Caos
* m. Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la ordenación del cosmos
* m. Confusión, desorden
* m. Fís. y Mat. Comportamiento aparentemente errático e impredecible de algunos sistemas dinámicos deterministas con gran sensibilidad a las condiciones iniciales
La definición de cualquier concepto es un intento de darle estructura y establecer límites para nuestra comprensión. En el cine, donde el control y el orden son virtudes ampliamente apreciadas, el esfuerzo de algunos cineastas por definirlo todo y mantener bajo su óptica hasta el más mínimo detalle se vuelve casi obsesivo. Orson Welles, Stanley Kubrick, Wes Anderson o Christopher Nolan se encuentran en el grupo de aquellos que han forjado su estilo en la manía por el detalle.
Por fortuna también existen los directores que ceden al impulso sobre el control, en la búsqueda de algo que escapa a la mirada. A la estirpe de Jean-Luc Godard, Lucrecia Martel o David Lynch pertenece también Albert Serra (Banyoles, 1975). Desde sus dos primeras cintas el catalán mostró un estilo que juega entre lo documental y lo ficcional, entre el drama y el infortunio, que, de la mano de su excéntrica personalidad, pronto le valió el reconocimiento internacional.
Serra cursó estudios en filología hispánica y literatura comparada en la Universidad de Barcelona, así que el aspecto literario ha sido uno de los ejes de su cine. Su ópera prima, Honor de caballería (2006), es una adaptación libre del Quijote, y El canto de los pájaros (2008), su siguiente obra, reinterpreta el bíblico viaje de los Tres Reyes Magos.
Los motivos estilísticos del director se exacerbaron en trabajos posteriores como La muerte de Luis XIV (2016), donde un longevo Jean-Pierre Léaud agoniza frente a la cámara, o Libertad (2019), en la que un bosque es testigo de la decadencia y la hipocresía de la aristocracia en pleno estallido de la Revolución Francesa. En estas dos películas el cineasta actúa como voyeur de algunos de los momentos más vulnerables de la sociedad: la muerte y el deseo. Así, explora los límites de la reacción, de lo impredecible del comportamiento humano cuando está fuertemente tentado por las pulsiones.
Pacifiction
Albert Serra indaga las posibilidades de la cámara para registrar un momento en el tiempo, del actor como intérprete de algo que no es del todo comprensible y del director que busca entre todo el material sin saber qué está buscando. El cine de Serra es, entonces, la aguja en el pajar. Para su obra más reciente, Pacifiction (2022) –quizá la más “tradicional” y, al mismo tiempo, la más ambiciosa y rica en particularidades–, el cineasta español rechaza buena parte de sus licencias anteriores y recupera otras tantas con una especie de panfleto abigarrado cuya contradicción es narrativa y también estética.
Luego de descubrir que Francia quiere usar la isla de Tahití para probar bombas atómicas, la resistencia intenta desterrar a los colonizadores. De Roller (Benoît Magimel), un intrigante y excéntrico político que gobierna más como publirrelacionista que como líder, queda atrapado en este conflicto, que se siente tan anacrónico como el protagonista mismo. “El personaje podría existir en los años cincuenta o sesenta, entonces era una cosa normal tener esta facilidad de mezclarse y hasta cierto esnobismo; los políticos de hoy en día son invisibles, son como robots. El mundo actual es de tecnócratas, no es tan interesante y había que agregarle algo. Me inspiré en las memorias de Tarita Teriipaia, la esposa de Marlon Brando, que describe la vida en esta isla”, confiesa.
“Así que pensé: ‘Si lo mezclamos con algo más exótico, artificial, se vuelve más interesante’. Que la historia suceda en una colonia es mucho más gráfico, tengo la teoría de que en un futuro todo será una colonia de ricos.”
De acuerdo con el cineasta, la historia surgió de cierta búsqueda de lo exótico: “No me apetecía mucho volver interesante el contexto urbano visual de la Francia continental, donde se tendría que desarrollar, requería un cierto esfuerzo y en ese momento no quería hacerlo. Así que pensé: ‘Si lo mezclamos con algo más exótico, artificial, se vuelve más interesante’. Que la historia suceda en una colonia es mucho más gráfico, tengo la teoría de que en un futuro todo será una colonia de ricos”, aseguró.
