía de intención. Todas mis decisiones tienen intención, por eso en mi proceso hay diagramas, pues aunque involucre caos e intuición es algo que decido en ese momento. Trabajar con imágenes que implican el paisaje o la experiencia dentro del paisaje, junto a sus procesos afectivos e intuitivos, me permite reconocer el material que sirve de pretexto para producir esa marca”.
Aunque la práctica del artista se desarrolla principalmente en solitario, le interesan las situaciones donde se puede dialogar a partir del dibujo o de cualquier otra cosa. A lo largo de su trayectoria ha desarrollado proyectos con otrxs artistas y agentes.
Aunque la práctica del artista se desarrolla principalmente en solitario, le interesan las situaciones donde se puede dialogar a partir del dibujo o de cualquier otra cosa. A lo largo de su trayectoria ha desarrollado proyectos con otrxs artistas y agentes. En septiembre pasado presentó la instalación Evocación sobre un paisaje ausente en el Museo Amparo, como parte de la exposición colectiva Flash 2.0: Focus de arte contemporáneo en Puebla, en la que investigó las consecuencias afectivas, sociales y políticas de la extinción del glaciar Ayoloco en el Iztaccíhuatl. Durante la visita nos enseña unas piezas delicadas y blancas que encapsulan, bañadas en pasta de yeso, diversos objetos de la naturaleza como una rama o un ramo de flores haciendo alusión a un tiempo suspendido. Nos muestra también vistas de la instalación en el museo poblano para hablar de la incomodidad que le interesa incorporar a la presentación de su trabajo, del que surgen preguntas como ¿qué es esto para mí, como espectadorx? o ¿cómo me coloco frente a estas piezas?
La práctica de Adrián White nos descoloca con gestos sutiles y potentes que resultan de largos procesos de producción. Después de la visita me quedo con la sensación de haber acariciado una piedra de río que ha sido tallada durante años bajo el agua, aunque en realidad sepa que lo que toqué fue un lienzo trabajado una y otra vez hasta alcanzar una cualidad casi pétrea: el tiempo como materia y la borradura como posibilidad.