En Pacifiction Serra concede al paisaje una importancia que no tenía en la mayoría de sus obras anteriores, que ocurren casi por completo en un solo lugar. “El desafío fue rodar en diferentes espacios. Le dije a los productores que filmaría de la misma manera que en mis anteriores películas, con tiempos dilatados, quedándome tranquilamente en un sitio… pero me tenéis que preparar decorados diferentes cada día, entonces eso le da a la película ese aire novelesco”, comenta al respecto.
Benoît Magimel recibió el Premio César a Mejor Actor por el personaje de Alto Comisario de la República, concebido sin guión. Serra no tiene empacho en decir que Magimel fue sometido a su “caos interpretativo”: al no tener indicaciones claras tuvo que construir su personaje de manera casi autónoma. Este gesto, de acuerdo con el cineasta, acerca su cine más al performance que al cine en términos clásicos.
Caos y método
Si vale la contradicción, podría decirse que Albert Serra avanza sobre cierto “método del caos”, entendido como una forma sistemática de construir algo en el camino más incierto. “En el rodaje es difícil evaluar exactamente si una cosa va a ser posible o no, qué va a predominar, si lo hipnótico o lo político, si realmente la mezcla de tonos o atmósferas funcionará, pero yo acepto el riesgo”, menciona convencido de que esa búsqueda es la garantía de un trabajo original, auténtico.
Hay aquí una fascinación con figuras anacrónicas, inquietudes políticas al servicio de inquietudes estéticas y una desfachatez disparada a mansalva. En su cinta más convencional el director dejó atrás sus propias convenciones. El mayor encanto de Pacifiction quizá sea haberse convertido en una película que ni Serra ni Magimel sabían que podían hacer.
“En el rodaje es difícil evaluar exactamente si una cosa va a ser posible o no, qué va a predominar, si lo hipnótico o lo político, si realmente la mezcla de tonos o atmósferas funcionará, pero yo acepto el riesgo.”
El trabajo de Serra ha encontrado eco en algunos museos de arte contemporáneo. Tal es el caso del proyecto Els noms de Crist (2010), presentado en la exposición del mismo año del MACBA ¿Estáis listos para la televisión?, y El Senyor ha fet en mi meravelles (2011), para la exposición Todas las cartas del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, que previamente se presentó en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la Ciudad de México.
Rey Sol
La visita del director a nuestro país ocurrió gracias a su primera muestra individual en el país. Se trata de la pieza Roi Soleil, un performance convertido en video que puede verse en el Museo Tamayo hasta el 4 de junio (anticipando la retrospectiva que le dedicará el FICUNAM 13). Creada a partir de La muerte de Luis XIV, esta producción postconceptual plasma nuevamente la agonía del monarca. Serra, su equipo cinematográfico y el intérprete (no profesional) Lluís Serrat usaron durante seis días el espacio del museo como set de filmación y producción in situ de Roi Soleil. Ya editado, el material se proyecta en una sala del recinto, mientras que en otra se exhibe la utilería que fue parte del performance.
La primera versión de este performance se presentó en la galería Graça Brandão de Lisboa en 2018. Así, esta es la tercera vez que Serra se acerca al personaje del Rey Sol. La repetición ha forzado distintos abordajes, aunque las piezas sean entendidas como parte de un todo. “Mi sistema se basa en que pierda el control de las cosas, así como los actores pierden el control de su propia imagen; para mí es la garantía de que hay algo de incierto. Las imágenes recogen algo indefinido del ambiente. No estoy muy atento a tener un control estricto, sale lo que sale y esto lo decide la fatalidad del montaje”, responde al preguntarle por la dificultad creativa de montar un performance para después filmarlo.
Para el cineasta desafiar al caos, intentar abstraerlo y, luego, darle un sentido es una tarea, más que compleja, disfrutable. En sus palabras, hedonista. “Yo no tengo nada que decir. Esto es lo más coherente con la idea de performance. Si tienes algo que decir ya no es, pues estás siendo fiel a una idea que le precede. Yo no quiero comunicar nada. Hay algo de hedonismo en el hecho de hacer cine: primero, que quiero divertirme yo. Hago cine para burlarme del mundo”, finaliza con una sonrisa.